domingo, 16 de marzo de 2025

La voluntad de obrar bien



Hay que ser justo, me digo.


Mientras pienso en la conveniencia de evitar los hay que, especialmente para el otro. Porque cuando uno dice hay que, está despojando al otro de su facultad de pensar, de discernir, de arribar a sus propias síntesis, y al mismo tiempo se está arrogando uno posición que genuinamente lo excede.


Porque es el otro quien debe arribar a las conclusiones que fueran.


De ahí que pienso siempre en evitar pisar en falso y tragarme las convicciones por más sensación de certeza que tenga, y dejar al otro como es debido con el total uso de su libertad, evitando entrometerme donde no me llaman.


Y visceversa.


Porque cuando alguien me dice hay que, siento que las lógicas antecedentes de los párrafos desplegados operan sin inhibiciones con las consecuencias del caso.


Quitándome de alguna manera, aunque sea en el plano discursivo, la facultad de sintetizar y decidir consecuentemente.


Y si bien este enredo inicial no hace al meollo de la madeja, bien vale para poner blanco sobre negro antes de inmiscuirnos en la inquietud que nos ocupa…


La voluntad de obrar bien.


Es como toda arbitrariedad del ser humano una posibilidad que cada uno puede asumir con mayor o menor compromiso. Honrando con sus decisiones y con su accionar esta perspectiva. 


Al ser una alternativa, puede tomarse o no.


Pero al ser una alternativa positiva, que insta a la persona a ascender a la virtud del ser humano, parecería loable aspirar a ella. 


La posición contraria sería la voluntad de obrar mal, que por oposición representa el extremo de la degradación del ser humano. La representación del engaño, la mentira, la práctica burda y tramposa que procura beneficiarse a costa de perjudicar al otro.


A todas luces representa la precariedad del ser, su incompetencia para lograr resultados de manera sana y positiva. Y la necesidad de recurrir a la estafa persiguiendo las lógicas que fueran con la intención de lograr los fines sin ningún amparo por los medios.


Y desatendiéndose de la necesidad del cuidado del otro.


Por el contrario, aprovechándose del otro para obtener el beneficio que fuera.


Es la otra posibilidad, la perspectiva de obrar no solo desatendiendo la voluntad de obrar bien, sino ejerciendo la voluntad de obrar mal.


La letra chica.


Como representación de la indolencia. Ese espacio que procura ocultarse y en definitiva conlleva información esencial, que logra pasar desapercibida y termina perjudicando al supuesto receptor de la lectura.


Aún cuando se ponga los lentes.


La voluntad de obrar bien por el contrario dignifica al ser humano, lo insta a lograr sus fines considerando y cuidando al otro. Se basa en la inteligencia que busca crear beneficios en vez de la mezquindad que procura obtenerlos a costa del otro.


Le permite además preservar su mayor capital, la tranquilidad de conciencia.


El ser humano que actúa con la voluntad de obrar bien dignifica su vida y honra su existencia.


Además, siempre le va mejor que a los chantas.







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jueves, 13 de marzo de 2025

¿Qué deberíamos hacer antes de que termine la vida?



Preguntas personales, si las hay.

Uno puede proponer, sugerir.

Decir... 

Fijate acá o allá. Pensá en esto o lo otro.

Pero cualquier intención si bien puede inspirar no debiera delimitar la potencia de la pregunta, que instiga de manera sana y seguramente positiva, a pensar por uno mismo y procurarse las respuestas que cada uno considere más apropiadas.

La pregunta ayuda a priorizar, a orientarnos. A jerarquizar el valor del tiempo, como variable crucial para definir nuestra existencia y nuestras posibilidades.

¿Qué deberíamos hacer antes de que termine la vida?

Lo primero que se me ocurre balbucear es sobre la decisión de llegar a ser quienes somos y mantenernos fieles a nosotros mismos.

Pagando los precios que haya que pagar.

Es decir, ser Juancito, Pedrito o quien carajo seamos. Y ser de manera elocuente, determinada.

