La igualdad
La igualdad es un pretexto de los mediocres, resentidos y envidiosos.
Es la bandera de los perdedores.
Los que ponen su energía en mirar al otro en vez de invertirla en construir su camino para alcanzar sus propios resultados.
Creen en ir a menos en vez de ir a más y se embaucan a ellos mismos al convencerse que el otro es el causante de sus desgracias.
Asumen esa actitud de víctimas infantiles, como si fueran minusválidos para afrontar sus carencias. Y viven desdichados culpando al exitoso de sus falencias e imposibilidades.
Se regodean en convencerse que los otros son los malos y ellos son los buenos. Y engañados persisten alimentando su desgracia y frustración.
Incapaces del logro propio ponen el empeño en vulnerar al otro y si es posible bajarlo de un hondazo o apelando a las patrañas que fueran.
El objetivo no es que les vaya a ellos bien, sino que al otro le vaya mal.
El problema de quienes vociferan igualdad es que en vez de procurar igualar para arriba, igualan para abajo.
Están envenenados en su fracaso y resentimiento. Y permanecen en su propia trampa sin salida.
Cuando los políticos hablan de igualar y parecen entregar la vida por ese propósito, obran con la impunidad de farsantes porque al mismo tiempo preservan inalterables sus privilegios y cobran sueldos que multiplican los magros ingresos de los jubilados, médicos, policías, y la inmensa mayoría de trabajadores del país.
La igualdad mal entendida es moralmente repudiable porque en vez de procurar el genuino avance de quienes menos tienen, se asientan en el propósito de robarles a quienes se esforzaron, trabajaron y tomaron mayores desafíos para lograr su situación económica.
La obsesión por bajar al otro no hace más que revelar el elocuente nivel de envidia y resentimiento que tienen los entusiastas parlanchines de la igualdad.
Por supuesto que es imperioso que a todos les vaya bien pero no a costa de perjudicar o robarle a los trabajadores, sino a costa del esfuerzo y trabajo que cada uno debe asumir.
Al igual que a los trabajadores, nada es más ridículo e inconveniente que ir a robarle con más impuestos o las tretas que fueran a comerciantes o empresas cuando son esencialmente los generadores de empleo y riqueza.
Cada vez que se los perjudica con las ideas de los políticos mediocres, se fomenta más el desempleo y la pobreza.
Nadie que vaya a más cree en la igualdad.
En la igualdad siempre creen los que van a menos.
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