jueves, 23 de enero de 2025

La realidad que no vemos




Nada es tal vez más interesante que la posibilidad de hacer emerger en la vida la realidad que no vemos. Una facultad que tenemos todos y que cada uno puede desplegar.


Sobre esta cuestión es menester tomar una posición estratégica. Porque uno puede aferrarse a lo dado y embaucarse con el cuento de que las cosas son así.


Qué le vamos a hacer.


O aventurarse a hacerse cargo del asunto, expandirse y lanzarse a edificar la realidad que no vemos pero que decidimos construir.


Y veremos.


Entre las dos posiciones están los matices y la disposición de cada uno a inclinarse hacia los extremos.


No se puede hacer nada. Se puede hacer todo.


Considerar esta cuestión y estar alertas a nosotros mismos pareciera una decisión conveniente, porque puede llevarnos a elegir quedarnos con los brazos cruzados o arremeter hacia adelante atravesando las circunstancias que fueran.


Hay premio.


También hay problemas y dolores de cabeza.


Nada es fácil en la Viña del Señor.


Y la pretensión de lograr cosas sin esfuerzo, trabajo ni dolores de cabeza, solo existe en la fallida y fracasada filosofía de los vagos.


Que esencialmente confirma a la corta o a la larga que por ese camino no se pudo.


Obviamente si las cosas salen bien hay resultados. Si no, hay aprendizaje en caso de que cualquier susodicho se disponga a reflexionar sobre la aventura que emprendió y no llegó a final feliz.


Y en el medio obviamente también hay vida, porque el trayecto que implica construir la realidad que no vemos impone transitar innumerables circunstancias que de otra manera no existirían.


Uno se construye en cada una de sus vivencias y en general se enaltece al transitar desafíos. 


De lo contrario puede quedarse recluido en lo que es en vez de hacerse cargo de lo que puede ser.


Obviamente tiene que prepararse, medir sus fuerzas, desarrollar habilidades, aptitudes y destrezas. 


La idea pasiva de que el universo se encargara del asunto y la realidad que no vemos vendrá a nosotros a tocarnos la puerta, puede fallar.


Y falla.


No es por ahí.


Más bien uno tiene que abrir la puerta y salir a buscarla.


Hacerse cargo.


En síntesis, si queremos sacarle más provecho a la vida, sería conveniente reflexionar sobre esta cuestión. No caer tan fácilmente en los cuentos de la comodidad que persuaden a la inacción y poner manos a la obra para construir la realidad que no vemos.


Abracadabra.






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viernes, 17 de enero de 2025

¿Por qué hay gente que habla encima del otro?



Exploremos….


Primero y principal hay una elocuente falta de seguridad. Los susodichos necesitan expresarse  para demostrar viveza o preservar supuestos protagonismos con la intención de evitar sombras ajenas.


De ahí que se lanzan a soltar las lenguas irrefrenables que despliegan sobre lo que puede decir otro parlanchín de la tertulia que fuera.


Punto dos…


Los susodichos carecen de cierto grado de inteligencia que significa creer que cualquier otro tiene algo para aportar que los enriquezca, que les agregue valor.


Y prefieren quedar imbuidos en sus apreciaciones y perspectivas que abrirse a escuchar al otro para replantear sus miradas, mejorarlas, superarlas o rechazarlas por inconveniencia.


De modo entonces que hay una alteración de valores.


Primero y principal, el compromiso de los susodichos que pretenden manipular la palabra y llevan su verborragia a hablar encima del otro, tienen el principal interés de mirarse.el ombligo, y quedar posicionados o posicionarse con cierto poder que supone el ejercicio protagónico de la palabra.


Segundo….


Los susodichos tienen claramente un problema de inseguridad elocuente, que hace que prefieran evitar la palabra del otro, que facilitar desplegarla a riesgo de que una inteligencia superior arribe a apreciaciones más convenientes.


De modo que para sintetizar, los susodichos en esta cuestión, que necesitan hablar arriba del otro, esencialmente son personas débiles, inseguras y carentes de la inteligencia que supone el interés de beneficiarse a partir de abrirse a lo que diga el otro.


Ejercen esencialmente de maleducados sin siquiera advertirlo.


Y hablan como cotorras asustadas que siempre tienen algo para decir.


Fin.





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viernes, 10 de enero de 2025

¿Por qué conviene escuchar?


Podríamos adentrarnos en precisiones para dilucidar la mejor posición que cada uno pueda elaborar en relación a la cuestión planteada.


Escuchar.


Sería intromisivo decir que hay que.


Hay que escuchar, o hay que hacer esto o lo otro.


Cada uno es responsable de llegar hasta sus últimas síntesis y obrar luego si quiere en consecuencia de las mismas.


De modo que bien podría asumir que no hay que escuchar o que hay que escuchar.


Allá él o ella.


Dicho esto, hay que decir lo otro.


Escuchar es una posibilidad de inestimable valor porque abre al eureka de darnos cuenta.


