La pantomima
En mi familia todos están embaucados en la pantomima. En mayor o menor medida participan de la farsa con distinto grado de habilidad.
Algunos lo hacen con mayor destreza y profesionalismo, con lo cual se mueven como peces en el agua y salen airosos sin pasar advertidos.
La simulación que despliegan con habilidad y esconde siempre la verdad ofrece resultados.
Por supuesto.
Ese es el motivo esencial de la asunción indeclinable de la pantomima y la vocación por actuar como farsantes.
Porque lo que se representa muy bien es la simulación que a los ojos de cualquier persona atenta oculta la verdad que emerge por los poros.
Todos actúan más o menos, y lo hacen con mayor o menor pericia.
Yo los admiro a todos.
A los más hábiles y a los más chapuceros, porque todos participan con entusiasmo del juego.
El que me cansa un poco a veces es el tío que se toma con excesivo empeño el trabajo de simulación.
Se esfuerza tanto en ese propósito que hace tiempo me cuesta compartir una charla burda e insignificante.
Pero lo comprendo porque está compenetrado con el juego y es su trabajo.
Como a todos les gustan las pantomimas y celebran la farsa, se suelen entusiasmar y ensalzar las simulaciones ajenas.
Mi madre me cuenta por ejemplo del sacrificio de algunos familiares o las penurias de otros que parecen pobres diablos y en los hechos tienen un excelente pasar.
Yo he pensado en intervenir cada vez que advierto el sutil engaño de quien ofrece la pantomima con relatos más o menos endebles, pero desisto siempre de hacerlo porque, como les digo, en mi familia se celebra la farsa.
Y la verdad nadie la tolera.
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