Rodetes
Me dijeron, escuché, se dice…
Pensaba que sólo en Pringles estaba la costumbre de hablar del otro con vocación y entusiasmo. Creía que era un juego exclusivo de algunas personas de la vecindad, que no contaba con réplicas ni imitaciones.
Un juego bonito para muchos y detestable para otros.
De ahí que creí que Pringles era una gran vidriera. Donde cada uno deambulaba ante la vista del otro que sigilosamente, casi en puntitas de pie, estaba para percibirlo. Para escrutarlo.
Lo miraba atento para imprimirle una, dos, tres etiquetas.
Pensaba que esas conversaciones se resolvían entre ruleros y bizcochos. En rondas de mates y susurros. Entre algunas personas que tenían una vida precaria.
Que era patrimonio de los pueblos donde se conocían supuestamente todos. Porque de alguna manera se cruzaban unos con otros. O compartían instancias cercanas capaces de liberar los juicios más certeros o desafortunados.
Infundados o ciertos.
Protesto.
No porque me duelan las orejas y descubra que el juego excede a Pringles.
Protesto porque el único juicio que me resulta válido, es el que pueda hacerme a mi mismo. Y el de la persona que me interesa escuchar.
Esto no quita que se sigan usando rodetes.
Ufa.
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