miércoles, 24 de noviembre de 2021

El chanta

Quisiera yo desenmascarar al chanta. Y lo voy a hacer con total determinación, claridad, sin concesiones.

Procuraré abordarlo para que estemos atentos y evitemos que nos joda con el proceder malicioso que lo caracteriza.

El chanta se cree vivo, y no se da cuenta que es un tonto.

Un verdadero zonzo que se cree más vivo que los demás y que tiene como propósito joder a sus semejantes valiéndose de las tretas más estúpidas. 

El engaño, la trampa, la mentira.

Un chanta es una persona que agarró el peor camino y se vale de artimañas tan precarias y endebles, como la mentira, que siempre tarde o temprano sale a la luz para descubrirlo y ponerlo en evidencia.

El problema del chanta es que si está comprometido con ser chantún, jamás agarrará el buen camino. No hay forma de señalarle que haciendo las cosas bien le va a ir bien, y haciendo las cosas mal, le va a ir mal.

Cree erróneamente que haciendo las cosas mal le va a ir bien.

Una zoncera por donde se la mire.

Pero a los chantas les va bien, puede decir alguien, como me dijo un chanta que tuve la mala suerte de cruzarme por la vida y procuré persuadir de que por ahí solo se encontraba el fracaso.

Si les va bien, es de manera esporádica, circunstancial, propia del corto plazo. Exitos burdos más o menos percibibles, pero tan fugaces como pasajeros.

Exitos precarios que les vuelven como boomerang para ponerlos tarde o temprano en su lugar.

Ningún chanta es en verdad exitoso, es esencialmente un fracasado con todas las letras. Porque en vez de creer en la bondad, el trabajo honesto y la inteligencia, cree en la trampa, la mentira y el engaño, cuestiones que expresan la bajeza de su persona y la maldad de su vida.

Además cuando el chanta está embalado, se entusiasma con la posibilidad de joder al otro en lo que fuera, eligiendo convertirse en un verdadero estafador.

Una de las cuestiones a las que el chanta no puede escapar es a las consecuencias que genera para su propia vida. Valerse de la mentira, la farsa, la maldad y el engaño, genera cotidianeidades trabajosas, sufridas, tensionantes, que nada tienen que ver con el bienestar de la persona.

El chanta actúa y tarde o temprano sufre las graves consecuencias que fomenta.

Siempre veo que el chanta es una pobre persona que construye una vida de mierda. 

Lo mejor es detectarlos a tiempo para alejarse de ellos tan rápido como se pueda, porque se camuflan con bastante habilidad. 

Aunque siempre son descubiertos.






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miércoles, 17 de noviembre de 2021

Los pies para adelante


No uno superando al otro con decisión y sin pausa. 


Los dos juntos en diagonal, frenando.


Seguramente a mí me ha pasado y por algo habrán estado así. Quizás porque el rumbo que debían ir no era el deseado o porque algún factor externo me quería llevar como sea a toda costa.


Otra razón, no encuentro.


Pero en verdad no hablo de mí, que hace tiempo corregí primero esa inclinación que frenaba, lográndome poner en vertical para posteriormente dar pasos con cierto sigilo quizás al principio, y luego sí salir corriendo sin prisa pero sin pausa.


Si no hubiera cambiado esa posición que pienso que quizás tuve por momentos, mi vida sería la misma siempre y a esta altura de los acontecimientos hubiera vivido poco en vez de haber aprovechado al máximo cada año, produciendo quizás sin saberlo un año distinto cada vez, que supera al año anterior y me indica sin el más mínimo resquicio de dudas, que haber logrado ponerme en vertical para superar la frenada, y luego disponerme a caminar y salir corriendo, fue una de las decisiones más inteligentes de mi vida.


Aunque como les decía, no iba a hablar de mí, sino de una persona relativamente cercana, si es que se me permite mentir un poco.


Yo digo, para allá. O para el otro lado. O para donde sea.


