lunes, 22 de julio de 2024

La suerte


A esta altura de la vida ciertos comentarios me exasperan. 


No tengo paciencia.


Esperemos que todo vaya mejor, escucho a una persona decirme cuya posición existencial es quedarse de brazos cruzados sin ejercer la más mínima acción para construir su realidad ni obtener logro alguno.


Me muerdo los labios, me inquieto. Si fuera violento la estaría estrujando con los dos brazos, cortándole la respiración hasta impacientarla, para proceder luego pegándole una patada en el culo.


A ver si toma conciencia.


¿La  violencia física será un desborde inaceptable que se ejerce por ese motivo?


Un sopapo a tiempo es bueno, escuché alguna vez.


Me parece una locura, un despropósito, una acción inadmisible y repudiable. 


Por eso si algo de violencia tengo la ejerzo en la imaginación. En ese terreno me permito pegar sopapos a voluntad.


Aún cuando parezco imperturbable.


Si no hacés nada, no vas a lograr nada, suelto.


La jubilación no va a existir, remato como expresando la obviedad que aspira al movilizador avivamiento, que no es ni más ni menos que tomar conciencia primero con la finalidad luego de hacer algo para lograr algo.


En vez de andar diciendo que Dios proveerá. O creer que nuestra situación es estrictamente consecuencia de un mandamás que define nuestro destino.


Más que esperar que todo vaya bien hay que actuar con compromiso y responsabilidad. Hacer nuestra parte.


La suerte se construye, remato.


Y si te quedás de brazos cruzados la suerte que estás construyendo no creo que sea buena.


Porque la mala suerte también se construye.






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jueves, 18 de julio de 2024

Aprender del otro…

Siempre me llamó la atención que la gente aduzca por ejemplo que no tiene experiencia en tal o cual materia y que es necesario e imprescindible tenerla.


Es como pretender que uno meta los dedos en el enchufe para corroborar la patada.


Una exigencia para la zoncera, que debería rechazarse de plano sin mayores explicaciones.


¿No hiciste el servicio militar vos?


No, pero no necesito que me fajen para saber lo qué es bueno.


Claramente la experiencia es esclarecedora si se observa con espíritu crítico y analítico. Porque convengamos que experiencia sin análisis no aporta aprendizaje.


Si no pregúntenle a todos lo que repiten la experiencias negativas una y otra vez.


Digo, como para azuzar un poco, porque si uno no patea un poco el hormiguero, si no pellizca de algún modo para fastidiar, quizás no inquieta, no entretiene, aburre y deja que las palabras caigan en el universo de la intrascendencia, donde apenas pronunciarse quedan olvidadas.


Y si uno escribe es, entre otras cosas, para pugnar que ciertas palabras, frases o ideas se escabullan de ese presunto destino y cuando uno menos lo espere salgan a flote.


Y queden.


Para siempre.


Por eso a veces se apela a la posibilidad de patear hormiguero o pellizcar un poco.


No mucho, por supuesto. Si no con la justa medida. 


Despacio, sin lastimar. Movilizante.


Un toque.


Y volviendo al tema de aprender del otro, no solo inquieta la gente que es ciega a la posibilidad de ese aprendizaje, sino que a la vez tiene dificultades para aprender de su propia experiencia.


Por lo cual para qué carajo quieren experiencia.


¿Para meter los dedos en el enchufe una y otra vez?







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viernes, 12 de julio de 2024

La presunta estafa


Atiendo un número del exterior con la expectativa de que se abran nuevas instancias de la realidad y que esas presumibles alternativas sean una buena aventura para ensanchar la experiencia de vida y sacarle más provecho a la existencia extendiendo el mundo actual que supe conseguir.


Me habla un tal Acosta y me anuncia que el asunto es delicado.


Importante.


Me hace saber que una tal no recuerdo el nombre, el apellido, y el DNI, ha usado mis datos para comprar un horno eléctrico, y el perspicaz, astuto, perro de presa de Acosta, ha advertido desde su departamento de resguardo a fraudes de Mercado De Pago, que este asunto es una patraña y que la susodicha va a arruinarme con deudas que deberé afrontar para que ella disfrute vaya a saber de qué placeres, chucherías o lujos, como el maldito horno eléctrico que según Acosta vale como 300 lucas y está intentando comprar.


Salto como una pipa y digo que no conozco a la susodicha, que no acepte la transacción, que es una burda estafa y que deniegue cualquier intento de esa índole o similar.


Acosta se muestra como un aliado incondicional que está para resguardar mis intereses y evitar que me estafen y yo lo escucho con desconfianza pero con atención, midiendo sus palabras y obrando con sigilo por la presunción de que se trate de un farsante que hábilmente ejerce la destreza de embaucarme para estafarme.


