viernes, 10 de enero de 2025

¿Por qué conviene escuchar?


Podríamos adentrarnos en precisiones para dilucidar la mejor posición que cada uno pueda elaborar en relación a la cuestión planteada.


Escuchar.


Sería intromisivo decir que hay que.


Hay que escuchar, o hay que hacer esto u lo otro.


Cada uno es responsable de llegar hasta sus últimas síntesis y obrar luego si quiere en consecuencia de las mismas.


De modo que bien podría asumir que no hay que escuchar o que hay que escuchar.


Allá él o ella.


Dicho esto, hay que decir lo otro.


Escuchar es una posibilidad de inestimable valor porque abre al eureka de darnos cuenta.


Es como si se encendiera de golpe la luz en la oscuridad.


Uno puede ver lo que estaba al acecho o más allá, y si no era por la escucha que esencialmente significa encender la luz, no veía nada.


O veía lo que veía.


Poco, bastante o mucho. Pero esencialmente un mundo limitado por sus propios ojos.


Escuchar o abrirse a la escucha es por un lado la posibilidad del darse cuenta, de emcemder la luz. Y por el otro es la alternativa de ampliar la mirada, ver con otros ojos.


Multiplicarlos.


Eso obviamente habilita entre otras cosas una percepción más amplía y enriquecida del fenómeno o inquietud que fuera. Y consecuentemente produce la posibilidad de asumir con mayor eficacia y efectividad la intervención o posición que resolvamos.


Evita también andar a los tumbos imbuidos por la propia férrea convicción que se ajusta a las personales certezas, dejando a la persona aferrada a sus verdades inquebrantables.


Escuchar es esencialmente un acto de humildad. Implica asumir que hay algo de valor que puede beneficiarnos. Y que sólo podemos recibirlo si tenemos una actitud de apertura hacia el otro, poniendo en suspenso nuestras perspectivas y certezas, con el fin de modificarlas y transformarlas, más que resguardarlas y validarlas.


Por eso una condición esencial de la escucha es la seguridad. Saber que podemos estar equivocados, que lo que creemos puede no ser la visión acertada, y tenemos que disponernos a saber que estamos errados en todo o en parte, para poder soltar las supuestas certezas, enriquecerlas o modificarlas y transformarnos.


La humildad que caracteriza la auténtica escucha es esencialmente una invitación a la superación. Al fascinante desafío de decidir poner en suspenso quiénes somos para atrevernos a la posibilidad de transformarnos en quienes podemos ser.


De modo que si uno quiere ser siempre el mismo, lo mejor es que no escuche.


Y quede con la íntima certeza de quien cree que se la sabe todas. Y sus perspectivas y sus síntesis son las más acertadas.


Si por el contrario cree en la inteligencia y en la posibilidad de superarse, y no sufre de problemas de ego ni de inseguridad, de más está decirle que le conviene escuchar.


Ya lo sabe.


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