Vamos.


Y encuentro que está frenada, con los pies inclinados, sin voluntad de avanzar para sacarle el máximo provecho al tiempo y para construir en esa acción una vivencia mucho más interesante que concluye en ampliar posibilidades y enriquecer la vida.


A veces me pregunto en qué fallo, hasta dónde insistir, si debo aceptar esa elección ajena que en algún punto no me favorece y en verdad me perjudica. 


Y concluyo lamentablemente que hay que dejar al otro tranquilo, que ya explicité la inconveniencia de esa posición con toda la honestidad intelectual posible, que es su elección vivir poco y permanecer frenado.


Mirando el face o la seriecita.


O recluyéndose entre las paredes de cualquier hogar.


Y dejando de alguna manera la vida pasar, mientras otros tratamos de permanecer en pie para ir siempre con decisión hacia adelante creando una mejor vida.







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jueves, 11 de noviembre de 2021

Cross


Se dice que uno escribe siempre lo mismo, cosa que en parte creo que es cierto. Se escribe tal vez lo mismo porque es lo que se tiene para decir.

Dios dirá, bueno Josecito vos martillá con esto. Dale por ahí, persistí, insistí, remarcá. No cedas Josecito, seguí firme con ese mensaje.

¿Algo así?

Quién sabe, la escritura es una dimensión tan extraordinaria como insondable, que tiene muy presumiblemente voz propia. Habla por sí misma, más allá de que el autor se atribuya ser el causante de lo escrito.

En verdad, supongo, lo que emerge en esencia no le pertenece. Es una suerte de vehículo que facilita un decir que debía manifestarse.

Creencias si las hay.

De momento a la escritura es mejor respetarla, tratarla con cuidado, con afecto. Siempre tengo terror de que las palabras se ausenten, que la escritura se enoje conmigo y que no me quede nada más por decir.

Sería como morir en el mundo simbólico, algo que no podría permitirme.

Estoy para decir, para abrir la boca, para hacer que las palabras se desplieguen, que los párrafos avancen diciendo lo suyo, y que se produzcan las perturbaciones necesarias positivas que conduzcan a transformar la realidad en todos los aspectos desbarajustados que sean.

Es bueno que cada uno diga lo suyo y si es necesario que machaque. Que machaque todo lo necesario para ser consecuente quizás con su mensaje esencial. Así cumple presumiblemente con su misión de haber entregado tal vez lo que tenía asignado para decir.

 ¿Y ahora qué iba a decir?

Iba a decir esencialmente eso, que pasen al frente, que no miren para otro lado. Que no se hagan los distraídos ni caigan en la comodidad de los pusilánimes que no se juegan nunca por nada. Que levanten la mano e intercedan cada vez que deban interceder. Que crean en ustedes para decir lo suyo, más allá de los aplausos o silbidos. Eso no cuenta en lo más mínimo. Más allá de la indiferencia, que no tiene ninguna importancia. Lo relevante, lo esencial, lo crucial en este tipo de cuestiones es alzar la voz, proceder a paso firme y decir lo que se tenga que decir.

Le guste a quien le guste. Le pese a quien le pese.

Avancemos.

Los pueblos se empobrecen si acallan sus palabras los impresentables de turno y se corre el riesgo de terminar de rodillas frente a un par de monigotes, que exudan ignorancia y encima suelen estar guiados por la maldad. Mientras viven extraviados en la precariedad del ser que se entusiasma con la posibilidad de hacer daño.

La palabra asegura la libertad, por eso cualquier payaso de turno con aspiraciones a esclavizar a la ciudadanía procura reprimirla, ajusticiarla, silenciarla. 

Deben negar la posibilidad de pensar, de creer que se puede construir otra realidad posible. 

Solo buscan sumisión, ignorancia, esclavitud, cobardía.

Hay que devolver con cross de derecha para que los pueblos alcen la voz, las instituciones se impongan como ocurre siempre en todos los lugares del mundo y la ciudadanía viva con la libertad que se merece.