No de modo dubitativo, con reticencia, como pidiendo permiso.

Si no ser con todas las letras.

Le guste a quien le guste y le pese a quien le pese.

Sospecho que honrar la propia existencia tiene que ver con asumir la valentía de ser quienes en verdad somos y hacernos cargo de nuestras potencialidades para  desplegar nuestro ser hasta sus máximas posibilidades, llevándolo hasta la zona de su mejor versión.

Porque somos de manera dinámica obviamente, no estática.

Aun quien se empaca en la supuesta alternativa de la fijadez, está inmerso en la transformación que se le impone y no puede rehusarse al cambio que inexorablemente se le presenta.

Le guste o no.

Porque aún en la voluntad de la quietud en apariencias inmodificabie, el tiempo actúa produciendo el cambio.

Si no preguntémosle a la vejez.

Uno puede demorarla, pero tarde o temprano se impone. Y actúa desde el silencio sin dejarnos tranquilos, porque somos sujetos de esa fuerza arrolladora e imparable que se encarga de cada uno de nosotros.

De modo que para terminar con estos pasajes parlanchinezcos, diría que hagámonos la pregunta y construyamos las mejores respuestas.

Luego honremos la elucidación alcanzada, con las decisiones acertadas y el accionar correcto.

Empecemos ayer.





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lunes, 24 de febrero de 2025

¿A cada cual lo suyo?



Hace tiempo creo que en realidad es el universo quien se encarga de todo y termina dándole a cada cual lo suyo.


Cocecharás tu siembra.


Pienso.


Es cierto que hay desbarajustes y la ecuación no es tan certera. Hay quien se encuentra de sopetón con algo que lo excede y también quien anda con las manos vacías sin recibir lo que naturalmente por esta perspectiva parecería corresponderle.


Es una suposición, por supuesto. Como todas las aseveraciones más o menos convencidas, que pueden ser más o menos persuasivas y que proponen determinar cuestiones un poco escurridizas e imprecisas de la existencia.


Uno quiere certezas y hay que procurar explicaciones más o menos razonables.


Atrapar la verdad última con las  dos manos es una utopía fallida.


Por más que en apariencias algunos crean alcanzarla jurando y perjurado que es así.


Que no hay dudas.


Pero presiento que mucho hay de verdad en la perspectiva de cocecharás tu siembra. Que no es ni más ni menos que creer que las causas generan efectos.


Y que uno es el mayor responsable de las causas que luego hacen que la realidad le acontezca.


Esto esencialmente quiere decir que la buena o mala suerte se construye. Que no nos hagamos los distraídos porque lo que nos pasa es generado por nosotros. No somos crucialmente determinados por caprichos ajenos.


Somos obreros conscientes o inconscientes de nuestras propias circunstancias y de las vidas que supimos construir.


Por eso hay que hacer nuestra parte. Aún cuando el resultado devuelto de la realidad no aparezca o se muestre injusto.


Aún cuando quizás el justo resultado nunca aparezca. Aunque esto parezca una contradicción.


¿No?


Cuál sería el problema si somos también contradicción.


Hasta la mejor siembra no garantiza una excelente cosecha, lo que hace es generar las condiciones propicias para que acontezca, fomentando con ese accionar las mayores probabilidades de que ocurra.


En fin, no me refiero en estas disquisiciones precedentes a los términos económicos, que pueden quedar también incluidos, sino a todos los resultados que abarcan la dimensión total del ser. 


A las síntesis de lo que somos y nos ocurre. 


La clave es hacer nuestra parte sin titubeos. Sin demoras, sin excusas. Jugándonos en la posibilidad de existir.


Haciendo que las cosas pasen. Que el futuro no sea azaroso, sea creado.


Como el presente que vivimos.


El universo en silencio actúa siempre.


Y a la larga la vida se encarga de darle a cada uno lo suyo.






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domingo, 9 de febrero de 2025

El disciplinamiento



A todos tarde o temprano nos quieren o nos han querido disciplinar, con los fines que fueran.


