sábado, 26 de septiembre de 2015

¿Guardamos nuestros secretos?



Voy a partir de la base que todos tenemos secretos y que siempre tenemos alguno silenciado.

Algo por supuesto incomprobable, porque alguien podría decir que no tiene ninguno. ¿Y por qué no tiene ninguno?

No puede ser. O sí.

No sé.

Quizás vivió poco, quizás se preservó demasiado. O no sabe que tiene secretos y piensa que no los tiene.

O no los tiene y sanseacabó.

¿Cuál es el problema?

Dejad al otro tranquilo, que tenga o no tenga secretos. A quién le importa.

En verdad a nadie, o no sé. Tal vez ahora importa porque uno se lanza a escribir y dice, parto de la base…

Pero quién es uno para partir de la base tal o cual. Si apenas escribe un poco. Bueno, tiene que decir algo. Comenzar con algo. Animarse a pasar de algún modo al frente.

Y abrir la boca.

Por eso dice, parto de la base…

Como teniendo la esperanza que al abrir el telón vengan las palabras, salten a la hoja, se acomoden solas. Nos presenten ciertos párrafos.

Que algo dirán. O algo querrán decir.

Vaya uno a saber.

¿Pero hay que tener secretos o no? ¿Hay que contarlos?

Debe haber secretos buenos, secretos malos. Sanos e insanos. Confesables e inconfesables.

Lo que ocurre es que uno si tiene un secreto muchas veces se siente molesto consigo mismo. Por eso, no sé ustedes, pero en mi caso me libero de mis secretos tan rápido como puedo.

Siempre que competan sólo a mi persona, por supuesto.

En esa instancia prefiero contarlo todo, abrir la boca y decir lo que tenga que decir. Siempre que se pueda.

Guardar secretos propios es como ahogarse en uno mismo. Y si nos ponemos grandes y seguimos con esa técnica corremos el riesgo de abarrotarnos de secretos y atosigarnos con nuestros silencios.


Porque los secretos, nos gusten o no, podemos callarlos para el otro pero siempre nos hablan a nosotros mismos.



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viernes, 4 de septiembre de 2015

¿El mundo es de las palabras?



Y de quienes se atreven a usarlas.

Esa era la frase. La leí por primera vez hace alrededor de diez años. La había escrito Patricio, que era un joven que hacía aforismos. El los escribía y enviaba al portal literario El Confesionario, que era un sitio web que yo había creado con la intención de ser un medio para difundir escritos.

El mundo es de las palabras y de quienes se atreven a usarlas.

Así decía la frase de Patricio y apenas la vi pensé que era una genialidad que merecía ser reconocida. Más en aquellos tiempos cuando tenía la inquebrantable convicción de que el discurso construía la realidad.

Seguramente motivado por tantos autores de la Licenciatura en Comunicación, llegué a esa síntesis y me aferré a ella con actitud indeclinable.

Comprometida.

De ahí las conversaciones con mi padre, donde profundizábamos sobre esa perspectiva con la intención de validar o rechazar la frase.

O ajustarla, para hacerla más efectiva.

Con él nos embrollábamos en esa disquisición, procurábamos entender sus alcances, sus limitaciones. Las posibilidades ciertas o pretenciosas que esa abstracción ofrecía.

Mi padre defendía sus convicciones y tal vez su identidad. Para él la única verdad era la realidad. Aunque me escuchaba con atención y cierta curiosidad, mientras yo procuraba desplegar el concepto que tal vez me excedía.

Sin dudas, el mundo era de las  palabras para mí. Y Patricio había dado en el clavo con una frase perfecta.

Pero, ¿será así?

Dudemos…

Quizás el mayor antecedente está en la biblia. Dios dijo que se haga la luz.

Y la luz se hizo.

Que se haga el firmamento.

Y el firmamento se hizo.

Con lo cual hay una historicidad desde el terreno religioso que aporta crédito a esa perspectiva. Pero claro, entre Dios y nosotros hay una distancia. Demasiado grande como para decir que nosotros también podemos alzar la voz, apuntar a un objetivo y decir.

Hágase un millón.

Y el millón se hace.

Salvando esas distancias y permitiéndonos la licencia de jugar un poco, es cierto que el hombre crea con las palabras. Y lo hace esencialmente en base a las conversaciones que es capaz de generar.

Lo sé por propia experiencia y porque es una perspectiva validada por la disciplina del Coaching, que se basa en esencia en la ontología del lenguaje.

