jueves, 27 de junio de 2024

Mirarse el ombligo

 

Uno habla de lo que adolece.


Recuerdo.


Al escuchar otra vez a una persona cercana que viene a relatarme una situación de una decisión suya de ciertas circunstancias.


Yo no me miro el ombligo, me dice.


Lo escucho con atención, porque es lo mismo que hizo en una perorata hace tiempo en un brindis de una fecha especial.


En aquel entonces hizo ciertos pasajes parlamchinescos que no recuerdo y al final remató.


Yo no me miro el ombligo.


Recuerdo aquella situación porque apenas pronunció esas palabras apareció la evidencia con elocuencia desmedida.


No podía tener una definición más precisa de su persona.


Vi para atrás su vida de manera espontánea, y no había hecho otra cosa que proceder alineado con total compromiso con esa filosofía.


Siempre se miró el ombligo.


Y al igual que la filosofía decadente pero efectiva de muchos empleados que muy bien tienen la destreza de congraciarse con sus jefes para lograr avanzar en las compañías u obtener beneficios que por mérito propio no obtendrían, se había alineado con esa pespectiva y en los hechos había corroborado los excelentes beneficios personales que le reporta en ese sentido.


Antes yo sospechaba que los que los que cortaban el bacalao eran lo suficientemente inteligentes como para advertir con elocuencia el proceder de quienes se miran el ombligo y se posicionan de manera inmejorable en una compañía. Y pensaba a la vez que lejos de ser víctimas de esas burdas triquiñuelas distinguían con claridad y valoraban a los que generaban resultados.


Pero debo reconocer que suelo fallar en las suposiciones.


Mirarse el ombligo puede ser una técnica excelente para quien persigue resultados individuales mezquinos, y se acomoda sin importarle en lo más mínimo los demás.


Esa técnica degradante y burda suele implicar al mismo tiempo el accionar que perjudica a los demás, es como acomodarse a los codazos hablando mal del otro y posicionándolo en el peor de los lugares para replegarlo y que no le gana ni sombra.


En términos personales mirarse el ombligo es una alternativa que también se percibe en las circunstancias más diversas. Como por ejemplo mentirle al otro para desalentarlo y en vez de abrirle posibilidades o al menos no perjudicarlo, cerrarle la puerta en la cara a costa de hacerle creer cosas que no se corresponden con la verdad. 


Por supuesto que mirarse el ombligo es una elección de vida totalmente respetable, y es a la vez una filosofía de bajeza que revela con claridad la degradación de cualquier persona insegura.

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