He dicho.






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domingo, 7 de noviembre de 2021

Los salvadores


Esto ocurre porque esencialmente la sociedad es mayoritariamente infantil y exige, reclama, implora la aparición de un susodicho que la salve de alguna manera. Una suerte de súper hombre o súper mujer que aparezca para decirle cómo son las cosas y resuelva cada uno de sus problemas.

Esto sucede porque hay un mercado de niños desesperados por un padre. Un padre salvador que indique cómo son las cosas y se entusiasme asegurando que va a resolver como sea cada uno de los problemas.

La gente se entusiasma, se ilusiona, cree con el alma en las buenas intenciones del susodicho de turno y espera confiada las elecciones. Cree ilusoriamente que ahora sí, que esta vez por fin las cosas cambiarán y el héroe o la heroína del momento traerá las soluciones que todos imploran.

Esto pasa porque hay un espíritu infantil en las entrañas de la ciudadanía que reclama un salvador que arregle los problemas y si es posible resuelva también su vida.

De ahí los vitoreos, el genuino entusiasmo, las palmadas y elogios a veces sentidos, y con frecuencia desmedidos, de los obsecuentes de turno.

Esto ocurre porque el espíritu infantil está muy arraigado, entonces aparece el susodicho o la susodicha de turno dispuesto a ubicarse en el pedestal del hombre o la señora resolutiva, que sabe todo o casi todo y por fin sacará a los pobres diablos de la desgracia.

Se terminará la malaria y seremos todos felices.

Por fin viviremos en un país normal, digno, donde se les termine el juego a los vivillos que se benefician del esfuerzo de todos mientras los exprimen y ejercitan los discursos parlanchinescos o payasescos. Para todos y todas. 

Donde a cada uno le vaya bien y no gaste la vida sufriendo los perjuicios que le impone un país bananero que amaga con ir al comunismo para el fracaso colectivo. Y donde todos se quieren ir menos los que viven de los demás y los que aún no lograron la ciudadanía.

Ya es tiempo que las cosas vuelvan a su lugar. Y ahora sí, vamos a salvarnos.

Necesitamos héroes verdaderos. Basta de simuladores.

Y esto no quiere decir que los salvadores no tengan buenas intenciones en muchos casos. O quizás en todos los casos. Quiere decir solamente que el espíritu infantil preponderante debe ser advertido a tiempo para que la realidad luego no vuelva a defraudarlo como ocurre sistemáticamente en la Argentina una y otra vez.

Sepamos compatriotas que ningún salvador va a salvarnos.

Es triste, pero es así.

Si nos vamos a salvar va a ser por el esfuerzo, el compromiso y el proceder que cada uno asumamos. Que es el granito de arena esencial que suma al conjunto.

Nos vamos a salvar por obrar como buena gente, por honrar los sanos valores y por rechazar de plano las prácticas mediocres e insanas de la viveza criolla.

Por ir por el buen camino y no creer en atajos, por eso nos vamos a salvar.

Por no rendirnos, por trabajar.

Por ponernos en guardia cada vez que un farsante nos quiere estafar.

Solo nosotros nos vamos a salvar.

Aceptemos la realidad con madurez de una buena vez y hagamos lo que podamos.

Votando por supuesto a quien creemos que va a salvarnos. Pero sepamos que es solo un representante de la filosofía que sustentamos.

Los protagonistas son cada uno de los ciudadanos.

Viva la libertad.





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jueves, 4 de noviembre de 2021

El desmérito


Es triste que se pretenda hacer creer que lo que está mal está bien. Es como pretender engañar, propender a fomentar disvalores en la sociedad que como es de esperar conducen a mal puerto.

En este caso, al puerto de la vagancia, debilidad, holgazanería, falta de esmero y carencia de ímpetu para la superación.

Un verdadero despropósito.

