miércoles, 12 de octubre de 2011

La Puerta



Debo reconocer que voy hasta la puerta.

Golpeo.

Y suelo pasar.

Muchas veces. Esto es claro.

Muchas veces llego a la puerta. Después de andar unos pasos arribo. Cargo cierta expectativa.

Toco timbre.

Es el momento oportuno, cuando la realidad se define en una palabra. Porque no nos engañemos. El mundo es complejo pero la realidad siempre se reduce a una palabra. A una determinación que relata de un zarpazo el mundo.

Lo muestra en colores o en tonalidades de grises.

Es así. Nos guste o no.

Entonces, decía.

Decía que entonces llego a la puerta. Llego contento. Generalmente contento, como si fuera silbando bajito.

No silbando. Eso no. Eso es una metáfora. Una imagen que cumple un sutil propósito.

El propósito de develar la animosidad. El estado anímico de quien despliega sus pasos.

Sólo esa sutil descripción. De ahí el silbido. Y de ahí también la representación de cierta sensación. Cierto bienestar que denuncia a la persona. Lo presenta ante el mundo.

Aunque no vaya silbando. Porque eso no ocurre. Que quede bien claro.

Lo que sí es cierto es la caminata. Los pasos que van directo al objetivo. Sin siquiera percibir los charcos, las piedritas y ocasionales pozos del camino.

Los pasos son muy ciertos. Al igual que el timbre que tarde o temprano aguarda. Para que uno llegue contento.

Silbando bajito.

Y lo toque.

Siempre frente a la puerta.



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