sábado, 29 de mayo de 2021

Las palabras que construyen

Hace tiempo tomé la decisión de no discutir con fanáticos. 

Esencialmente lo resolví para eficientizar el tiempo y no malgastarlo en discusiones improductivas que lo único que pueden lograr es erosionar los vínculos.

Así que me retiré de cualquier posibilidad de controversia en el diálogo que pueda ofrecerme cualquier fanático. Aunque obviamente los escucho con atención, con intención de reconsiderar cualquier punto de vista que pueda tener para reformularlo o superarlo si las argumentaciones aportadas así lo sugieren.

La practicidad de evadir discusiones con testarudos me salva de esos menesteres, y el otro queda tranquilo pensando como piensa sin tener que molestarse por lidiar con evidencias que le muestran con elocuencia que defiende muchas veces lo indefendible.

De modo que se evita el malestar propio y el malestar ajeno.

Uno no pierde tiempo aportándole al otro información que podría ser relevante para construir su perspectiva, enriquecerla o modificarla cuando sea conveniente, si así lo indica la inteligencia.

El otro tampoco pierde tiempo porque no tiene que renegar con evidencias que no quiere ver ni escuchar. Y puede permanecer tranquilo y contento con los ojos cerrados, vendados, o los oídos tapados.

Queda feliz preservando su identidad y negando la posibilidad de repensar, cambiar de opinión o redefinirse.

Situación muy desafiante porque lo llevaría a ceder la identidad que ha defendido vaya a saber hace cuanto con uñas y dientes, con razón y sin razón. 

Todo por la revolución.

Dicho esto, continuamos…

Que el otro quede tranquilo y pasemos a otra cuestión que desentiende el fanatismo. 

Démoslo al fanático por perdido, no sirve discutir con quien no está dispuesto a evolucionar en su pensamiento. Y lo único que pretende es explicarle al otro que está equivocado, aunque no tenga información que sustente esa pretensión y muchas veces se base en cacareos infundados.

Y si alguien ve todo lo que está mal como si estuviera bien, es un hombre perdido. Un ser extraviado en su propio cuento, que reniega de la realidad y detesta la evidencia.

Pero sigamos…

La palabra sirve, y sirve de mucho porque incide en la percepción de la realidad, la posibilidad de abordarla y la consecuente incidencia para transformarla.

La palabra genera las condiciones propicias para transformar positivamente o negativamente la realidad.

Por eso es preocupante cuando las palabras están alentadas por la negatividad, la maldad o el resentimiento. Porque consecuentemente inciden para provocar una realidad consecuente con esa perspectiva.

Ya no se procura construir, sino destruir. 

Y así como no hay nada bueno en la maldad, tampoco hay nada bueno en la intención de destruir en vez de construir.

No conozco a nadie exitoso o inteligente que quiera vivir en un país como es tristemente hoy Venezuela. Solo alguien extraviado, masoquista, puede aspirar a la desgracia, a las penurias y a la pobreza. Y a las restricciones de sus derechos.

Nuestro país merece un destino mejor, un destino guiado por la bondad, la perspectiva positiva y la intención constructiva, no destructiva.

Hay que nivelar para arriba, nunca para abajo.

Si la circunstancial dirigencia está extraviada en filosofías perdedoras, decadentes y fracasadas, como a todas luces la historia revela en sistemas comunistas liderados por dos o tres vivillos incompetentes de turno, el pueblo en las próximas elecciones la va a despabilar. Porque la inmensa mayoría queremos vivir en un país mejor, no peor.

No sé a quién van a votar, pero salvo los resentidos y los acomodaticios de ocasión, seguro que nadie votará para que se siga el camino de Venezuela.

Los argentinos van a construir un destino muchísimo mejor.





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jueves, 22 de abril de 2021

El ser resentido


El resentimiento es un problema relevante para quien lo vive y para quienes reciben el accionar de sus propósitos.

El primero sufre envenenado la existencia y malgasta la energía de manera negativa. En vez de procurar el beneficio propio anhela el perjuicio ajeno. 

