¿El pensamiento define la realidad?
En gran parte, sí.
Porque delimita y a la vez posibilita.
Es difícil que alguien llegue hasta una realidad que excede su pensamiento.
¿Puede suceder?
Sí, puede suceder.
Pero ahí entran cuestiones fortuitas, azarosas. Factores externos que actúan y pueden tocar a alguien como si fuera con una varita mágica, para que termine siendo esto o lo otro.
O termine viviendo esto o lo otro.
Eso existe también.
Lo fortuito, lo aszaroso, lo que en apariencias puede ser hasta milagroso. Pero no es lo habitual.
Lo habitual es que la persona se reduce o expande de acuerdo a su pensamiento, que la delimita indefectiblemente.
Es esa frase trillada. Si uno piensa que no puede, tiene razón. Y si piensa que puede, también tiene razón.
¿Por qué?
Porque la creencia impulsa a obrar en consecuencia y si el compromiso y la determinación es inquebrantable la realidad consecuente tarde o temprano aparece.
No es magia.
Es creencia, convicción, trabajo, esfuerzo.
Determinación.
Certeza de que los obstáculos y dificultades son tan circunstanciales como superables.
Es también por otro lado la alternativa de la excusitis, los brazos cruzados y la comodidad de la queja.
Que explica la imposibilidad.
Que no es ni más ni menos que el precio de la comodidad.
En definitiva el pensamiento es crucial. Porque el cuento que nos contamos tiene una incidencia notable en la realidad que vivimos.
De ahí que si uno quiere tomar el toro por las astas lo primero que tiene que preguntarse es…
¿Qué cuentos me estoy contando?
Y ahí tiene para entretenerse un buen rato. Porque puede ver hacia qué finales lo llevan esos cuentos. Y si no es testarudo, caprichoso, necio y de mentalidad rígida e indomable, puede darse la posibilidad de reescribir esos cuentos para construir otros finales.
Y encontrarse tarde o temprano con las realidades que le plazcan.
Si prefiere maldecir a los factores externos, al país, los seres cercanos, la economía, o lo que fuera, puede validar los perores cuentos y quejarse a gusto en la realidad que le acontece.
Puede perfeccionarse en el arte de la queja, el auto engaño y honrar la debilidad que exhibe la supuesta imposibilidad.
En esos casos es preferible evitar que ese tipo de personas nos invite a tomar unos mates.
Porque corremos riesgo de que nos tire la basura encima. O de alguna manera nos exija ser cómplices de la farsa.
Y escuchar cuentos improductivos elucubrados por cómodos quejosos, que en vez de hacerse cargo y asumir su responsabilidad para tomar acciones, pretenden que el mundo les arregle la vida, es una verdadera pérdida da de tiempo.
Es preferible salir a caminar, tomar aire puro y disfrutar del sol.
En ciertos momentos elegir la soledad que nos aleja de toxicidad y nos invita a contarnos los mejores cuentos, es una excelente compañía.
Porque, en definitiva, nuestra vida es esencialmente el cuento que nos contamos.
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