lunes, 4 de septiembre de 2023

El hombre que sabe



Cuando uno es chico piensa que el hombre sabe, o que la mujer sabe.


Entonces como debe descubrir el mundo y entenderlo de algún modo pregunta, pregunta y pregunta.


El hombre o la mujer que saben responden una y otra vez. Y el niño feliz queda de alguna manera tranquilo con una comprensión que muchas veces lo satisface.


Pero no iba por ahí 


O por lo menos no iba exactamente por ahí.


Creo.


Porque pensándolo bien quizás sí, dado que el niño se transforma en adulto y no todo adulto adquiere la adultez, que es esencialmente la posibilidad de pensar por sí mismo, construir las síntesis que se juzguen convenientes, transitar su singular camino y hacerse cargo de las propias decisiones.


Es decir, innumerables adultos quedan de algún modo en posición de niños deseosos de encontrar a alguien que sepa y les dé las respuestas a lo que fuera.


Y también, por supuesto, les diga por dónde tienen que ir o qué deben hacer en tal o cual circunstancia que los atormente.


Esa posición infantil es la más propicia para evadirse de la responsabilidad.


El tema es el hombre que cree que sabe y no sabe, o ni siquiera tiene la mínima sospecha de pensar que tal vez no sabe.


Es decir, es un ignorante de sus propias posibilidades. Se arroga un saber que muchas veces no tiene y actúa como si lo tuviera.


Ahí está el peligro, en esa convicción inquebrantable de la certeza que no le permite la duda.


Y se refuerza con adultos que quedaron en posición de niños y reclaman su pronunciamiento sin chistar sobre las cuestiones más innumerables.


Como si el hombre fuera un Dios y ellos fueran todos un cero a la izquierda.


Un peligro que se acentúa si el hombre que  cree que sabe llega a cierto lugar de poder.


No importa que sea el rey del mundo o el presidente del club barrial.


O el líder de un minúsculo grupo de amigos.


Rapidanente se configura un séquito de obsecuentes que le dan la razón y se mueven al compás del mandamás que mabeja la batuta.


Las desgracias de las decisiones inconvenientes muchas veces se explican por estas lógicas, y son responsabilidad inicial del mandamás que piensa erróneamente que se las sabe todas y responsabilidad solidaria de sus incondicionales adherentes, que en vez de asumir un sano sentido crítico para contribuir al anhelado avivamiento creen más en la sumisión que en la inteligencia.


En síntesis, el hombre que siempre cree que sabe, muchas veces no sabe. Y los pelotudos que le dan la razón son siempre cómplices del despropósito y de las nefastas consecuencias que se producen cuando quien cree que sabe decide impunemente en cuestiones cruciales que no sabe.


Y no sé por qué digo hombre, si esto me lo inspiró una mujer.


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