A mí me han dado duro con el látigo varías veces.


Chiste.


Pero, ¿por qué nos quieren disciplinar y no nos dejan ser quienes somos y hacer lo que se nos antoje?


Porque hay que encajar, adaptarse, cumplir las normas.


Estar delimitado por los usos, las buenas costumbres, lo previsible de las circunstancias que fueran.


No se puede ir de malla y camisolín a la fiesta de casamiento.


No.


Tampoco está bien visto ir de traje a la playa.


Pero ese no es el tema, el meollo es sobre otros disciplinamientos que encauzan nuestra conducta y restringen nuestro ser.


Ahí está la cuestión. Lo relevante del asunto. La voluntad ajena que amenaza con represalias o castigos mientras incita a apichonarnos.


Y es en ese espacio existencial donde vale la pena dar batalla, defender la dignidad, autoafianzarse como sujeto y recibirse de persona madura dejando atrás al niñito asustadizo y dócil que el aparato reprensor de los mecanismos de reproducción social del sistema capitalista colonizador y globalizante de los tres o cuatro tipos que manejan el mundo nos han sabido inculcar.


Y que, a no dudarlo, entretejen maniobras tan sofisticadas como perversas para manejar el mundo a voluntad y movernos a nosotros, pobres mortales debiluchos, como si fuéramos marionetas de designios ajenos.


De modo que hemos de luchar y rebelarnos. 


A todo o nada.


Matar o morir.


Y dicho todo esto motivado quizás por la ideología que cree que somos susodichos pobrecitos de la capacidad de maniobra de tres o cuatro fulanos que lo entretejen todo, hemos entonces de pensar qué hacer ante los innumerables mecanismos de disciplinamiento que nos encarcelan y restringen.


Y que algunos respetan y vanaglorian hasta el punto de la despreciable obsecuencia que doblega su dignidad. Aceptando esencialmente ser quien en realidad no son.


Meditemos en paz y con el compromiso que demanda esta cuestión.


Preservemos también por favor la confidencialidad del caso.


🤫





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jueves, 6 de febrero de 2025

¿Quienés somos?

 

La pregunta se reitera y aparece con ánimo de descubrimiento, de iluminación.


¿No sabemos quiénes somos?


No lo creo, todos sabemos quienes somos esencialmente. Lo que quiere decir que tenemos cierta previsibilidad de nuestros pensamientos, decisiones y comportamientos.


Ciertas inclinaciones discernibles.


Si bien no podemos asegurar al cien por ciento que ante lo dado pensaremos tal o cual cosa, decidiremos esto o aquello, y haremos eso o lo otro, podemos apostar sin mayor riesgo de error que de nosotros podemos esperar tal o cual cosa.


A juzgar por quienes hemos sido hasta el momento precedente.


Algo así.


Es decir…


Si uno es callado, retraído, inhibido, tímido, no es de esperar que en la situación siguiente se desate y hable a borbotones mientras despliega el protagonismo propio del extrovertido o quien aspira siempre a ser el rey de la fiesta.


Por decir algo.


Salvo que medien unas copas, por supuesto.


Lo mismo con rasgos de sinceridad, honestidad, seriedad…


Y los inversos.


Sintetizados por decir algo también, en disvalores que podríamos metaforizar con la palabra chantún.


También por decir algo.


Porque siempre al escribir algo hay que decir. Qué se le va a hacer. Uno escribe para dilucidar lo oculto, simplificar lo complejo, desenredar la madeja, ver lo difuso, desplegarse, construirse…


Apiolarse.


¿Quiénes somos entonces?


Propongo pensar que somos quienes respondemos al momento presente despojados de previsibilidades.


Somos esencialmente quienes elegimos ser en esos instantes que definen la existencia.


En este momento y en todos los subsiguientes.


Con lo cual estaremos delimitados por quienes fuimos, nuestra forma de estar en el mundo y nuestros valores seguramente.


Pero somos quienes elegimos ser en el momento presente.


No jodamos.





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