Me pide que ingrese a Mercado de pago y vea la actividad, mientras me juramento en silencio que no le mencionaré ninguna información como resguardo ante esta presumible patraña.


Me dice que apunte un número de Cbu, y procedo en consecuencia.


Intento pedir explicaciones y entrar en los pormenores del asunto, pero me dice que actúe con rapidez porque si se corta el proceso me arruinarán y solo quedará reclamarle a defensa del consumidor mientras pague todas las cuentas.


Me indigno y pataleo. Digo que necesito mayores precisiones.


Acosta advierte que no seré presa fácil y que su ayuda está obstaculizada por la desconfianza. Lo noto impaciente, molesto, levantando el tono. Y es ahí donde aprovecho a tomar las armas para poner las cosas en su lugar,


Deme su DNI, contraataco.


Y Acosta se enoja, se indigna. Reitera que no va a poder ayudarme si corta el proceso.


Pero yo insisto, su DNI Acosta, su DNI.


Y Acosta se exaspera, se ofusca, se indigna como un amigo que se siente defraudado porque uno le perdió la confianza.





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miércoles, 10 de julio de 2024

Pobrecito

No debe haber trabajo más rentable que el que ejerce de pobrecito.

O pobrecita.

Es un oficio que ejercen muchos con habilidad inusitada para perseguir sus fines personales.

Todo un trabajo.

Requiere destrezas, comportamientos, simulaciones, omisiones y esencialmente el ejercicio comprometido de un simulacro que intenta construir en otro el único concepto que se esfuerza por construir.

El de pobrecito.

¿Por qué lo hacen?

Porque es un oficio rentable, y porque logra resultados. Basta lanzarse a esa empresa para lograr cierto desempeño más o menos respetable y alcanzar ciertos fines.

La simulación es la clave, como también es clave el ocultamiento de la verdad.

El pobrecito o la pobrecita bien lo saben y se esfuerzan en mantenerse camuflados para no ser descubiertos.

Si se confesasen, si emergieran las verdaderas ocultas, dejarían de ser pobrecitos y no obtendrían por la materia beneficio alguno.

Les dirían por ejemplo que usen su plata antes de andar lloriqueando o esforzándose por trabajar de pobres para que directa o indirectamente otro se apiade, les resuelva sus presuntas penurias y les llenen los bolsillos.

Por dar un burdo ejemplo.

Pero es imposible no advertir las tretas del pobrecito para quien quiere ver la verdad y no cierra los ojos a la evidencia, porque el pobrecito o la susodicha hace agua por todos lados y la verdad esencial de su vida no puede transfigurarla por más esfuerzos que realice.

Lo único que tiene de pobrecito es la actuación.

No sé bien por qué me inquieto con este tema que me hace sentir que pierdo el tiempo al observarlo, debe ser porque el pobrecito es un farsante que apela a cualquier cosa con tal de salirse con la suya.

Y debe ser también porque se sale con la suya con el hábil ejercicio de la farsa que al parecer sale airosa y logra embaucar al desprevenido.

Lo más inquietante del pobrecito es que vive en la victimización  y pretende que otro se haga cargo de su vida, honrando en esa postura tanto la farsa como la elección por la impotencia.

Penoso trabajo.






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viernes, 5 de julio de 2024

¿La palabra es la mejor arma?


No concuerdo con la frase que dice que la palabra es la mejor arma.

Me espanta la concepción de esa perspectiva aunque debo reconocer que trae consigo mucho de verdad.

Escribir es disparar.

A veces.

Y yo como toda persona que escribe a veces apunto y disparo. No puedo desentenderme de esa tentación de apretar el gatillo.

Lo cual no quiere decir que concuerde con la connotación de la palabra como el arma perfecta.

No me gusta.

La rechazo esencialmente, aunque la ejerzo a veces sin medias tintas.

Doy a la sien, o al corazón.

Es lo mismo.

No de personas, por supuesto. Si no de viscisitudes de la vida, comportamientos, inquietudes.

Lo que sea. 

Apunto y disparo.

Joder.

Pero decir que la palabra es la mejor arma se bandea para el dado presumiblemente negativo. Porque la palabra no destruye únicamente, sino que esencialmente construye. 

O bien, no destruye, acomoda. Se hace cargo de calibrar el mundo desbarajustado.

Si tiene esa intención, por supuesto.

Además la palabra no puede ser solo un arma, es por el contrario un puente para encontrarnos, para fomentar los buenos sentimientos y elaborar la buena vida.

Porque si bien con la palabra se puede disparar y darle con frecuencia en el blanco para ajusticiar o acomodar el mundo desbarajustado, también se puede curar, contener, amar. Elaborar el mundo para que luego aparezca.

Y hasta salvar al hombre de sus desgracias.






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