¿Hasta dónde llega la determinación?
Siempre creo en la perseverancia pero hasta un paso antes del capricho.
Si uno se obstina y persiste de manera desmedida puede golpear su cabeza contra la pared.
Una y otra vez.
Y ya saben, somos tiempo.
Así que es mejor menearse, moverse, zarandearse con cierta flexibilidad de algún modo.
Sin perder el propósito, por supuesto. Pero evitando la obstinación y el riesgo consecuente de vivir encaprichado.
Por eso estemos atentos, a nosotros. Y a los demás.
Ustedes dirán por qué escribo esto. Y es que estoy ahora en el piso jugando a los autitos. Estoy esclavo y permanezco de alguna manera imperturbable. Sin capacidad de cambio y mucho menos de revolución, porque Santino me sigue de cerca y me disciplina al instante.
Quiero pararme y sentarme en el sillón, como todo buen viejo que procura la comodidad y sabe lo que es bueno.
Entonces procedo en una insinuación de moderado levantamiento para retirarme del piso. Y antes de que yo esboce un intento minúsculo, dubitativo y zigzagueante, Santino rompe en llanto y parece determinado a lanzarse al piso y golpearse la cabeza con furia.
Espontáneamente me detengo, abro los brazos, me exaspero para que deponga sus determinadas e innegables intenciones.
Y se pausa el mundo de manera abrupta, como si quedáramos congelados.
Es ahí cuando en un abrir y cerrar de ojos se detiene con actitud expectante, como diciendo que no me atreva a intentarlo o siquiera a insinuarlo porque el tormento, la determinación propia del chiquito es irrenunciable y salvo que recomponga el mundo que insinuaba resquebrajarse, todo puede ir de repente para peor.
Y terminar en una suerte de desafortunada desgracia por una convicción determinada que no cesa.
Y, a no dudarlo, es una voluntad que parece ajena. Como si fuera una fuerza externa endiablada que toma el cuerpo del chiquito para acometer cualquier locura.
Esto ocurre habitualmente en la cotidianidad. Hay de alguna manera un amo que define las cosas, y un súbdito que carece de valor para sublevarse.
A la noche por ejemplo es de esperar que quede encerrado en una suerte de carpa en la cama, cuando comienza a decir, a taparnoosss. Y quedamos debajo de las sábanas abstraídos del mundo.
Suelo divertirme un buen tiempo y somos felices en ese momento sublime, esencial de la vida, pero luego quedo apresado.
Sin poder salir, vaya a saber hasta qué hora.
Y ahora como se imaginarán sigo acá, en el piso, jugando con los autitos.
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