Y obra en consecuencia.

Hace todo lo que esté a su alcance para perjudicar al otro tanto como pueda. Y a veces claro que le sale bien. Son pequeños burdos momentos de gloria de la insanía. Regocijos torcidos del ser confundido que se complace con el daño y celebra la maldad.

No importa en qué vericuetos.

Si el golpe es certero, el logro está conseguido en las circunstancias que sean.

Entonces el resentido de alguna manera se alivia, toma aire, reafirma su posición en la existencia con el golpe preciso. Y permanece en el camino propio de los seres confundidos.

Confundidos porque están desalineados, claro.

Están guiados por la maldad en vez de la bondad y en consecuencia el accionar no solo es peligroso sino que es siempre negativo.

Nada bueno puede esperarse del ser torcido, comprometido con la intención de hacer daño y consustanciado con el objetivo para resarcir lo que muchas veces supone que es una injusticia.

Su propio fracaso.

Que en realidad no es motivo del otro, sino de su impericia, su incapacidad, su desviación que lo consolida en una posición de frustración, enojo y consecuente resentimiento, que lo estanca en un mundo de perdedores sin posibilidad de ver la luz e iniciar el camino para salir al final del túnel.

Dando vuelta como un firulete en una filosofía dañina y perniciosa queda embaucado en sí mismo, envenenado en su propio enojo y residiendo por voluntad propia en el fracaso.

Mientras no advierta el problema esencial de su filosofía será siempre preso de su propia trampa.

Solo con disposición a reinventarse puede formularse una valiosa oportunidad para procurar su bienestar y dignificar su existencia.

Esperemos que tome conciencia y proceda.

Porque el ser resentido es un ser peligroso para sí mismo y para los demás.




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jueves, 8 de abril de 2021

Los burócratas


Yo no los quiero a los burócratas.

No sé si es por convicción propia o porque de alguna manera me han lavado la cabeza, como si fuera yo un ser inocente que anda distraído por la vida y…

Zas.

Compré.

Compré todo lo que algún justiciero decía y de alguna manera me enemisté con los burócratas al sentir no solo que la gran mayoría eran seres mediocres e inoperantes, con problemas en general de ego, sino que además…

Y siempre a juzgar por la pronunciación ajena, por supuesto.

Además eran unos ladrones de poca monta que andan a la pesca de robarle la plata a los trabajadores y a las empresas, para hacerle creer a los pobres que los salvarán de una vez y para siempre.

Mediando, por supuesto, una comisión en carácter de alguna forma de administradores del dinero ajeno y fundada en el compromiso patriótico que ejercen.

Comisión lícita y bien habida, pero a la vez en ciertos casos ilícita y abusiva.

Sobre todo si se compara con lo que cobran los jubilados o el sueldo promedio de los trabajadores del país. Y el de ellos mismos si tuvieran que generar valor en el sector privado.

Es decir, sospecho que pienso un poco mal de los burócratas porque esencialmente me parecen muy mediocres, inoperantes e inefectivos.

Digo esto con el enojo de creer que son los principales responsables de que la pobreza llegue al nivel que llegó y la seguridad haya arruinado tanto la vida en nuestro querido país.

Encima, y esto sí creo que lo pienso yo, encima digo que algunos se creen que son los reyes de España o que están por encima de los ciudadanos que exprimen a impuestos, y que tienen facultades que la Constitución no les otorga, pero se arrogan con la facilidad que aportan las condiciones propias de un país bananero.

Aunque cualquier acto de atropello a las instituciones y arbitrariedades infundadas en la ley puede ser peligroso y hacer que el mundo les caiga encima a la vuelta de la esquina.

Porque se exponen obviamente a que la tortilla se de vuelta, la Justicia actúe con la madurez de los países desarrollados y paguen las consecuencias de los atropellos a las disposiciones vigentes.

Y por último, quiénes son estos cuatro de copas para determinar si debemos encerrarnos en nuestras casas o no podemos ir a ver a la abuelita.

