lunes, 31 de agosto de 2020

Cables decadentes



Acabo de levantar la persiana y veo un cable que pasa desde el inicio de la pared hasta el sexto piso, en una perfecta diagonal que lo deja tendido en suspenso afeando la vista.

Otra vez la decadencia pugna por instalarse, esta vez desplegada por el espíritu acomodaticio de un obrero que prefiere dejar un mamarrracho para la posteridad antes que entregar un trabajo responsable como corresponde.

Total, el problema es de los otros.

Los perjudicados.

Que a partir de este momento están invitados compulsivamente a ver un cable flamear desde sus ventanas.

Son vecinos distraídos que se anoticiarán del despropósito y jamás sabrán quién fue el causante de afear su ámbito, porque el protagonista de los hechos se habrá marchado sigiloso sin dejar rastro alguno.

Salto como una pipa y voy a buscarlo.

Llevo la verdad, la certeza, y toda la educación para que el responsable de la vagancia repliegue su actitud y ponga el cable como corresponde, llevándolo por la pared.

Bajo por la escalera, voy hasta el fondo, abro la puerta, salgo a la calle y llego hasta el lugar.

No hay nadie.

Solo observo un carro de mala muerte sin patente, cables tirados en el piso de la vereda pública y la ausencia total del presumible obrero que a la vista de todos deja los cables desparramados, su carro a la deriva y su dejadez elocuente, que manifiesta sin quizás que lo sepa, una representación más de la decadencia irreversible que transita con impunidad a diario y arruina un poco más la existencia.


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