Solo quienes pueden estar comprometidos con la mediocridad que se caracteriza esencialmente por creer que todo es lo mismo pueden ser abanderados de semejante extravío. Porque el desmérito no constituye ninguna virtud, sino que representa esencialmente la degradación del ser humano.

Las personas no están para ser menos de lo que pueden ser ni para vanagloriarse de su falta de desarrollo, por el contrario, están para más, para ser la mejor versión de sí mismas, hacerse cargo de la extraordinaria bendición de tener potencialidades y desplegarlas en beneficio propio y ajeno.

El mundo se enriquece con cada persona que se esmera, se esfuerza, se hace cargo de desplegarse para ampliar sus posibilidades y para impactar positivamente en el mundo.

Justificar por qué está mal lo que dicen que está bien, es en verdad una desgracia, otro hecho lamentable de la decadencia. 

Hay que explicar lo básico, persuadir por el camino de los sanos valores, convencer sobre obviedades que increíblemente están cuestionadas por parlanchines de turno que sin querer queriendo procuran imponer concepciones que en vez de estimular al crecimiento personal, instan a replegarse, a ser menos, a no hacerse cargo de la superación personal.

En definitiva, a fomentar personas más débiles, más necesitadas, más ignorantes, más dependientes de salvadores truchos, mediocres, hipócritas e incapaces, que no saben ni quiénes son y pretenden dar cátedra gritando a viva voz lo que dicta su ignorancia.

Es increíble que vivamos estos tiempos, que los incapaces se envalentonen, hagan gala de la mediocridad y actúen convencidos de que son próceres.

Se me seca la chucha, dijo una legistaldora. Así estamos.

Inmersos en una desgracia impúdica que actúa con elocuencia.

Observemos y procedamos desde nuestras circunstancias para volver a poner las cosas en su lugar. 

Que la decadencia se acentúe o repliegue es una responsabilidad de todos.

No de todes. 





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viernes, 29 de octubre de 2021

El viejo Juan

Veo una foto y sospecho que está fallida. Veo al tiempo otra foto y vuelvo a sospechar que está fallida. Es la luz, el encuadre, no sé. Algo hizo que me vea demasiado viejo. 

Veo otra foto.

El mismo resultado que ahora rechaza la suposición. No es el encuadre, no es la luz, no es no sé qué cosa que me muestra muchísimo más viejo de lo que soy. 

Es la realidad.

Ahora soy yo víctima de la vejez que viene a buscarme y va operando de manera silenciosa pero persistente sobre mi cuerpo, porque aún creo que no ha calado en mi ser. Pero debo reconocer que la vejez avanza de manera innegociable y decidida, lo hace con sigilo, quizás a diario o peor aún, minuto a minuto.

Maldita vejez traicionera.

Uno anda distraído mientras ella desde el silencio y sin siquiera percatarnos opera. Avanza de manera inalterable y hace de las suyas. Seguramente con los aspectos visibles pero también con los invisibles, porque no creo que discierna sobre algunas partes del cuerpo y olvide avanzar sobre otras que se encuentran en nuestro interior, ¿no?

Solo se elocuencia cuando el avance es más notorio e indisimulable. Cuando ya la foto dice lo que tiene que decir y expresa la verdad que se manifiesta con evidencia.

Es ahí cuando podemos pescar a la vejez expresándose. Lo hace en el rostro con alguna arruga o alguna forma menos fresca y claramente distinta a la que teníamos antes.

En esos momentos podemos ver que el trabajo silencioso y persistente queda en evidencia. Emerge de manera irrechazable frente a nuestros ojos.

Estoy en desacuerdo con la vejez.

Digo, como para sintetizar. Además, para ser más claro, estoy también en desacuerdo con la muerte. Me parece una estupidez la gente que se consuela diciendo que es mejor la finitud porque si no nada tendría sentido.

Por favor, somos grandes.

Y no tarados.

