La paciencia
Creo que cuando uno se va poniendo más viejo es más proclive a impacientarse por los motivos que fueran.
Aunque siempre tiene la razón.
Por supuesto.
En mi caso motivos nunca me faltan y bien podrían pensar ustedes que si me dispusiera a enumerarlos sería un indeclinable viejo protestón que insinúa firmemente un futuro gruñón tomado por enojos diversos.
Por eso estoy atento a estas predisposiciones que pueden embaucarnos, erosionar nuestros días, afectar nuestra emocionalidad.
Y hacer caer en la trampa.
La impaciencia como toda expresión anímica tiene seguramente sus fundamentos, con lo cual enunciar las vicisitudes que la incentivan primero y manifiestan después, sería innecesario.
Basta creer en la racionalidad de cualquier ser para darle crédito a sus dichos.
Con lo cual si alguien susurra, esboza o confiesa que se está impacientando sepamos todos que el hombre tiene sus razones, que si es alguien racional no está revelando sus caprichos, está diciendo su auténtica verdad.
Y no tenemos que andar nosotros hurgueteándole al pobre hombre la trastienda de su vida para comprender por qué dice lo que dice y conocer las viscicitudes de sus circunstancias.
Si está impaciente, sepámoslo todos.
Por algo será.
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