Palabras gastadas
Nadie lo advierte pero las palabras se gastan. Se estropean.
Pierden fuerza, valor, sentido.
Nadie escapa a esa condición y está siempre sujeto a que sus palabras se vayan menguando hasta gastarse de manera más o menos definitiva.
Cuidar la palabra es el principal reaseguro. Soltarla de manera impulsiva o imprudente es el acto más riesgoso. Porque se la lanza sin mayor racionalidad y sustento, exponiéndola a las degradaciones propias de cualquier circunstancia que facilitan la aparición de la inconsistencia sobre las mismas.
Hay cuestiones que son fáciles de observar pero a veces no se advierten. El uso excesivo de la palabra puede hacer que la persona pase de ser retórica a ser parlanchín. Entonces esa sucesión de palabras interminables van erosionado la fuerza de lo dicho y degradan las posibilidades de la voz.
Ser parlanchín es otro riesgo.
Tentados por los aplausos, las loas, el ego que reclama reconocimiento, más de uno abre la boca o se lanza a los medios con voluntad indeclinable. Si no maneja bien la situación y adquiere la habilidad de la pericia en el habla, reitera, se enrosca, da vuelta una y otra vez en lo ya dicho, y la voz interesante y novedosa que conllevaba quizás elucidaciones destacables, se va degradando por efecto de la reiteración y la recurrencia.
Dice siempre lo mismo.
Pero quizás la palabra que más se gasta es la que tropieza con la inconsistencia una y otra vez. La lleva siempre el ser acomodaticio que tiene la malsana habilidad de orquestar las palabras para la ocasión.
Le dice a cada uno lo que quiere escuchar.
O a cada público lo que quiere escuchar.
Luego se da vuelta, y si se encuentra con una audiencia distinta, sin sonrojarse ni ponerse colorado, vuelve al escenario a hablar con la determinación de quien quiere mostrarse convencido.
Y dice con igual ímpetu lo contrario a lo que decía.
Hace ademanes, grita. Es capaz de jurar y perjurar.
Pero en esa instancia donde la evidencia revela las contradicciones insalvables, el habla por más estridente que fuera carece de posibilidades, porque se elocuencia ajena a la verdad.
Cuando la palabra se gasta la voz es una catarata de sonidos que sólo hacen ruido.
Pero para quien escucha, nunca dice nada.
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