Déjenme a mí vivito y coleando, que sin finitud vivo intensamente y le saco provecho a la vida a más no poder. No necesito morirme ni saber que a la vuelta de la esquina me muero.

¿Me pierdo lo que sigue?

Puede ser, muy presumiblemente sea, pero acá está bien. 

Soy conformista.

Que puede haber algo mejor, que quizás el paraíso es una fiesta, que puede haber éxtasis, celebración, sexo desenfrenado, o churros sin costo.

No voy a desmentir ni tampoco reafirmar. Respeto todas las creencias inclusive las mías que debería terminar de descubrirlas.

Pero sobre la vejez tengo un primer rechazo. No estoy de acuerdo. Como tampoco estoy de acuerdo con la muerte.

Aunque la vejez de apariencias tampoco me atormenta. Me miro y lo veo, pero no me conmueve ni me inmuta. Son las reglas de juego.

Igualmente a la vejez del cuerpo la procuro delimitar ahí, que no avance mucho más. Hasta el momento no percibo que haya avanzado sobre la vejez del ser. Eso me preocuparía mucho más y me bajonearía bastante.

Por eso no voy a permitirlo. Presentaré batalla.

Es cierto que camino más de lo que corro, pero ando en monopatín y siempre siento que la vida recién empieza. Veo muy poco para atrás y mucho para adelante.

El pasado no me pesa, y al centrarme en el presente buscando siempre el futuro, siento que renazco. Que adelante hay mucho más por vivir que atrás. Algo que creo que conviene sentir hasta el último día de nuestras vidas. 

Me sale así, por suerte.

Aunque si no me saliera así, haría que así me salga.

Y si bien no bailo con un vaso de whisky en la cabeza arriba de un parlante, ni participo de noches tan memorables como desenfrenadas, aún siendo un padre de familia, un hombre hecho y derecho, que asiste a sus obligaciones, honra con total compromiso sus trabajos y asentó cabeza en apariencias como Dios y la sociedad demanda, siento en lo más profundo de mis entrañas, que estoy hecho un pibe.

Soy un niño que no doblega la vejez.

Aunque debo reconocer que procede y no quiero que se venga con achaques.

Que se quede ahí, quietita ahí.

Estaré vigilando.





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viernes, 22 de octubre de 2021

¿A quién votamos?

Podría yo ser sigiloso, andar con pies de plomo, medir mis palabras.

Obviamente no lo haré.

Me asusta de solo pensarlo. Porque el pensamiento es la primera instancia para posibilitar la acción y hay que tener cuidado de caer en la trampa de ciertos pensamientos que nos lleven por rumbos equivocados. Los que van directo al lugar del acomodaticio, por ejemplo.

Cuando uno piensa que es por allá, empieza a mirar por allá. Y en cualquier momento camina para allá.

Ojo con el pensamiento. 

Si no se mira para otro lado, el rumbo no se cambia y uno va avanzando casi sin saberlo en la dirección pensada.

Hasta puede creer que es la única posible.

Por eso es bueno detenerse y volver a preguntar.

¿Qué?

Si el pensamiento este que tenemos o nos está teniendo es conveniente. Por ejemplo.

¿A quién votamos?

No sé ustedes, pero yo voto al que se juega por sus convicciones. A quién habla sin titubeos y entrega cuerpo y alma a lo que piensa. 

Me gusta el ser batallador que se lanza al mundo para gritar sus verdades aún cuando a veces pueda estar equivocado. El solo hecho de que no mida sus palabras me hace pensar más en su autenticidad que en su eventual locura.

De hecho en un mundo de pusilánimes, quien se juega por lo que piensa está loco.

De ahí que hay tantos chupamedias dispuestos a entregar su dignidad u ofrecerla por dos pesos. Un gancia y dos maníes.

O la foto, la foto con el mandamás de turno.

En fin, nada me gusta más que el hombre que se juega por sus convicciones. 