En algún punto los comprendo con su intención de ordenar un poco la zoncera, porque está repleto de tontos que no son capaces de usar barbijo ni de mantenerse a dos metros.

Pero asumir un rol de padres postizos autoproclamados, ya me parece mucho. Solo es viable si piensan que sus hijos, que serían los ciudadanos, además de irresponsables son bastante pelotudos.

Y sobre esto último la verdad que me quedo reflexionando, porque quizás tienen razón.





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sábado, 3 de abril de 2021

En voz alta


Siempre pienso en la posibilidad de medir las palabras, morderme los labios y mirar para otro lado ante la decadencia que se manifiesta en los hechos que fueran.

Pero me recuerdo de inmediato que el espíritu acomodaticio de los pusilánimes es detestable, indigno.

Vergonzoso.

Y es el verdadero culpable de los desbarajustes, los retrocesos, la decadencia de las circunstancias en que vivimos y la aparición de seres menores, mediocres y farsantes que circunstancialmente pueden ocupar cargos de relevancia y dirigir la batuta. Propiciando los atropellos más perjudiciales que se puedan ocasionar y contribuyendo sin pausa a arruinarlo todo, impulsando por ejemplo a ciudades o países notables a situaciones penosas que terminan degradando la vida de los ciudadanos y de ellos mismos, aunque se recluyan en las fortalezas que fueran.

Porque tarde o temprano tienen que cruzar la calle o ir al Kiosco.

O donde fuera.

Y en esos momentos de apariencia intrascendente pero de casualidades relevantes pueden jugarse la vida sin siquiera percatarse de ello.

Por eso prefiero alzar la voz aunque sea insignificante y contribuir para aportar una minúscula pero determinada incidencia tendiente a no convalidarlo todo y a ajustar el mundo desbarajustado.

Nada es peor que ser cómplice del despropósito.

Basta de mediocres, ignorantes y farsantes que no se juegan ni por sus convicciones.

Basta de simuladores que no saben ni quienes son porque se extravían en ellos mismos.

Basta de parlanchines con aspiraciones a ofrecer discursos memorables sin haber leído siquiera uno o dos libros. Burdos cacareantes de poca monta cuya destreza principal en la oratoria es el ejercicio de la bravuconada.

El hábil uso del golpe bajo y pernicioso.

La antítesis de los legisladores notables que supieron enorgullecer a nuestro querido país.

La sociedad tiene mucho que aportar para suplantar a los personajes menores y decadentes por gente que aspire a un futuro que sea digno para todos.

Los peores alumnos del colegio no pueden ocupar cargos directivos.

El entusiasmo por glorificar la pobreza, y las políticas incentivadas por el resentimiento y la envidia, solo construyen penurias, desempleo y más pobreza.

Hay que dejar de admirar el fracaso para dejar de construirlo.

No está bueno ser pobre ni hay ninguna virtud en eso.

Basta de propiciar el pobrísimo, de hacer creer que menos es más.

Admiremos y alentemos el éxito para vivir en un país mejor.





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domingo, 28 de marzo de 2021

El hombre asustadizo


No le tengo miedo a la muerte.

Supongo.

Me convenzo.

Erróneamente, claro. Porque los hechos parecerían indicar otra cosa. Que esa creencia inicial y convincente no se corresponde con la realidad.

Porque ante la mínima insinuación de la muerte, esa supuesta creencia afirmativa e irrenunciable, cede de manera espontánea y se elocuencia en los hechos más inesperados.

Tenés taquicardia, escucho apenas el cardiólogo mira la computadora para anotociarme palabras más, palabras menos, si sigo en el juego de la vida o inicio una presunta marcha que podría estar precedida por un eventual suplicio.

No puede ser, me quejo. Vine caminando. ¿Será eso?

Son ciento veinte, ciento treinta. Muchas, reafirma frunciendo el ceño, como pidiéndome una explicación.

