Cómo relacionarse con la mentira
Toda una cuestión.
Empecemos…
La mentira es una herramienta posible para cualquier persona y entretejer una relación con ella puede ser muy conveniente para poder sobrellevar de la mejor manera posible este tema en las relaciones humanas.
Obviamente hay matices.
Está el extremo de la sinceridad y puede verse la aparición de la mentira como recurso que va aumentando de grado.
Desde mentiritas hasta bolazos siderales.
Por decir algo.
En el medio el susodicho o la susodicha que decide qué hacer con estas posibilidades de la existencia y adopta de manera definida, quizás no totalmente fija, una posición al respecto.
Se vuelve un hombre serio, sincero, con la fortaleza de asentarse en la verdad.
O se dispone a ser en menor o mayor medida un chanta que se vale de la treta de la mentira para zafar vaya a saber de qué situación circunstancial y basar su existencia en los trabajosos equilibrios que exige la farsa.
Con lo cual su misión esencial es evitar trastabillar para no ser descubierto.
La elección es suya y creo que una vez que se toma a cierta edad luego, si bien podría replantearse, dudo de la voluntad de reconfiguración.
¿Por qué?
Porque tanto el mentiroso como el honesto adoptaron esa forma de estar en el mundo y después transformarla o erradicarla sería como renacer como sujeto.
Algo posible pero creo que poco probable.
La comodidad, la certeza de lo conocido, los beneficios subyacentes en la posición que fuera, el arraigo de esa asunción existencial en el mundo que conformó su identidad y vaya a saber qué más constituyen su manera de existir conocida y lo sujetan en quien fue y en quien es.
En vez de impulsarlo a quien puede ser.
Pero no es una presunción infalible ni mucho menos. Es una suposición más o menos certera.
Y más o menos fallida.
Digo, porque algo hay que decir.
Entonces una vez dicho esto paso a decir lo otro.
El tema no es solo la elección propia de quienes queremos ser frente a la farsa de adoptar la mentira como posibilidad. Es también quienes queremos ser ante el mentiroso, el chantún, que eligió ser un farsante y exige de algún modo nuestro beneplácito que sería en mayor o menor medida aceptar sus mentiras.
En ese caso y en ciertas circunstancias podría ser recomendable hacerse el boludo y mirar para otro lado, aceptando la mentira como una verdad por más desbarajustada que sea.
La otra alternativa es enfrentar al sujeto desenmascarándolo con crueldad.
Que esencialmente supone poner al farsante frente a su espejo, que elocuentemente le dice que no pude hacerse cargo de quien es y necesita de este burdo truco para salir airoso vaya a saber de qué circunstancias.
Y en el medio están los matices. Siempre los matices.
Un poco miramos para otro lado y un poco decimos hasta acá. Actuamos algo de tontos pero no nos obligues a asumirnos como pelotudos.
Aunque en esencia siempre es lo mismo, lo relevante es que uno elige quien quiere ser.
Y uno es lo que eligió.
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