Ni loco votaría a alguien que me habla como si fuera un angelito. Desconfiaría desde el inicio, por la convicción de que no hay angelitos de pura cepa. Y si alguien se esfuerza por representarlo es porque carece esencialmente de esa virtud. 

Es de alguna manera un impostor.

Un farsante que quiere engatusarnos, para que nosotros pobres ilusos, lo votemos. 

Me parece peligroso.

Huyo antes de que cualquiera ejerza ese rol porque no le creo. Así de desconfiado soy. Aunque todos tenemos algo de angelitos, no somos angelitos de pura cepa.

Tristemente.

De ahí quizás que también me gusta quien se juega por lo que piensa y habla con voz grave, sin pedir permiso ni caer en titubeos. Casi que no me importa que pueda tener deslices o decir algo inconveniente, o tener algún traspié. 

El solo hecho de que el hombre se abra paso y juegue su existencia en cada una de sus convicciones me despierta el respeto y la admiración. Esencialmente porque representa el ser opuesto a los tibios que nunca se juegan por nada.

Me gustan los titanes, los quijotescos. Los que dan batallalla. La antítesis de quienes se esfuerzan en representar el espíritu mediocre del camino del medio. Esos son siempre los más peligrosos, porque como van para un lado, van con la misma desfachatez para el lado opuesto.

Si voy a votar a alguien prefiero que sea alguien que no se anda con chiquitas, que habla como debe hablar la persona que se juega por lo que piensa y que no se acomoda a las circunstancias para decirle al otro lo que quiere escuchar.

Votar a quien claramente dice lo que va a hacer es una tranquildiad, porque si voy a estar entre los engatusados, seré engatusado elocuentemente. No por alguien que tal vez puede hacer una cosa y tal vez puede hacer otra, según la audiencia que lo escucha.

Cada uno debiera votar obviamente a quien quiera. Todos tenemos la ilusión de que los representantes serán honestos y obrarán en consecuencia a lo que prometieron.

Si así no lo hicieren, nunca nadie se lo demanda. A lo sumo el pueblo hace tronar el escarmiento en las urnas para propinarle una buena paliza. Una paliza memorable y eterna. Una paliza que dignifica al votante que fue burlado, ultrajado y hasta meado en su cara. Una paliza para que recuerde que ellos no son tan vivos y los ciudadanos no son tan tontos.

Tal vez las elecciones sirven esencialmente para eso, para resarcir la burla.

Para mearlos en la cara.





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viernes, 15 de octubre de 2021

¿Qué veo?


¿Qué veo? Veo decadencia, decadencia por todos lados. Una decadencia impúdica, empecinada. Decadencia caprichosa, determinada y persistente.

Maldita decadencia que lo abarca todo. 

Desde la caca de perro en las veredas, hasta el tonto que pone a todo volumen en cualquier espacio público el detestable parlante bullanguero. Desde los que pasan con todo en auto en plena rambla de Mar del Plata a velocidad de descerebrados, hasta no sé cuántas cosas más.

Infinitas cosas más, interminables cosas más.

Veo también el riesgo de transformarme en un señor rezongón que sufre la existencia. Reclama silencio, reclama piedad, reclama el ejercicio de sanos valores en donde fuera y se encuentra con lo contrario. 

Exactamente lo contrario.

No en una situación, sino en una sucesión de situaciones interminables que no cesan y al parecer se retroalimentan en una suerte de bola de nieve que poco a poco, de manera inalterable pero decidida, lo van arruinando todo. Afeando todo, degradando todo.

Veo una proliferación de seres extraviados, pícaros, maliciosos, degradados por voluntad propia que en las circunstancias que fueran proceden con la zoncera de la viveza criolla. 

¿Dónde fueron a parar los genios, los seres humanos que con su accionar hacen que sintamos orgullo por las virtudes que pueden ejercer las personas?

Calmate, está repleto de buena gente.

No, estoy quejoso. Quejoso por convicción, porque la queja puede ser también productiva si provoca, si molesta, si incita a la acción para no convalidarlo todo, mucho menos el despropósito.

