jueves, 4 de noviembre de 2021

El desmérito


Es triste que se pretenda hacer creer que lo que está mal está bien. Es como pretender engañar, propender a fomentar disvalores en la sociedad que como es de esperar conducen a mal puerto.

En este caso, al puerto de la vagancia, debilidad, holgazanería, falta de esmero y carencia de ímpetu para la superación.

Un verdadero despropósito.

Solo quienes pueden estar comprometidos con la mediocridad que se caracteriza esencialmente por creer que todo es lo mismo pueden ser abanderados de semejante extravío. Porque el desmérito no constituye ninguna virtud, sino que representa esencialmente la degradación del ser humano.

Las personas no están para ser menos de lo que pueden ser ni para vanagloriarse de su falta de desarrollo, por el contrario, están para más, para ser la mejor versión de sí mismas, hacerse cargo de la extraordinaria bendición de tener potencialidades y desplegarlas en beneficio propio y ajeno.

El mundo se enriquece con cada persona que se esmera, se esfuerza, se hace cargo de desplegarse para ampliar sus posibilidades y para impactar positivamente en el mundo.

Justificar por qué está mal lo que dicen que está bien, es en verdad una desgracia, otro hecho lamentable de la decadencia. 

Hay que explicar lo básico, persuadir por el camino de los sanos valores, convencer sobre obviedades que increíblemente están cuestionadas por parlanchines de turno que sin querer queriendo procuran imponer concepciones que en vez de estimular al crecimiento personal, instan a replegarse, a ser menos, a no hacerse cargo de la superación personal.

En definitiva, a fomentar personas más débiles, más necesitadas, más ignorantes, más dependientes de salvadores truchos, mediocres, hipócritas e incapaces, que no saben ni quiénes son y pretenden dar cátedra gritando a viva voz lo que dicta su ignorancia.

Es increíble que vivamos estos tiempos, que los incapaces se envalentonen, hagan gala de la mediocridad y actúen convencidos de que son próceres.

Se me seca la chucha, dijo una legistaldora. Así estamos.

Inmersos en una desgracia impúdica que actúa con elocuencia.

Observemos y procedamos desde nuestras circunstancias para volver a poner las cosas en su lugar. 

Que la decadencia se acentúe o repliegue es una responsabilidad de todos.

No de todes. 


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