¿Es bueno quejarse?
Sepan ustedes que el taladro no cesa y yo persisto estoico con la mente en la cuestiones importantes que debo resolver. Imbuido en una pantalla que exige acción y decisiones, me abstraigo de ese taladro de mierda que no deja a nadie tranquilo.
Uno puede decir un taladro y otro muy bien podría decir del parlante bullanguero portátil que inventó quien merece la pena máxima.
Por la calle, el parque o la playa siempre aparece un susodicho que viene con el barullo a imponernos ruido a todos. Y los viejos o lo que no estamos tan viejos, protestamos, maldecimos y vemos la impudicia de quien nos impone sus caprichos para destruir nuestra libertad.
En esas circunstancias siempre pienso en ir a decirle al buen muchacho que está jodiéndonos el momento a todos los que queremos disfrutar el silencio, leer o evitar esa música pedorra chengue chengue que nos quema el cerebro.
Y que prejuiciosamente pensamos que puede ser la causante de su zoncera, que se manifiesta en ese acto tan tonto como elocuente de creer que con la música a todo volumen nos va a salvar a todos.
Pero en general no me acerco porque tengo muy pocas expectativas sobre la incidencia de mi eventual accionar sobre la cuestión y no quiero enredarme en ninguna discusión pendenciera que obviamente me exceda y en el peor de los casos, me deje además de aturdido, al borde del sopapo.
Así que solo observo y a lo sumo como acto de rebeldía miro desde lejos con cara de malo. Como diciendo, no se da cuenta que es un desubicado que está obligando a todos a escuchar esa pedorrada o lo que fuera.
Hasta ahí.
El tema es que la queja vuelve a la persona tóxica y arruina su emocionalidad. Luego tiñe su mirada viendo todo negativo.
Nada es más beneficioso que evitar un quejoso y escabullirse de él tan rápido como sea. Con lo cual a veces es bueno hasta escaparse de uno mismo.
La técnica es muy adecuada y parece ser la más conveniente. Por eso muchos la utilizamos casi de manera automática. Apenas nos percatamos de nuestro pensamiento o vemos que alguien arranca por la huella de la queja, escapamos como podemos, torcemos la conversación interna o externa si tenemos margen para hacerlo, y si no podemos huimos lo más rápido posible.
Y eso no quiere decir que nos tapemos los ojos y oídos frente a la realidad decadente que se manifiesta y exige reacomodarse. Porque nada es peor que la actitud pusilánime de la cobardía.
Simplemente quiere decir que evitamos intoxicarnos y quedar con una emocionalidad negativa, que nos haga ver que el mundo es un verdadero despropósito.
Porque por supuesto no es así.
La queja sirve en su justa medida. Para movilizarse, para decirse, bueno esto hasta acá. Mucho más no lo tolero.
Ahora a actuar.
Para eso sirve la queja. Es como pellizcarnos, un poquito.
Nos pellizcamos un poquito y molesta. Nos pellizcamos un poquito más y duele, se vuelve algo intolerable.
Ahí es que hay que accionar.
Advierto ahora que el taladro sigue de manera indeclinable.
Esta vez no creo que baje a evitar lo que no se puede evitar, están construyendo lo que se ha roto y la tendencia natural del mundo es arreglarlo. Así que está bien así.
No voy a ser yo un viejo rezongón que se apersona para pedir clemencia.
Iré a caminar para evitar que la queja me atrape otra vez.
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