Las palabras
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Publicado por Juan Valentini 0 comments
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Hace tiempo me acostumbré a observar que los tontos hablen con la convicción de los inteligentes.
La auténtica humildad me permite resistir esas instancias y observarlas desde el más profundo de los mutismos.
Me cuesta en verdad porque estoy acostumbrado a escuchar y leer a personas muy inteligentes. Por eso cuando se manifiesta un tonto en áreas que lo exceden con la seguridad de quien tiene las certezas, lo advierto enseguida.
Es una elocuencia grotesca.
Y pasa más seguido que nunca. Con lo cual uno debe de alguna manera aggiornarse, resistir, y aguantar como sea si no tiene posibilidad de escape.
El tonto suele ser un verdadero experto de los temas más diversos y se maneja con la soltura de quien realmente sabe sin advertir que es un ignorante de la materia.
Habla entonces con elocuencia y determinismo de las más diversas cuestiones para las cuales mucha gente inteligente se preparó toda la vida.
Pero el tonto no advierte siquiera eso. Puede estar con una eminencia que sobrevalora su propia intervención y cree en su palabra, por más que no haya leído un libro sobre el tema que aborda en su vida.
Es realmente duro escuchar al tonto hablar como si supiera en cuestiones que no tiene la más mínima idea.
Duro es también advertir que se encierra en sus visiones, cuando su palabra tiene incidencia en la realidad, sin advertir la elocuencia de sus errores.
Debe pensar que el sentido común llega hasta donde vive el profesionalismo.
Es frecuente que al tonto le sobre seguridad y le falte humildad para escuchar y aprender.
Por eso queda subsumido en su zoncera. Y no puede avanzar en su aprendizaje porque cree que sabe lo que no sabe.
En un mundo donde uno convive con tanta gente inteligente y preparada, donde se enriquece y aprende todos los días de la extraordinaria lucidez ajena, lo único evidente y claro es que el tonto salta siempre a la vista.
Es increíble cómo se hace notar.
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La posibilidad de quedarse encerrado en sus propias verdades y creencias es muy sencilla, basta con tapar los oídos y cerrar los ojos a la realidad.
Con ese burdo truco uno queda embaucado en sí mismo, no tiene que afrontar problemas y puede residir en paz hasta que la realidad a consecuencia de esa actitud tarde o temprano se manifieste.
Esto es tan válido para escuchar a los otros como para escucharse a sí mismo.
Es claro que la tentación a evitar problemas nos puede incitar a obrar como niños en vez de asumir responsabilidad y tomar cartas en el asunto.
Mirar para otro lado es una técnica fácil, rápida y sencilla.
De esa manera uno puede mantenerse distante o ajeno al problema que fuera.
La comodidad de evitar afrontar situaciones en vez de tener que vérnosla con la realidad es una tentación para cualquiera.
Pero no resuelve ningún problema.
Es más, lo más esperable es que lo agigante y la situación que fuera se ponga cada vez peor.
Todo por la cobardía, la supuesta comodidad y el espíritu miedoso que prefiere esperar o esquivar problemas hasta que se hacen evidentes.
Quizás no diría todo esto si no fuera porque hace una semana me duele la muela y debo terminar el escrito para sacar turno con el dentista.
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El ser humano es bastante tonto en muchos de sus aspectos, entre ellos la disciplina que lo lleva a lo que hay que hacer. A lo que supuestamente debe hacer. Queda así atrapado a sí mismo por voluntad propia, como si tuviera una obligación impostergable de la que no se puede escapar.
En algún sentido estamos maniatados, encerrados en nosotros mismos y en directrices que honramos sin siquiera forcejear o rebelarnos. Somos lo que somos y así andamos, entrampados por voluntad propia. Enredados en un deber ser que en la adustez es autoimpuesto.
¿A quién vamos a echarle la culpa?
¿A nuestros padres, a la abuelita, al sacerdote? Cualquier adulto que no se mienta sabe que hay un único responsable. Y es el que aparece al mirarse al espejo. Después, claro, uno pude balbucear, decir, suponer y hasta convencerse que hay un otro u otras circunstancias a las que bien puede referir, que son las verdaderas causantes de su ser. Que si a uno le permiten explicar con minuciosidad el otro va a entender de lo que hablamos. Porque, qué duda cabe, los hechos, los vericuetos de la vida, la palabra ascendente de cualquier mayor que habló con convicción hizo mella en la mente del niño y entonces así son las cosas. El niño puede cobrar forma de adulto pero esas implicancias lo persiguen como a la sombra y hasta lo constituyen.
Ahí está.
Entonces el adulto mayor es en verdad un niño alineado, que ha sido tan pero tan pusilánime que no ha logrado rebelarse a sus predichos, construir su propia filosofía y desalinearse de lo pautado. De lo que se le ha dicho e indicado para transitar la existencia.
