Cómo relacionarse con la decadencia
Siendo yo un aspirante a viejo con tendencia cascarrabias, me veo en la obligación de inmiscuirme en ciertos pormenores de esta cuestión a los efectos de articular los pensamientos, decisiones, y comportamientos que juzgue convenientes para vérmelas con la decadencia que se presenta en las circunstancias más diversas.
Sea el sorete del perro que pisé y/u observé en la vereda, el parlante bullicioso del tarambana de turno, él o la descerebrada que cruza sin mirar o anda a velocidad que solo puede permitir la impunidad de un país bananero.
Y tantas cosas más.
Que no pienso enumerar para no acelerar la tendencia de cierto proceso evolutivo que opera desde mi intimidad en forma silenciosa pero sistemática y me arrastra hacia la gestación de un viejo rezongón que lo único que hace es señalar los desbarajustes de la cotidianeidad con intención de subsanarlos, y se queda mascullando el enojo de quien atestigua lo improcedente, lo injusto, lo indudablemente desafortunado que afea al mundo y erosiona las circunstancias que sean.
Por no decir estar en un laguito en silencio conectado en el universo como Dios manda.
Yo he pensado que debo sostenerme en pie para no sumarme al ejército de cómplices, acomodaticios y pusilánimes, que con su inacción toleran cualquier desgracia y facilitan que la voluntad de la decadencia se asiente y perpetúe en perjuicio de todos.
Y por tal situación me he sentido siempre movilizado a obrar con palabra que incida para educar el despropósito, logrando para decir verdad, ciertos éxitos pasajeros e inmemorables, porque la tendencia de la decadencia es cizañera, persistente y caprichosa.
No se rinde, sino que se acentúa.
Así que los correctivos educativos para ser franco y preciso debo reconocer que son irrelevantes porque su efectividad es de dudosa permanencia.
Es por esta situación que me pregunto si debo acentuar la técnica de la evación para huir de las viscicitudes decadentes o debo persistir en la lucha de quien no se rinde ante el despropósito y la degradación.
Si no fuera por la inminente posibilidad de terminar siendo un viejo cascarrabias no consideraría en lo más mínimo la posibilidad de deponer las armas y aceptar que la decadencia haga de las suyas.
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