Pero esa mirada de creación de la realidad en que vivimos a través de la palabra tiene sus delimitaciones. Y si bien es efectiva y cualquiera puede experimentarla, se despliega hasta cierto lugar, que es el espacio último donde comienza la realidad.

¿Qué quiero decir?

Creo que quiero compartir que las palabras son esenciales porque son facilitadoras de la creación del mundo que podemos ser capaces de visualizar y generar.

Pero llegan hasta ahí.

Justo hasta donde empieza la realidad.

Quizás es cierto que ahí vive la única verdad.



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sábado, 29 de agosto de 2015

¿Los melones se acomodan solos?


Uno de mis grandes maestros, que no voy a mencionar porque temo que se ponga colorado, propiciaba también esta filosofía de los melones. Por supuesto no era exactamente la de los melones, ni podría sospechar él que la propagandizaba, pero en verdad lo hacía.

Como otros maestros reiteraba que cuando uno avanza en la vida alineado con sus propósitos, el universo confluye a su favor.

Y todo, absolutamente todo.

O casi todo.

Comienza a favorecer el logro de los objetivos. Sean cuales fueran, siempre y cuando uno se lance a su búsqueda y lo haga con la determinación de quien cree que la única verdad será la realidad.

Y que esa realidad será la que existe indefectiblemente en nuestras cabezas.
.
Mi única duda, debo decir, es si esta creencia se ampliará a cualquier propósito o sólo estará sujeta a los sanos propósitos.

En verdad no recuerdo exactamente la conceptualización por lo cual no puedo despejar esa vicisitud, sólo tengo algunos destellos de conversaciones con mi maestro, que café de por medio, imbuidos en charlas íntimas y pretenciosas, nos adentraban en este tipo de inquisiciones.

Todo para destrabar la vida, o desplegarla con la mayor potencialidad posible.

Ese concepto, que afirma que el universo conspira a nuestro favor cuando vamos para adelante en búsqueda de nuestros objetivos, está en varios libros. Y muchos autores procuraron difundirlo.

Tal vez esas recurrencias puedan indicarnos que se trata de una verdad que nos motiva a accionar. Salir de las excusas, las conversaciones verborrágicas, las intenciones bienaventuradas, y hacernos cargo de lo que muchas veces decimos, queremos o procuramos.

Debo reconocer que quizás por convicción personal he residido bastante en la duda, porque encontré siempre en ese territorio el espacio propicio para analizar las posibles decisiones y construir la realidad que consideraba más conveniente.

Con cierto nivel de conciencia, como para saber lo que elegía.

Por eso mi experiencia de abrir las puertas del mundo y arremeter con todo, es bastante limitada. Y mal podría yo, decirles que soy un especialista en la materia.

Que no tengan dudas y avancen.

A paso firme. Decididos.

Porque es lo que hay que hacer, lo más conveniente. Y hará que todo se acomode para lograr el éxito. 

Eso es algo que por supuesto no puedo asegurar. Ni determinar. Ni acreditar con el sustento de verdades infalibles o impolutas, que puedan afirmar que esto es así.

Ahora, mañana. Y siempre.

Pero…

Siempre hay un pero.

Cada vez que avancé en búsqueda de un sano propósito, debo confesar que el universo conspiró siempre a mi favor.

Y los melones se acomodaron solos.





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sábado, 22 de agosto de 2015

La técnica de morderse los labios


Nada debe ser más interesante, por lo menos en este momento, que ver un poco la técnica de morderse los labios y profundizar sobre su existencia.

Jamás he leído nada al respecto y temo que debe haber pasado de algún modo desapercibida, sin que le demos la atención que merece para elucidarla un poco y comprenderla. Porque detrás de la técnica hay una decisión arbitraria y en apariencias conveniente, que ejecuta quien la honra con su conducta.

Y se muerde los labios.

Es sin dudas una técnica especulativa, de preservación. Resguardo.

Uno se muerde los labios y de algún modo se mantiene a salvo, como si estuviera en la retaguardia.

Escondido.

Sin el riesgo que supone exponerse, presentarse en el mundo. Y decir…

Aquí estoy, esto pienso.

O mejor…

Aquí estoy. Esto pienso.

Por esto…

Y ahí desarrolla lo que en verdad piensa, dándole sustento a sus consideraciones y haciendo más respetable la palabra empeñada. O pronunciada, que dice tal o cual cosa.

Vaya uno a saber.

