La vida que tenemos
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Publicado por Juan Valentini 0 comentarios
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No sé ustedes compatriotas pero yo veo que el avión está empezando una tormenta que parece bien jodida y que estamos próximos a entrar en turbulencia.
Terrible turbulencia.
Así de positivo veo el pronóstico, no por los comandantes en jefe que vendrán o seguirán, sino por la situación actual estructural que la obsesión por la decadencia supo construir y consolidar.
Ah, ¿no sos peronista vos?
Perá un poquito, perá, che. Acá estamos para problematizar, inquietar, dilucidar, advertir.
Y etccérera.
Con el fin de aspirar a cierto avivamiento que nos eleve el nivel de conciencia y en definitiva nos ilumine las decisiones que juzguemos convenientes para lograr la mayor efectividad en la vida, ser felices, y alcanzar todo lo que queramos con la mayor eficiencia posible.
Ahá.
¿Qué decías, che?
Nada, que la turbulencia, se viene la turbulencia porque la tormenta que se anuncia es bravucona, por no decir catastrófica.
Siempre positivo, vo.
Claro, ver con precisión la realidad permite ajustar las velas o abrocharse el cinturón.
Ser positivo tiene que ver con tener cierta madurez para relacionarse con la realidad que fuera y obrar luego con las decisiones y acciones acertadas tendientes a salir airoso o lo menos chamuscado posible.
Ya llenaste la heladera, picarón. Cambiaste los pocos papelitos por cosas y estás listo para mirar la película desde adentro.
Y sí, desde adentro porque en el avión vamos todos los compatriotas indefectiblemente.
Callate y ajustate el cinturón.
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No voy a hablar de un debate en particular ni entrometerme en el debate Presidencial argentino porque no es nunca mi intención exacerbar a las fieras ni ganarme enemigos gratuitamente de un lado y del otro.
Voy a hablar simplemente del debate como una posibilidad de encuentro entre dos o más personas.
Punto.
Aparte.
La Concepción del debate es central para definir la disposición de quien debate en esa circunstancia.
Si quien debate interpreta que es un escenario para doblegar al otro, lo esperable es que vaya dispuesto a confrontar, desmentir, desacreditar y hacer trastabillar tanto como pueda a su oponente, con la finalidad de perjudicarlo tanto como sea posible.
Claramente es una posibilidad.
Es decir, se interpreta el debate como una contienda donde dos oponentes más que adversarios se ven como enemigos dispuestos a pelear, usando todas las armas habidas y por haber, con la intención de que uno de ellos gane y el otro pierda.
Esa aproximación es la menos productiva de todas las aproximaciones posibles, daña el vínculo de quienes debaten, erosiona sus emocionalidades y hace que la experiencia en vez de ser lo más agradable posible, sea lo más desagradable posible para ambas partes.
Es como ir a pelear con la única intención de derrotar al otro, dañarlo y dejarlo malherido.
No es por ahí.
Aunque algunos o muchos pueden pensar lícitamente que es por ahí.
Porque lo único que importa es ganar a cualquier precio, con los trucos que fueran, con las más sofisticadas trampas y engaños que cualquier hijo de puta sea capaz de imaginar.
En fin…
El tema es que justamente esa perspectiva denigra a las personas intervinientes, instándolos a asumir disvalores que lejos de enaltecerlos como personas los denigra innecesariamente.
Es decir, no está bueno ejercer la peor versión de una persona para ganar en una contienda.
Si eso significa chicanear, agredir, desacreditar, burlar, mentir, engañar…
Etcétera.
Con lo cual caer en esa posición para obrar en consecuencia es lisa y llanamente una trampa insana que es mejor evadir.
¿Cómo?
Disponiéndose a interpretar la posibilidad de debate de manera diametralmente opuesta. Donde el otro no es un enemigo, sino un adversario, alguien que tiene una mirada distinta para lograr los mejores objetivos posibles.
En ese caso no se trata de estar en guardia para desmentir, sino estar abierto para escuchar, ayudar a pensar y enriquecerse en la posibilidad de construir ideas y soluciones superadoras.
El debate entendido como una valiosísima posibilidad para apalancar intelectos mutuamente en función de aspirar a las comprensiones más convenientes que iluminen las decisiones y los cursos de acción apropiados en beneficio de todos.