También tengo poco entrenamiento, me excuso mientras mi eventual amigo conjetura al ritmo que observa imperturbable las rayas para mí indescifrables de la computadora que ofrece la sentencia sobre la ergometría.

Le doy un poco más, pregunta.

Dale.

La máquina se empina, acelera, exige.

Todo bien, escucho.

¿Va bien? Procuro corroborar.

Sí, sí.

Sube la intensidad una vez más, y respondo estoico con la determinación de un joven viejo.

Pregunta si quiero más, y le digo que avance, que haga lo suyo.

Y me esmero y respondo con el insufrible barbijo siempre puesto y la convicción de quien está determinado en salir airoso.

Dale más, me envalentono.

Había escuchado que cuanto más duraba la prueba era mejor y sabía que estaba ahí para develar el destino.

¿Seguro?

Dale.

La máquina avanza más fuerte y exige que pase del esfuerzo trabajoso y perturbador al sacrificio detestable.

No decaigo ni me riendo. Sido, me exijo.

Sostengo.

Un poco más me digo en silencio, mientras advierto si todo va bien y puede concluir la prueba.

Todo bien, estamos.

La máquina cede de a poco y vuelvo a la normalidad.

Te voy a hacer una ecografía -escucho-. Así nos quedamos tranquilos. Esperame un momento.

Salgo y me siento. Creo que el mundo está controlado, que todo va bien.

O relativamente bien.

Me siento con la intención de recuperarme, miro el tele y aguardo.

Juan, me llaman.

Entro, me indica que me acueste y prende el aparato. Quiero ver las pulsaciones, dice el doctor.

Otra vez soy parte de un momento crucial de la vida. Todo puede cambiar en los próximos minutos.

Empieza a explorar el corazón con la vista clavada en el monitor mientras yo permanezco imperturbable.

Escucho los ruidos de la computadora y miro la pantalla que muestra imágenes indescifrables.

Todo bien Juan, era por las pulsaciones. Controlate en los próximos días porque no es bueno que en reposo pasen las cien.

Escucho el veredicto de este nuevo eventual amigo. Recuerdo que Dios siempre me da una mano. Y siento que las pulsaciones son tan solo una manifestación del hombre temeroso que piensa que llega el fin de su existencia.

Creo que se normalizarán pronto, tal vez cuando salga de la sala y vuelva caminando a casa.

No me voy a morir.





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domingo, 14 de marzo de 2021

La pantomima


En mi familia todos están embaucados en la pantomima. En mayor o menor medida participan de la farsa con distinto grado de habilidad.

Algunos lo hacen con mayor destreza y profesionalismo, con lo cual se mueven como peces en el agua y salen airosos sin pasar advertidos.

La simulación que despliegan con habilidad y esconde siempre la verdad ofrece resultados.

Por supuesto.

Ese es el motivo esencial de la asunción indeclinable de la pantomima y la vocación por actuar como farsantes.

Porque lo que se representa muy bien es la simulación que a los ojos de cualquier persona atenta oculta la verdad que emerge por los poros.

Todos actúan más o menos, y lo hacen con mayor o menor pericia.

Yo los admiro a todos.

A los más hábiles y a los más chapuceros, porque todos participan con entusiasmo del juego.

El que me cansa un poco a veces es el tío que se toma con excesivo empeño el trabajo de simulación.

Se esfuerza tanto en ese propósito que hace tiempo me cuesta compartir una charla burda e insignificante.

Pero lo comprendo porque está compenetrado con el juego y es su trabajo.

Como a todos les gustan las pantomimas y celebran la farsa, se suelen entusiasmar y ensalzar las simulaciones ajenas.

Mi madre me cuenta por ejemplo del sacrificio de algunos familiares o las penurias de otros que parecen pobres diablos y en los hechos tienen un excelente pasar.

Yo he pensado en intervenir cada vez que advierto el sutil engaño de quien ofrece la pantomima con relatos más o menos endebles, pero desisto siempre de hacerlo porque, como les digo, en mi familia se celebra la farsa.

Y la verdad nadie la tolera.