Pero la voz habla con racionabilidad, expresando su punto de vista y sustentando en una fundamentación considerable su posición.

Con lo cual quien se pronuncia merece ser escuchado con la atención del caso, para poder posibilitarnos al resto la comprensión de lo enunciado y consecuentemente la alternativa de redefinir nuestro punto de vista, modificar las perspectivas de nuestra mirada y transformarnos. Dándonos así la posibilidad de superarnos, posibilidad por supuesto más virtuosa que la alternativa de aferrarnos a nuestra propia comprensión, reducirnos a nuestras verdades y encerrarnos en nuestros caprichos.

Pero no nos vayamos de tema, lo que inquieta es la técnica de morderse los labios y evitar que la palabra personal se exprese con decisión.

Eso ocurre más en temas escabrosos donde el sujeto o individuo prefiere preservarse y evitar enojos ajenos.

Cree que si no dice nada se salvará de entrometerse en el peligro. Y consecuentemente no sufrirá las consecuencias del caso, que luego cobran formas diversas y cambiantes, y lo perjudicarían.

De algún modo hace bien. Nadie se va a enojar mucho con quien no dice lo que piensa y se escuda en un mutismo inquebrantable, comprometido con una actitud acomodaticia y pusilánime, que le permite evitar pronunciarse aun cuando se definan los destinos del país o el mundo, y quede por propia elección inmerso en una actitud mediocre, degradante e indigna.

Eso no quita que nos preguntemos por la técnica de morderse los labios y observemos el carácter mezquino que implica, porque al no permitir la palabra honesta y sincera, el mundo pierde la posibilidad de enriquecerse de la voz silenciada que eligió algún individuo.

Esa especulación precaria debiera ser superada por la decisión de compartir quienes somos, con nuestras deficiencias y errores, con nuestras limitaciones y posibilidades.

Pero con nuestra auténtica voz, que nos hace presente en la sociedad.

Y nos permite incidir en el mundo.



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sábado, 15 de agosto de 2015

¿Quiénes somos?

Hemos de estar atentos, sigilosos. Expectantes.

Observándonos.

Ahí tal vez tengamos alguna chance de poder llegar a ciertas precisiones y descubrir por fin quiénes somos. Caso contrario andamos siendo sin tener mayor consciencia de este tema. Y cuál sería el problema entonces, ninguno porque no habría problema alguno en ser sin saber quiénes somos.

Aunque deberíamos deternernos.

Fijarnos bien lo que pensamos, o lo que procuramos pensar.

Entonces quizás podríamos decir que podemos ser sin saber que somos. Lo cual nos aliviaría de algún modo porque evitaría que nos adentremos a la indagación y al descubrimiento de nosotros mismos. Y, quizás, además tenga la ventaja adicional de que al ser sin preguntarnos por quiénes somos, fluyamos con mayor espontaneidad y en esa fluidez vivamos más lo que tengamos que vivir, sin ningún juzgamiento de nosotros mismos y, tal vez lo que es más importante, sin cualquier restricción que pueda imprimirnos la mirada propia.

Porque, por ejemplo, uno podría hacer tal o cual cosa y si al mismo momento se observa, podría preguntarse, pero qué estoy haciendo. Esto no corresponde. No soy así.

Tan pelotudo.

Entonces por ejemplo se reencuadra en comportamientos más aceptables, no sólo para los ojos de los demás. Si no también para sus propios ojos.

Lo que demuestra entonces que si uno se pregunta por quién es y quiere descubrirse, se transforma en una marioneta guiada por la mirada ajena y por sus propias regulaciones.

Porque somos en la irracionalidad, en la espontaneidad, en el acto impulsivo.

Como somos también en la racionalidad, en la especulación o la estrategia.

Además de ser en las contradicciones y en tantas cosas más.

Todo embrollado en un carácter dinámico que signa la vida humana y que nos afecta como individuos. Imprimiéndonos a nosotros la delimitación, que es al mismo tiempo posibilidad, de la palabra cambio que nos asiste.

Somos en el cambio.

Entonces…

No podemos fijarnos como seres y residir en nuestros rasgos, como características definitivas inmodificables, por más que nos esforcemos, enojemos.

O pongamos el grito en el cielo.

Esto nos estaría haciendo pensar hoy, sobre este tema álgido e inquietante que puede ser muy relevante para todos, y que creo que haríamos bien en reflexionarlo un poco.

¿Nos observamos entonces?

