viernes, 6 de diciembre de 2024

Los consejos


Hace tiempo que no pido consejos.

Debe ser porque no los escucharía.

Pienso, no estoy seguro.

Sin embargo…

Sin embargo está buena la promo de pedir consejos en vicisitudes que puedan presentarse de menor o mayor importancia. 

Quizás me refería a las de mayor importancia, porque a las de menor importancia no deberíamos negarnos. Hay un sinnúmero de cuestiones que al abrirnos a la posibilidad de recibir consejos podrían ayudarnos a tomar las decisiones más convenientes y efectivas. Y más vale escuchar al otro que ceñirse a los propios caprichos.

De hecho la duda es buena compañera para habilitar la calidad de toma de decisiones.

Y es en algún punto la antítesis de la convicción desmedida o el capricho cegador.

Mirá vos.

¿Qué es eso de parálisis por análisis?

Nada, la duda decía tiene sus dos caras. Como todo lo abusivo puede traer complicaciones.

Son dos gotitas cada dos horas.

Dos.

No más.

Sigamos…

A mí contrariamente a lo que creo que pienso, me gusta escuchar consejos porque es como apalancarse de la síntesis del otro. De su mayor convicción para la cuestión que sea. Y en definitiva, usar la cabeza ajena como una posibilidad extraordinaria para resolver el propio discernimiento.

Que por supuesto puede relajarse, ponerse en modo escucha, expectativa, pero no puede delegarse. Porque para lo único que serviría la delegación total del discernimiento es para obtener el premio cosuelo…

El me dijo. O ella me dijo.

¿Y?

No seas marmota, no lo culpes encima que te dio un consejo.

Desagradecido.

El dijo o ella dijo lo que dijo, lo que fuera que dijo, y vos cabeza de chorlito hiciste lo que dijo o lo que escuchaste que dijo. Y ahora sos tan desagradecido que porque lo que dijo no resultó ser como esperabas, le echás la culpa y no te hacés cargo del asunto.

Cuando voy y yo sabemos. Aunque en realidad, todos sabemos, que sos vos el único responsable de haber decidido lo decidido.

El único protagonista de la película por más que te quieras hacer el desentendido o la carmelita descalza y actuar con la cobardía de quien señala con el dedo a un presunto culpable, que quizás tuvo tan solo la amabilidad o la gentileza de decirte lo que le parece a partir de tu solicitud de opinión o consejo.

Punto.

Tomo la pastillita y vuelvo.

Ya está, disculpen.

¿Seré el único que se entretiene con estas cuestiones o la estaremos pasando todos bomba?

Es mejor jugar a estas cosas que caer en vicios insanos, que por suerte desconozco.

Y por experiencias ajenas por supuesto desaconsejo.

Entonces para sintetizar y llevarnos tal vez algo de estos vericuetos podríamos preguntarnos qué relación tenemos con los consejos.

¿Los pedimos? ¿Le damos demasiada entidad? ¿Nos interesan los consejos sobre cuestiones en apariencia irrelevantes o queremos el consejo que nos resuelva la vida? ¿Caemos en la trampa de pedir consejo para evadirnos de la responsabilidad de decidir?

Si bien a mí no me gustan ni me interesan los consejos de cuestiones definitivas de mi existencia, pensárdolo bien no estaría mal quizás escucharlos.

Seguro que alguien tiene algo interesante por decir.

Y uno no puede ser tan soberbio de andar despreciando la inteligencia de las cabezas ajenas.

¿No?

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