Es como si se encendiera de golpe la luz en la oscuridad.


Uno puede ver lo que estaba al acecho o más allá, y si no era por la escucha que esencialmente significa encender la luz, no veía nada.


O veía lo que veía.


Poco, bastante o mucho. Pero esencialmente un mundo limitado por sus propios ojos.


Escuchar o abrirse a la escucha es por un lado la posibilidad del darse cuenta, de emcemder la luz. Y por el otro es la alternativa de ampliar la mirada, ver con otros ojos.


Multiplicarlos.


Eso obviamente habilita entre otras cosas una percepción más amplía y enriquecida del fenómeno o inquietud que fuera. Y consecuentemente produce la posibilidad de asumir con mayor eficacia y efectividad la intervención o posición que resolvamos.


Evita también andar a los tumbos imbuidos por la propia férrea convicción que se ajusta a las personales certezas, dejando a la persona aferrada a sus verdades inquebrantables.


Escuchar es esencialmente un acto de humildad. Implica asumir que hay algo de valor que puede beneficiarnos. Y que sólo podemos recibirlo si tenemos una actitud de apertura hacia el otro, poniendo en suspenso nuestras perspectivas y certezas, con el fin de modificarlas y transformarlas, más que resguardarlas y validarlas.


Por eso una condición esencial de la escucha es la seguridad. Saber que podemos estar equivocados, que lo que creemos puede no ser la visión acertada, y tenemos que disponernos a saber que estamos errados en todo o en parte, para poder soltar las supuestas certezas, enriquecerlas o modificarlas y transformarnos.


La humildad que caracteriza la auténtica escucha es esencialmente una invitación a la superación. Al fascinante desafío de decidir poner en suspenso quiénes somos para atrevernos a la posibilidad de transformarnos en quienes podemos ser.


De modo que si uno quiere ser siempre el mismo, lo mejor es que no escuche.


Y quede con la íntima certeza de quien cree que se la sabe todas. Y sus perspectivas y sus síntesis son las más acertadas.


Si por el contrario cree en la inteligencia y en la posibilidad de superarse, y no sufre de problemas de ego ni de inseguridad, de más está decirle que le conviene escuchar.


Ya lo sabe.





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martes, 7 de enero de 2025

¿Conviene escuchar?


Depende.


Siempre depende.


No hay síntesis definitivas aplicables para todos. Si las hubiera en cuestiones humanas bastaría con un libro, un párrafo.


Quizás, una oración.


Por suerte no las hay, lo que invita a dilucidar por mérito propio la vicisitud que fuera con la sana expectativa de arribar a un hallazgo más o menos efectivo.


Y siempre algo endeble en todo o en parte.


Qué se le va a hacer.


¿De qué depende que convenga escuchar?


Bueno, primero y principal del susodicho. Si la persona es muy insegura y está desbordada de miedos, quizás es mejor que quede encerrada en sus verdades antes de abrir la puerta a certezas que más que inquietarla la conmuevan.


Hay que detectarlos.


¿A quiénes?


A ese tipo de susodichos, porque si no cualquiera inspirado por la benevolencia puede querer contribuirles y lo único que hace es caer como un chorlito.


Se enojan, por supuesto, si uno dice lo que no quieren escuchar. Por más que les convenga.


Así que en esos casos hay que medir la cuestión y considerar responsablemente la pertinencia de meterse la benevolencia en el bolsillo.


Dejando que el otro reviente como un sapo.


Por decir algo, si es que la sugerencia es que deje de envenenarse, con drogas, pucho, alcohol o lo que fuera.


Esa disquisición, de abrir o cerrar la boca, es la que de algún modo me inquieta hace tiempo. Obviamente no puedo restringir la palabra que en esencia lleva consigo la buena intención y tiene el propósito de incidir para tergiversar realidades inconvenientes y perjudiciales.


Así que el pronunciamiento ante el despropósito ajeno suele ser la ley.


Pero me pregunto sobre la pertinencia de morigerarlo, dejando que el otro aún en el despropósito de su propia inconveniencia viva en el error que luego consecuentemente le impone un elocuente y tortuoso perjuicio.


Quizás por eso es difícil que pueda callar aún cuando el otro en vez de agradecer se enoje, no quiera escuchar, se disponga a la agresión y se emperre en sostener los perjuicios para defender la identidad de quien es. En vez de abrirse al beneficio de dejar de ser en los aspectos que elocuentemente lo arruinan.


Por eso si veo un artículo de la máxima autoridad sanitaria de EEUU basado en informes científicos que advierten la directa relación del alchool con ciertas enfermedades de alta gravedad, no puedo detener los dedos para enviárselo a cualquier susodicho que quiera beneficiarlo en términos de su salud.


Y por eso me cuesta evitar decir que no fumes, no te drogues, ni abuses del alcohol si querés contribuir a tener una buena salud.


De lo contrario podés matarte a voluntad.






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