Aunque no está bueno ir por ahí, intoxicarse e intoxicar. Pero creo que un poco el enojo, el grito de guerra, la confesión honesta de que la piedra está en el zapato y es mejor verla, es una instancia tan necesaria como crucial para hacerse cargo de ella y que de alguna manera hagamos algo para sacarla.

No voy a convencer a nadie para que mire para otro lado porque convalidaría lo que está mal para reafirmarlo. Y ejercería con esa actitud el papel mediocre del ser humano que cree siempre en la tibieza y nunca se juega por nada.

La piedra la tenemos todos.

¿Qué veo?

No sé, veo a Santino que está revoloteando por el departamento, ejerciendo el rol con dignidad de niño terremoto capaz de dar vuelta todo y abrumarme con los juguetes, que poco a poco va trayendo al living hasta ocupar sin exagerar casi todo el piso. Situación que primero me pone en guardia y luego me moviliza casi con espontaneidad a hacer lo mío, que es esencialmente proceder sigiloso sin que se de cuenta retirando de a un juguete con la aspiración de volver a la normalidad cuanto antes.

Hasta que lo advierte y se arma el despelote.

Viene Santino por detrás de mi último intento de retirar el juguete y con un grito tan efectivo como intolerable logra que repliegue mis pasos, pida disculpas y reclame piedad para que como sea por favor cese de ejercer esos alaridos desenfrenados y torturadores que ejecuta con destreza.

El mundo vuelve a la normalidad rápido, porque Santino procede con la determinación de quien sabe lo que quiere. Camina hasta el cesto, busca y trae los juguetes uno a uno, hasta volver todo a su lugar de inicio.

Me mira con cara de no vuelvas a intentarlo. 

Y acá, no pasó nada.

Me lanzo al sillón como un hombre vencido que intentará volver al mundo a través de la pantalla de la notebbok mandando mails y enviando vaya saber qué cosas laborales a compañeros de trabajo.

Pero si me distraigo veo que vuelvo a la queja y me parece mentira que hasta las figuras más jerárquicas de la burocracia se encuentren degradadas. 

Que se quieran hacer control de precios, como una genialidad para resolver lo que jamás se resuelve con control de precios.

No sé, veo todo oscuro, negro, maloliente.

Veo que no es para allá, para Venezuela, que con las políticas motivadas por el resentimiento se fomenta muchísimo menos productividad, se reduce el empleo, se estimula la recurrente ida del sector productivo, se fomenta negligentemente la huida de la inversión que generaría emprendimientos, y se produce consecuentemente más pobreza para todes.

Otra estupidez propia de revolucionarios truchos que luchan por imponer la zoncera a todos así hablamos como unos tarambanas y hacemos gala de la destreza de la estupidez aplicada al ser humano en una de las dimensiones más notables que podría enaltecerlo pero claramente puede también bobearlo.

El ejercicio del habla.

Dicho esto y para terminar, si bien podría decir muchas otras cosas que veo, insto a todos los compatriotas a no replegarse sobre el avance decidido y determinado de la zoncera, no dejemos que se arruine el hermoso país que tenemos.

Hay que frenar a los tontos desde el lugar que tenga cada uno como sea.

La vida es corta y no permitamos que arruinen todo lo que está a su alcance.

Ofrezcamos batalla hasta el triunfo definitivo.

Que no se vaya nadie más, que no se resigne nadie más. La zoncera circunstancial reinante y el resentimiento preponderante pronto será suplantado por la inteligencia.

A luchar para que no haya más caca de perros en las calles, que no anden a velocidad de descerebrados los potenciales asesinos del volante, que no avancen más políticas perjudiciales motivadas por los perdedores y resentidos que nivelan para abajo, que los chantas vuelvan al lugar de la intrascendencia, que no se arruine más la cotidianidad ni el país.

A triunfar, la victoria es nuestra.





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