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martes, 9 de marzo de 2021

Nos vamos a morir

No sé por qué se inquietan tanto si al fin de cuentas nos vamos a morir.

Debe ser porque quizás administraron mal el tiempo.

Se prepararon para vivir pero no se prepararon para morir.

Grave error.

Uno debe prepararse para ambas cosas que al parecer son igualmente importantes.

Si se prepara para vivir le va mejor. No anda a los tumbos ni queda a merced de voluntades ajenas.

Usted construye su destino, por ejemplo.

No es poco.

Pero si no se prepara para morir, usted tiene un grave problema. Porque la muerte va a venir a buscarlo desprevenido.

Quizás se asuste, tenga miedo. No sepa cómo actuar frente a un hecho indeclinable.

Y qué va a hacer si lo agarra de grande y empieza a pensar sobre el tema quizás con cierta predisposición a la negatividad.

Sería un pésimo camino. El peor negocio de todos.

Por eso si bien me parece un error dar consejos, porque nadie mejor que cada uno para ofrecérselos, quisiera sugerir.

Balbucear. Instar...

Prepárece con ímpetu, determinación y coraje para la muerte.

Sin medias tintas, sin titubeos.

Agarrando el toro por las astas.

Puede ser lo mejor que le puede pasar.

Va a aprovechar al máximo su tiempo y va a vivir una gran vida.

Además de estar listo para morir en paz.





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domingo, 28 de febrero de 2021

¿Hasta dónde llega la determinación?


Siempre creo en la perseverancia pero hasta un paso antes del capricho.

Si uno se obstina y persiste de manera desmedida puede golpear su cabeza contra la pared.

Una y otra vez.

Y ya saben, somos tiempo.

Así que es mejor menearse, moverse, zarandearse con cierta flexibilidad de algún modo.

Sin perder el propósito, por supuesto. Pero evitando la obstinación y el riesgo consecuente de vivir encaprichado.

Por eso estemos atentos, a nosotros. Y a los demás.

Ustedes dirán por qué escribo esto. Y es que estoy ahora en el piso jugando a los autitos. Estoy esclavo y permanezco de alguna manera imperturbable. Sin capacidad de cambio y mucho menos de revolución, porque Santino me sigue de cerca y me disciplina al instante.

Quiero pararme y sentarme en el sillón, como todo buen viejo que procura la comodidad y sabe lo que es bueno.

Entonces procedo en una insinuación de moderado levantamiento para retirarme del piso. Y antes de que yo esboce un intento minúsculo, dubitativo y zigzagueante, Santino rompe en llanto y parece determinado a lanzarse al piso y golpearse la cabeza con furia.

Espontáneamente me detengo, abro los brazos, me exaspero para que deponga sus determinadas e innegables intenciones.

Y se pausa el mundo de manera abrupta, como si quedáramos congelados.

Es ahí cuando en un abrir y cerrar de ojos se detiene con actitud expectante, como diciendo que no me atreva a intentarlo o siquiera a insinuarlo porque el tormento, la determinación propia del chiquito es irrenunciable y salvo que recomponga el mundo que insinuaba resquebrajarse, todo puede ir de repente para peor.

Y terminar en una suerte de desafortunada desgracia por una convicción determinada que no cesa.

Y, a no dudarlo, es una voluntad que parece ajena. Como si fuera una fuerza externa endiablada que toma el cuerpo del chiquito para acometer cualquier locura.

Esto ocurre habitualmente en la cotidianidad. Hay de alguna manera un amo que define las cosas, y un súbdito que carece de valor para sublevarse.

A la noche por ejemplo es de esperar que quede encerrado en una suerte de carpa en la cama, cuando comienza a decir, a taparnoosss. Y quedamos debajo de las sábanas abstraídos del mundo. 

Suelo divertirme un buen tiempo y somos felices en ese momento sublime, esencial de la vida, pero luego quedo apresado.

Sin poder salir, vaya a saber hasta qué hora.

Y ahora como se imaginarán sigo acá, en el piso, jugando con los autitos.






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