¿Por qué nos tenemos que morir?
Es la pregunta que parece ser relevante a pesar de que muchas veces se esquive con la burda técnica de mirar para otro lado.
Que sería en esencia la posibilidad de esconder el problema bajo la alfombra.
O meter la cabeza debajo de la tierra como el avestruz.
Técnica tan ridícula como infantil, además de inefectiva. Porque con la vista hacia el otro lado o la cabeza enterrada no se elimina ni evita la realidad que se avecina.
Y el problema suele ser peor.
Por no decir catastrófico.
Porque la mejor manera de sobrellevar los problemas o liberarse de ellos es asumirlos primero, problematizarlos después.
Y resolverlos como se pueda.
Aun con la aceptación tranquilizante de quien hizo el duelo y dijo de alguna manera…
-Bueno, esto es así. Son las reglas de la vida. Acepto el juego.
A morir se ha dicho.
Entonces, aun en esas circunstancias puede morirse uno tranquilo.
En paz.
No turbado por el tormento de la incomprensión y abrumado por la imposibilidad que tiene el ser de revertir los caprichos de la naturaleza.
El juego tiene sus reglas y si la vida termina en un jaque mate irreversible hay que saber aceptar.
Perder.
En el sentido de que el juego finalizó con un resultado indeseado.
Lo cual no implica que fuera siempre así y que con el paso de los años no pueda revertirse.
Lo notable es que mientras algunos aprendemos a aceptar la finitud, otros dedican su vida a desafiarla.
Lo más probable es que la ciencia, la tecnología y la brillantez de los seres humanos pospongan la muerte como lo han logrado desde hace tiempo, haciendo que se viva muchísimos años más que los antecesores.
Y luego, si todo va bien, se logre aniquilar la enfermedad y la muerte.
Para vivir bien todos los años que uno quiera.
Algo que no es descabellado. Basta ver las empresas millonarias que se generaron con ese propósito y observar los importantes avances para creer en la posibilidad de eternidad en un mundo quizás no tan lejano.
Con lo cual morir va a ser muy probablemente una elección.
El tema es que el tiempo juega en contra de esa presumible elección.
Y es quizás una alternativa mucho más posible para los niños o los bebés.
Los que perfilamos para la vejez podemos ver de reojo este tema, pero es mejor que ganemos tiempo y hagamos el duelo.
Si vamos a morir, aprovechemos el tiempo.
Honremos la persona que somos.
Contribuyamos en cada una de las circunstancias que transitamos.
Y agradezcamos la vida que supimos construir.
Se me ocurre pensar algunas preguntas que pueden ser inspiradoras y orientativas…
¿Tuvimos el coraje de ser quienes somos?
¿Nos hicimos cargo del trabajo que implica desarrollar y desplegar nuestras potencialidades?
¿Nuestro pasaje por la vida fue un granito de arena que dejó el mundo en algún sentido mejor?
¿Cómo aprovecharíamos al máximo el tiempo que nos queda?
Así morimos en paz y con todas las letras.
Morir a medias sería un verdadero despropósito.
Un fiasco para la propia vida.
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