El viejo Juan
Veo una foto y sospecho que está fallida. Veo al tiempo otra foto y vuelvo a sospechar que está fallida. Es la luz, el encuadre, no sé. Algo hizo que me vea demasiado viejo.
Veo otra foto.
El mismo resultado que ahora rechaza la suposición. No es el encuadre, no es la luz, no es no sé qué cosa que me muestra muchísimo más viejo de lo que soy.
Es la realidad.
Ahora soy yo víctima de la vejez que viene a buscarme y va operando de manera silenciosa pero persistente sobre mi cuerpo, porque aún creo que no ha calado en mi ser. Pero debo reconocer que la vejez avanza de manera innegociable y decidida, lo hace con sigilo, quizás a diario o peor aún, minuto a minuto.
Maldita vejez traicionera.
Uno anda distraído mientras ella desde el silencio y sin siquiera percatarnos opera. Avanza de manera inalterable y hace de las suyas. Seguramente con los aspectos visibles pero también con los invisibles, porque no creo que discierna sobre algunas partes del cuerpo y olvide avanzar sobre otras que se encuentran en nuestro interior, ¿no?
Solo se elocuencia cuando el avance es más notorio e indisimulable. Cuando ya la foto dice lo que tiene que decir y expresa la verdad que se manifiesta con evidencia.
Es ahí cuando podemos pescar a la vejez expresándose. Lo hace en el rostro con alguna arruga o alguna forma menos fresca y claramente distinta a la que teníamos antes.
En esos momentos podemos ver que el trabajo silencioso y persistente queda en evidencia. Emerge de manera irrechazable frente a nuestros ojos.
Estoy en desacuerdo con la vejez.
Digo, como para sintetizar. Además, para ser más claro, estoy también en desacuerdo con la muerte. Me parece una estupidez la gente que se consuela diciendo que es mejor la finitud porque si no nada tendría sentido.
Por favor, somos grandes.
Y no tarados.
Déjenme a mí vivito y coleando, que sin finitud vivo intensamente y le saco provecho a la vida a más no poder. No necesito morirme ni saber que a la vuelta de la esquina me muero.
¿Me pierdo lo que sigue?
Puede ser, muy presumiblemente sea, pero acá está bien.
Soy conformista.
Que puede haber algo mejor, que quizás el paraíso es una fiesta, que puede haber éxtasis, celebración, sexo desenfrenado, o churros sin costo.
No voy a desmentir ni tampoco reafirmar. Respeto todas las creencias inclusive las mías que debería terminar de descubrirlas.
Pero sobre la vejez tengo un primer rechazo. No estoy de acuerdo. Como tampoco estoy de acuerdo con la muerte.
Aunque la vejez de apariencias tampoco me atormenta. Me miro y lo veo, pero no me conmueve ni me inmuta. Son las reglas de juego.
Igualmente a la vejez del cuerpo la procuro delimitar ahí, que no avance mucho más. Hasta el momento no percibo que haya avanzado sobre la vejez del ser. Eso me preocuparía mucho más y me bajonearía bastante.
Por eso no voy a permitirlo. Presentaré batalla.
Es cierto que camino más de lo que corro, pero ando en monopatín y siempre siento que la vida recién empieza. Veo muy poco para atrás y mucho para adelante.
El pasado no me pesa, y al centrarme en el presente buscando siempre el futuro, siento que renazco. Que adelante hay mucho más por vivir que atrás. Algo que creo que conviene sentir hasta el último día de nuestras vidas.
Me sale así, por suerte.
Aunque si no me saliera así, haría que así me salga.
Y si bien no bailo con un vaso de whisky en la cabeza arriba de un parlante, ni participo de noches tan memorables como desenfrenadas, aún siendo un padre de familia, un hombre hecho y derecho, que asiste a sus obligaciones, honra con total compromiso sus trabajos y asentó cabeza en apariencias como Dios y la sociedad demanda, siento en lo más profundo de mis entrañas, que estoy hecho un pibe.
Soy un niño que no doblega la vejez.
Aunque debo reconocer que procede y no quiero que se venga con achaques.
Que se quede ahí, quietita ahí.
Estaré vigilando.
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