Cada uno sabrá.

Pero fluyamos liberándonos de las restricciones y permitámonos ser quienes en verdad somos.

Suerte.



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sábado, 8 de agosto de 2015

El ser chumamedias

Deberíamos reconocer que el ser chupamedias no es un zonzuelo que anda por la vida improvisando su conducta, como si desprevenido se encontrase preso de un accionar que no le pertenece.

Nada de eso.

Es una persona estratégica que sabe muy bien lo que hace y ejerce por voluntad propia la filosofía del chupamediatismo, que promete darle muy buenos resultados. Porque de lo contrario renunciaría a esa ideología, depondría su actitud y se atrevería a indisciplinarse. Reafirmarse como sujeto individual, con su propio pensamiento, su propia capacidad de discernimiento y sus propias decisiones. Aquellas que se alinean con lo que en verdad piensa.

Pero no, el chupamediatismo suele ser más fuerte en quien cree en su filosofía. Y nada ni nadie suele desviar al ser chupamedia comprometido de su actitud frente a la vida.

Y eso nadie va a cuestionarlo, porque cada uno hace lo que quiere o lo que puede. Y si alguien elije ser chupamedias por elección propia, es una decisión arbitraria y personal que deberíamos respetar.

Sólo aspiramos a observarla un poco, porque como toda alternativa del ser humano, es mejor problematizarla para conocerla antes de enrollarse en ella sin tener alguna percepción básica de sus menesteres o sus consecuencias.

Si hay nuevos chupamedias, que por lo menos sea porque analizaron su filosofía y la eligieron con convicción. Es mejor que sepan lo que hacen antes de embaucarse a ellos mismos y embaucarnos a todos.

Porque si hay algo claro, es que el chupamedias obra de farsante, ejerciendo actitudes, conductas, gestos y opiniones que muchas veces no concuerdan con sus verdades definitivas.

Es claro que el ser chupamedia se alinea al chupamediatismo por voluntad propia, confiado en que tal actitud le reportará un beneficio que supera al costo de reducirse a lo que no piensa, alinearse a decisiones que no comparte y denigrarse como persona ante la vista de los demás.

El beneficio debe ser mayor. Elocuentemente superior.

Caso contrario, nadie aceptaría precarizarse como sujeto o degradarse como ser humano.

Eso sólo se hace por la confianza que se tiene en los resultados del chupamediatismo.

Aunque a veces puede fallar, como todo error de cálculo.

Y eso tampoco se lo podemos endilgar al ser chupamedia que adoptó la filosofía de reducirse como sujeto a cualquier persona que tiene un poco más de poder.

No es su culpa que las cosas no resulten como había pergeñado, proyectado con cierto optimismo y la convicción inquebrantable de cierta especulación que nunca ofrece garantías.

Quizás lo más preocupante del ser chupamedias es que al priorizar su propio beneficio personal y no atreverse a asumir la disidencia con cualquier persona que tiene un poder superior, evita la posibilidad de hacer su propia contribución y favorecer así el pensamiento del mandamás. Con lo cual esa actitud de obsecuencia invalida un valioso aporte que contribuiría a la calidad de la reflexión y consecuentemente a la toma de mejores decisiones.

De ahí que sería conveniente que el chupamedias sepa muy bien lo que hace y tenga presente los perjuicios que ocasiona su proceder.

Es claro que a veces ser chupamedias cosecha sus frutos, de lo contrario no habría tantos creyentes en esa filosofía. Pero hay que reconocer que no siempre ofrece resultados.

Por eso también deberíamos advertir sobre la inconveniencia de afiliarse al chupumediatismo. Porque muchas veces se pagan los precios y no se obtiene nada a cambio.

Si a uno le gusta la libertad, es mejor que renuncie a las posibilidades de ser chupamedia. Corre el riesgo de extraviarse en alguien que no es, turbar su mente con ideas que no comparte y obrar de manera inconsecuente con su verdadero pensamiento.

Su auténtico ser.

Quedar preso de la falsedad es una acción de riesgo, que atenta contra lo más valioso que tenemos. Lo esencial del ser humano.

Animarse a ser quien uno es, quizás no ofrezca con frecuencia buenos resultados. Pero es siempre una decisión mucho más reconfortante.

Detrás de la autenticidad hay bienestar y está la posibilidad de honrar la propia vida.