Para eso es crucial ver al otro como un compañero de circunstancias, una persona que hace lo mejor que puede y tiene sanas intenciones.
Si se cree que el otro es un farsante, un chanta o un embustero, claramente es difícil asumir una posición ante el debate que en vez de enaltecer a la persona obrando con bondad, honestidad, cordialidad y don de buena gente, la denigra instándola a proceder de la peor manera.
Y si bien no hablo del debate Presidencial, se debe partir de la base que cualquier compatriota que se ofrezca a ocupar el mayor cargo público del país tiene esencialmente buenas intenciones, porque sería disparatado pensar que su motivación es arruinar el país y a cada uno de sus ciudadanos.
Si eso sucede no es por su maliciocidad, sino por la degradación de sus valores y su incompetencia.
Y si bien no hablo de lo que de alguna manera hablo en este escrito, no puedo dejar de decir que ojalá el debate sea siempre una posibilidad de encuentro donde cada participante se luzca por su disposición a contribuir, por su respeto y valoración del otro, y principalmente por ejercer el rol de ser una buena persona.
Que así sea.
Amén.
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O la ofendida.
Siempre me ha llamado la atención esta cuestión que es bueno problematizar.
¿Por qué se ofende alguien?
Por múltiples motivos, algunos razonables y otros menos razonables o directamente no razonables.
Ese es el primer discernimiento que convendría hacer.
A ver fulanito, ¿viste la cara de culo que tiene? ¿Es fundada? ¿Más o menos fundada? ¿O se atravesó injustamente?
Muy bien, este sería el primer paso.
¿Por qué?
Porque permite que la persona o las personas afectadas tomen una posición que consideren éticamente justa al respecto.
Si es que les interesa tomar una decisión razonada.
Es decir, supongamos que fulanito o menganito está ofendido con razones entendibles. Entonces si la contra parte tiene interés de preservar la buena relación puede asumir su genuina responsabilidad que generó la ofensa y repararla.
En ese caso el ofendido debe esforzase en exhibir de alguna manera su estado con el único propósito de que la contra parte tome debida nota y pueda proceder de tal manera que repare la ofensa.
Salvo que sea un ofendido acérrimo y nada ni nadie lo oersuada de abandonar su posición.
En ese caso queda embaucado en su condición de ofendido y no hay nada oue hacer.
Porque presumiblemente el ofendido encontró un goce en su posición de malestar o construyó una identidad que en algún aspecto le favorece.
Si por el contrario el ofendido tiene una disposición a salir de su estado o a creer en la inteligencia, sabrá administrar su compostura de acuerdo a la habilidad que tenga en los artes del ser ofendido.
Si es muy chapucero, quizás no habla más y eso es todo.
Mutismo para siempre.
Si domina estas artes quizás sabe moverse con una destreza que le permite no anular el vínculo y sobrellevar la relación.
Los ofendidos zonzos destruyen valor hasta anular el vínculo. Los inteligentes solo se pueden valer de esas insanas patrañas de asumirse ofendidos para lograr ciertos beneficios pero pero no llegan a romper vínculos.
Salvo que tengan razón y valoren más la reparacion que la relación.
Pero la posición de ofendido es muchas veces una burda artimaña para marcar la cancha. Decir, hasta ahí, y desatenderse de la evolución del asunto con la intención de cerrarlo y evadirse del entuerto que sea.
Buen negocio.
En mi caso solo me hago una pregunta si me cruzo por la vida con una persona que se ofende.
Si su estado de ofendido es en algo razonable, me predispongo por supuesto a reparar cualquier desliz que haya motivado esa situación.
Pero esto la verdad no me ha ocurrido nunca.
Las pocas veces que alguien se ofendió fue por barullo propio que el ser ofendido supo pergeñar.
Y yo nunca fui responsable de ese cuento.
Con lo cual esas situaciones practicabente inexistentes no me generan la más mínima inquietud que merezca asignarle un solo minuto del tiempo. Solo lo escribo porque es un tema relevante de la cotidianeidad.
Únicamente el ofendido con razón es el que nos puede llevar a asumir la responsabilidad y hacernos cargo del asunto.
Si es que nos interesa obrar con bondad, justicia, y reguardar la relación.
De lo contrario el hombre ofendido podría quedarse sin hablarnos por en resto de nuestras vidas.
Y nosotros podríamos seguir viviendo felices sin su palabra y su presencia.
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