El sendero correcto.
El que se espera de todo buen mayor para resguardar su respetabilidad, no generar discordancia con la manada y preservar la aburrida comodidad que le aporta la previsibilidad.
Yendo también, por qué no, a misa todos los domingos.
Metáfora que no debiera enojar a nadie, porque solo se usa para contribuir al desarrollo de un concepto, de una idea que se procura problematizar y compartir.
La idea de la alineación y previsibilidad, que pude muy bien ser genuina y auténtica. Nadie va a decir que está mal ser previsible, cómodo, disciplinado y aburrido. Cualquiera puede ser todo eso junto o algo de eso si quiere o le apetece. O bien es por descuido.
Es decir, sin darse cuenta.
Porque seamos sinceros, no todos reflexionan, piensan y problematizan. Muchos semejantes son sin mayores entuertos. Viven.
Y sanseacabó.
Es una postura, una posición ante la existencia que también genera inquietud. Quizás son más vivos, más avispados. No se enredan en las palabras, solo se lanzan a la experiencia. Pueden quizás estar por voluntad propia en una dimensión más honesta, clara y profunda. Sin mediación simbólica alguna.
Con lo cual residen en el vivir sin mayores trámites.
No hay nada que objetar, solo que inquieta. Y no está mal observarlo. Es razonable ser respetuoso del otro, de sus arbitrariedades y de sus decisiones. Si uno pretendiera que el otro fuera como quisiera que fuera, estaría en problemas. En especial porque la decisión primera y definitiva es del otro. Con lo cual podemos influenciarlo y procurar persuadirlo, pero no determinarlo. Aún usando todos los trucos habidos y por haber, y siendo el otro despojado de recursos reflexivos, el poder definitivo reside en él porque es quien resuelve sus decisiones.
De manera que cada uno puede preguntarse qué tan alineado está. Cuánto cercano reside a la existencia. Y también podría preguntarse por este tema de la alineación.
¿Hace la vida que quiere o no?
Me inquieta la situación porque hace varios días que quisiera estar liberado de mí mismo y hacer lo que se me antoja. Pero estoy disciplinado, customizado y alineado.
Me falta rebeldía.
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El nombre es complicado y no hice el esfuerzo de retenerlo. Pero busqué en YouTube unos videos y encontré más contenido.
A la una de la mañana puse a este hombre en una congregación budista y observé con atención todo lo que decía.
Hablaba pausado, en calma. Como si estuviera habitando la profundidad de la paz, instalado en el presente con cuerpo y alma.
Luego abrí otro video que me llamó la atención. Tenía más de 5 millones de vistas una entrevista que le habían hecho en un canal norteamericano.
Voy a seguir profundizando en el bienestar del silencio, la meditación y la calma mental.
Sospecho que habitar el presente nos hace partícipes de la profundidad de la existencia, apacigua el ruido mental, aporta lucidez y fomenta el bienestar.
Creo que el hombre enojado que está adentro mío está haciendo las últimas rabietas. Debe sospechar que lo quieren domesticar.
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No me enoja el hombre que no sabe.
El que me hace calentar es el hombre que no sabe y afirma como si supiera. Hace aseveraciones determinantes y no sabe un carajo. Pero habla con la certeza del hombre que en verdad sabe, cuando desconoce hasta lo más esencial.
Ejercito la paciencia pero tener que escuchar al hombre que no sabe hablando como si fuera un hombre que sabe es un verdadero suplicio.
El problema no es que hable como si supiera, es que afirma y asevera cosas que no se corresponden con la realidad. Entonces hay que escucharlo afirmar estupideces.
No se trata de estar de acuerdo o no, ese no es ningún problema. Por el contrario nada es más enriquecedor que escuchar a quien piensa diferente. El tema complicado es escuchar a quien hace afirmaciones que no se corresponde con la realidad.
Es como que diga, miren esta hoja es negra.
No, no es negra.
Todos la vemos, es blanca. Bien blanca.
Es un dato objetivo de la realidad. Lo puede corroborar cualquiera.
Negra no, blanca.
En fin, yo estoy grande para andar perdiendo el tiempo vinculándome con el hombre que no sabe y se encapricha en dar certezas que no se corresponden con la verdad. Encima se ofusca si cualquiera le indica que la aseveración es errónea, objetivamente equivocada.
El tema es que uno se pone grande y ya no tiene tiempo para perder en cuestiones básicas.
Ustedes verán lo que hacen pero yo, Juan Manuel, no pierdo un minuto más de mi vida con el hombre que no sabe y se encierra en sus mentiras.
Que se embauque él mismo, yo me voy a jugar.
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