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martes, 28 de julio de 2015

Desconfiado

He nacido desconfiado o me he hecho desconfiado. Luego con el tiempo he morigerado esa actitud de
desconfianza que era indeclinable y he asumido cierta tranquilidad al respecto para transitar la vida. Quizás por supuesto en cuestiones de menor relevancia, donde el perjuicio de relajarse y ser fácilmente engañado, no suele ser costoso.

O sale barato.

En cuestiones relevantes, decisivas, por supuesto que no me he relajado en absoluto. El espíritu desconfiado me acompaña tan vigente como en mis primeros años y de repente me impone alertas, que me dicen, fijate.

Tené cuidado.

Mirá bien, no vaya a ser cosa que por despreocuparte el otro te embarulle, te joda. O termines siendo presa fácil de la patraña ajena.

Por eso quizás estoy en guardia. Alerta.

Cuando me llama un telemarketing por ejemplo, lo escucho con atención y cordialidad. Y aunque me ofrezca el premio que indefectiblemente me gané. Y me prometa que sólo debo ir a buscarlo. O aceptarlo.

Sea un viaje a Punta Cana. O un auto que me será regalado.

Digo…

Te agradezco la llamada, pero no me interesa.

Y procuro cortar con ese dejo de cordialidad, sin impactarle en forma negativa la emocionalidad del trabajador que intentaba darme la buena noticia, sin mencionarme la letra chica.

Pero debo ser justo y decir, sin riesgo de equivocarme, que ese espíritu de desconfianza abusivo que sostenía de pequeño, ha quedado reducido a cuestiones de importancia.

Si aún lo sostengo o lo recomiendo, es porque los valores de la honestidad, sinceridad y buenas prácticas, aún no se han impuesto. Y algunos seres confundidos se valen de artimañas precarias pero efectivas para lograr sus propósitos, en favor de sus beneficios y a costa de nuestros dolores de cabeza.

Si bien es cierto que la desconfianza no nos va a salvar, al menos nos preserva.

Lo único que tenemos que tener cuidado es de no volvernos seres desconfiados que, preservados de los riesgos, achiquemos nuestro mundo.

Estemos atentos.



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sábado, 25 de julio de 2015

Las leyes del universo

Algo a lo que aspiro es a soltarme y escribir fluidamente, casi tal vez irresponsablemente o descondicionadamente. Es obviamente una acción de riesgo en estos tiempos donde conviene medir las palabras y creer en la especulación para evitar problemas o enojos ajenos, que puedan después desencadenar problemas y enojos propios, tal como ocurre cada vez que uno grita y genera así las condiciones estimulantes y motivadoras para que el otro grite, se exaspere o le devuelva el insulto, si es que lo hubo.

La vida es un espejo.

Deberíamos concluir entonces en eso, quizás. Porque seguro, lo que se dice seguros, segurísimos, es muy difícil estarlo. Más sobre estas cuestiones del ser humano, su comportamiento y tal vez las eventuales leyes del universo que obran, presumiblemente, de manera indeclinable y decidida.

Eso sí que entusiasma. Es decir, la posibilidad de saber y conocer las leyes del universo. Porque si en verdad se revelan, si en realidad las descubrimos y comprendemos, tenemos una potencialidad increíble.

Sabríamos realmente cuál es el juego, o mejor dicho cuáles son las reglas del juego en el que estamos participando.

El juego de la vida, por supuesto.

Siempre ha habido pretensiones en ese sentido pero las afirmaciones, que podrían ser las síntesis a las que llegaron esas búsquedas pretenciosas, no sé a ustedes, pero a mí, en lo personal, siempre me parecieron endebles.

Es decir, un poco flojas.

Quizás por esa suerte de espíritu desconfiado que no sé por qué existe en mis entrañas, en mis profundidades. Que me lleva a mirar con cierta sospecha lo que no está debidamente fundado. Y a no dar crédito a lo que pretende establecerse, por más efusividad, convicción o determinación que le imprima el asegurador de turno.

Decía entonces que tal vez uno de los desafíos que tenemos nosotros, la raza humana, de la cual somos parte, eso creo que sí es seguro. Lo que tenemos entonces es el desafío de averiguarnos o mejor dicho, de descubrir, indagar y revelar, si algún día tenemos la real suerte, las lógicas que se encuentran en la naturaleza humana, que debieran registrar las leyes universales.

Si algún día en verdad las descubrimos, habremos descubierto el reglamento de nuestro juego.

Y tendremos la posibilidad cierta de vivir con mayor efectividad.



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