Ensayo sobre el liderazgo
No puedo creer que gente tan inteligente se deje embaucar por pantomimas. Y menos que las estimule y fomente a fuerza de decisiones y beneplácitos que la alientan.
Lo sé desde chico, porque cuando alguien es curioso por naturaleza y sin querer queriendo quiere escrutar al ser humano con sus comportamientos, descubre lo evidente.
Lo ve todo.
Y eso siempre me ha inquietado por las consecuencias que tiene y la relevancia que termina teniendo en la cotidianidad de todos.
El tema creo que es más o menos así...
Hay un líder. Hay. Es decir hay uno que es el mandamás, el que lleva la batuta. Uno así hay en el vericueto que sea. Puede ser líder mundial o llevar la voz cantante del barrio, siendo una suerte de autoridad incuestionable que indica el camino.
Qué camino?
No importa, el que sea.
Ese tipo o tipa es el que manda, el que corta el bacalao y le explica o no le explica nada a sus súbditos, porque solo indica.
O solo puede indicar, si así prefiere.
Dice para acá, para allá.
Ahora firulete.
No importa, lo que sea. La cosa es que el tipo o la tipa mandan y deciden, y muchas veces se rodean sin querer queriendo por pusilánimes que le llevan la corriente a toda costa.
Cuanto más tontos y cobardes mejor, porque lo relevante es que sean verdaderos pusilánimes que obedezcan sin chistar y no pongan el más mínimo reparo ante la disposición del jefe.
No están para hacerlo pensar, están para congraciarle hasta en sus caprichos.
Eso desencadena dos problemas relevantes que sería conveniente atender.
Por un lado los pusilánimes pueden entusiasmarse en su mezquino camino al éxito y transformarse en lame botas para lograr ascender en una carrera indigna pero que los puede dotar de cualquier jerarquía que cubra sus intereses y reconforte su ego.
Y por otro lado el jefe o la jefa queda intrincado en un séquito de tontos que le dan la razón y afirman condescendientemente que todo lo que observa, piensa, dice o dispone, es correcto.
Porque al jefe no se lo contradice y se le rinde pleitesía, obediencia.
Obsecuencia.
El jefe es un grande, el más vivo de todos.
El problema esencial de todo esto es el desarrollo del líder, porque cuanto más limitado es, mayor es la habilidad que tiene para rodearse de obsecuentes que se esmeran en darle la razón aún en sus peores equivocaciones para que esté siempre feliz.
Ya saben, los obsecuentes no lo hacen pensar y como consecuencia no lo ayudan a tomar mejores decisiones. Porque lo acompañan hasta en el error para acentuarlo.
Por suerte hay otros líderes mas desarrollados que piensan que siempre pueden estar equivocados, y eso los favorece para escuchar, tomar mejores decisiones y alcanzar el mejor desempeño posible de su rol.
Gracias a esa actitud nos beneficiamos todos, los del barrio y los del planeta.
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