sábado, 2 de agosto de 2025

Yo pensaba…



No sé por qué pensaba tanto, pero bueno, yo pensaba.


Mucho pensaba.


¿Y qué pensaba?


Bueno, pensaba una cosa y la otra. Daba vueltas, analizaba. Observaba cierta información, ciertas cuestiones y ahí me embarullaba en un proceso de pensamiento que me tomaba a veces por completo.


Y sí, pensaba.


Iba al cine por ejemplo y en vez de centrarme en la película, .

¿qué hacía?


Pensaba.


Siempre estaba en el medio de vericuetos desafiantes que me parecían clave desentrañar para tomar las decisiones adecuadas y construir la mejor realidad posible.


O lograr lo que quería lograr.


Por eso pensaba.


Era para encontrarle la vuelta a los vicisitudes de la vida. Para ser quien uno quería ser, hacerse cargo de la potencialidad que fuera y construir la realidad que quiera.


No ser sujeto azaroso de fuerzas extrañas que determinan a las víctimas.


¿Y cómo me fue? 


No sé, más o menos bien, creo.


Esta cuestión es crucial y súper importante. El pensamiento estratégico es un recurso de inestimable valor.


Funcionar a modo descocado sería la antítesis, nada recomendable. Es como aceptar que la realidad acontezca en vez de hacerla acontecer.


Pero ambos extremos son malos.


¿Por qué?


Porque el pensamiento estratégico no debe invadir la vida arrebatando el presente que fuera.


Tiene que tener su espacio propicio, su momento y su lugar.


Si se entromete molesto en las circunstancias que fueran del presente, lo arrebata tristemente y en vez de vivir lo que estamos viviendo nos expulsa de la realidad.


Así que por esto es que hace tiempo que lo valoro y lo quiero pero lo tengo cortito. 


Cuando viene a sacarme del presente le digo, pará un poquito.


Quedate ahí, quietito.





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