La precisión de la realidad
Siento que he evolucionado los últimos años porque dejé bastante atrás los programas políticos televisivos, las radios que se enredaban en esos menesteres y los diarios con las noticias y columnistas que tanto disfrutaba.
Lo hice sin saber y quizás como un acto inicial de autoconsciencia o tal vez madurez, bajo el propósito de aprovechar el tiempo, despedirme en silencio de la posibilidad de ejercer el periodismo, que me imponía la necesidad de mantenerme al tanto de todo lo acontecido, rememorar situaciones, ministros, vericuetos centrales de desenlaces informativos, que no hacían más que exigirme atención y abrumarme.
Era en parte un esclavo por voluntad propia.
Superada la tara, colgué los programas periodísticos, las radios y los diarios y sus columnistas.
Agarré esencialmente más libros y me centré de lleno en la realidad poniendo manos a la obra para construir la vida y asumir otros destinos.
No reniego de aquellos tiempos y creo que esencialmente fueron muy enriquecedores para aprender de liderazgo, construir mayor abstracción, desarrollar habilidades sociales y conversacionales y hasta producir vocabulario.
Aunque quizás, ahora pienso, mi alejamiento se fue acentuando con la caída en desgracia del oficio político que antes presentaba personajes formados de notable solvencia, y con el tiempo fue degradándose en gallos de riña que cacarean con la destreza de la bajeza y la maliciocidad que cree en vulnerar al otro al compás de los insultos.
Quizás antes daban cátedra, y ahora dan vergüenza.
No todos, por supuesto. Pero esos personajes menores sin formación que irrumpieron y ni siquiera podría mencionar sus nombres, se hacen notar para exhibir con impudicia el nivel de degradación que alcanzó el oficio.
Pero estos días he vuelto al ruedo como vuelvo cada vez que algo verdaderamente noticioso irrumpe para cambiar las cosas.
Y he disfrutado el domingo de los columnistas que escriben bien y se encargan de señalar las cuestiones con el dedo como si supieran resolver los complejos vericuetos de la desafiante cotidianidad del país.
Siempre he pensado, obviamente sin decirlo, que los periodistas son en verdad alcahuetes de la realidad. Pero la metáfora que también me incumbía jamás la pronuncié por temor a menospreciar la digna profesión y ser injusto con el trabajo profesional.
Pero en verdad lo pienso.
Y me pregunto si todos estos columnistas notables que a veces disfruto sabrán que son esencialmente alcahuetes profesionales y que señalan con el dedo con el adicional riesgo de decir pavadas.
Siempre creyendo, por supuesto, que están dotados de una sapiencia que carece el resto de los morales, a quienes tienen el deber de iluminar.
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