viernes, 4 de septiembre de 2020

El hombre desconfiado


No es un tonto el hombre desconfiado, es en algún aspecto importante de su ser un hombre previsor que lo que hace es resguardarse ante la posible eventualidad de ser engañado o embaucado como consecuencia de la degradación de valores que proliferan y se despliegan en la sociedad.

Por eso el hombre desconfiado anda atento y se mueve de algún modo sigiloso, con las antenas paradas, procurando evitar caer en cualquier trampa que se le presente.

Siempre el engaño está al acecho y siempre por esos menesteres, el hombre desconfiado debe permanecer alerta, expectante, atento a no ser presa fácil de cualquier vivillo de turno que podría aprovecharse de él.

Cosa que le ocurre al hombre demasiado confiado, que es burlado una y otra vez, mientras constata en la vida que su actitud confianzuda, impulsada por las mejores expectativas, le juegan una vez más otra mala pasada, ocasionándole los perjuicios consecuentes y los altos precios que esa actitud tan loable como bien intencionada, le hacen pagar.

De ahí que es conveniente estar en guardia, con actitud de observación para preservarse, evitar dolores de cabeza que pueden conducir a la mala sangre y asegurarse gracias a esta aliada lógica evitarse problemas que podría generar.

Porque, obviamente, entre otras cosas el hombre desconfiado adopta esa postura con la finalidad de mantener la paz, la calma, la tranquilidad de preservar su mundo sin alteraciones que signifiquen una molestia, una preocupación o un lisa y llana estafa.

Cosa que también le ocurre no pocas veces al confianzudo.

Y situación que hace pensar por qué el confiazudo persiste en su lógica irrenunciable, favoreciendo siempre que cualquier vivillo lo embauque y se aproveche de él, robándole quizás caramelos como a los niños.

Es una verdadera locura que aún existan confianzudos en estos tiempos de semejante degradación de valores que emergen a la vista de tan triste decadencia.

Si fuera el tiempo de nuestros abuelos, uno podría relajarse, dejar la puerta de su casa abierta, el auto con llave o la bici en la puerta. Y comprar lo que quiera sin preguntar siquiera el precio, con la seguridad de que le cobrarán lo que corresponde y no será burlado. 

Pero esa generación notablemente superior en valores ya no está y solo queda contemplar y maldecir la impostura de semejante retroceso que revela la decadencia y cobra las formas más grotescas o nefastas que cualquiera se pueda imaginar.

Aunque esto no es todo al respecto.

Debería aclararse entre otras cuestiones que el ser desconfiado no anda enloquecido, tensionado y pensando mal en todo momento, como si esperase lo peor a cada instante.

Nada de eso.

Es muchas veces un hombre bueno que busca preservarse para evitarse malos tragos.

Solo se recuerda que debe hacer emerger el espíritu desconfiado cada vez que la realidad lo convoca y la situación lo amerita.

Debe ser por eso que acabo de corroborar con una fábrica de bicicletas que la que me ofrece el bicicletero a un precio conveniente es estrictamente original a pesar de una supuesta falla.

Asi lo acredita la fábrica apenas ve las fotos cuando se las envío en un clic.

Y ese sutil pero determinante detalle despeja las dudas sobre las bicicletas truchas que la misma fábrica advierte que existen.

Y, lo que es mejor, le aportan la fe necesaria para que el ser desconfiado proceda sin exponerse a problemas.


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