Cumpleaños
Lo esencial ocurre indefectiblemente.
Nacer, morir.
El día de cumpleaños.
Es algo a lo que nadie puede rehuir. Si nació, tiene un cumpleaños.
Le guste o no.
De chicos nada era más motivador que esperar el próximo cumpleaños. Significaba también que un año más abría nuevas posibilidades y ampliaba, de alguna manera, el mundo actual para vivenciar otras experiencias.
Un año más era una nueva puerta que se abría.
Y ser más grandes era una tentación para avanzar quizás sobre permisos que nos restringían.
Así que nos lanzábamos con entusiasmo a los años venideros. Como si fueran un deseado premio de innegable valor.
En cierto momento ese anhelo comienza a refrenarse y ya no es tentador tener un año más, sino que es preferible tener, si se pudiera, uno o varios años menos.
Tanto es así que hay quienes se quitan años.
El truco es burdo y suelen adoptarlo algunas personas que prefieren decir que tienen una edad menor a la cierta. O bien omiten su edad como si fuera una técnica para borrar la realidad, que no miente.
Así pasamos de querer un año más a desear uno menos, casi sin darnos cuenta.
Aunque no en todos los casos.
¿Qué hacer entonces?
Duelar la edad creo que es una sana respuesta. Aceptar con naturalidad el paso del tiempo.
Saber surfear la vida en la naturaleza de sus caprichos, en vez de negarla o procurar transfigurarla con resultados siempre fallidos.
Aceptar.
La mejor respuesta.
Un sutil acto de valentía y madurez, que se puede ejercer con convicción desde el silencio. En vez de forcejear con el paso del tiempo.
Lo que no quiere decir que no convenga ir al gimnasio y seguir las indicaciones científicamente comprobadas para sumar años con la mayor calidad de vida posible.
Dormir bien, comer sano, reducir estrés, meditar, hacer yoga…
En fin, cumplir años es una invitación a detenerse y pensar. Mirar para atrás y preguntarnos quiénes fuimos.
Qué hicimos con nuestra vida.
Mirar el presente para dilucidar quiénes somos. Qué cotidianeidad construimos.
Y mirar el futuro para decidir quiénes queremos ser. Y qué realidades queremos vivir.
Observar también en silencio las personas que elegimos para compartir la vida. Decidir quiénes se quedan, quiénes se van.
Quiénes vendrán.
No sé exactamente para qué sirve el cumpleaños, pero sí creo firmemente que sirve para reflexionar.
El mejor cumpleaños que podemos tener es el que nos impulsa a ser la mejor persona que podemos ser.
Aprendiendo del pasado y produciendo el mejor futuro que podamos imaginar.
No debe haber mejor manera de celebrar, en verdad, el cumpleaños.
Si te gustó este escrito, compartilo con tus amigos.
Leer Más...








