Lunes otra vez
El ánimo viene a buscarme hoy sin que le haya hecho nada.
Es lunes, es cierto. Pero eso no tiene nada que ver. Salvo en el peor de los casos podría ser una reminiscencia del pasado, que quedó marcada a fuego en mi cuerpo, en mi alma.
El lunes fue a todas luces una desgracia. Una determinación caprichosa e indeseable que se imponía semana a semana.
Uno podía forcejear, mal decir, reclamar el despropósito pero el lunes de manera inalterable se manifestaba, para notificar que eran las 7 de la mañana, y uno debía levantarse contra su voluntad, asumir el frío irreversible del invierno de Pringles y salir al colegio a convalidar la situación de esclavizarse por decisión ajena.
Luego debía hacer fila, cantar a la bandera, esperar que vaya alguien al patio a buscarla, marchar hacia el aula, aguardar a que la maestra tome lista, decir presente y quedar expuesto al mundo que se manifestaba, sentado desde un banco que consumía el tiempo y actuaba como una celda imposible de escapar.
Es quizás esa docilidad o flaqueza del ser pequeño que devuelve la tristeza del lunes en su alma. Maniatado persistió incontables días y esos recuerdos presumiblemente olvidados lo constituyen y le rememoran que el lunes es un día indeseado e innegociable.
Uno cree que es libre con el tiempo pero se equivoca.
El lunes siempre está ahí.
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