miércoles, 18 de mayo de 2016

¿Cuándo nos avivamos?


Nací con la intención, la misión o el propósito de avivarme. Como sea, era un objetivo que se me impuso. Me atrapó desde el inicio. Y vaya a saber por qué.

El avivamiento era como la iluminación. Tenía que ver con despertar, darme cuenta.

En síntesis, avivarme.

¿Y por qué?, dirán ustedes.

Bueno, porque detrás del objetivo está el beneficio que reporta el cumplimiento del objetivo.

El ser avivado suponía, o supongo, es un ser que vive con mayor bienestar. Es más feliz. Logra lo que quiere.

Construye la realidad que desea.

En fin, todo es beneficio para quien logra el avivamiento y se decide a habitarlo en sus circunstancias cotidianas. Como una persona que disfruta del logro y se reconforta regodeándose en sus beneficios.

De chico no tuve la menor de las dudas. El avivamiento se escondía detrás de los libros. Cada uno de ellos era el medio propicio para alcanzarlo. Por eso leía con la voracidad de quien quiere lograr su objetivo. Buscaba detrás de cada página las respuestas decisivas en procura de conquistar el propósito.

La intención fue siempre fallida. Los libros eran sin dudas aportes sustanciales pero estaban siempre lejos de aportar el avivamiento definitivo.

Apenas si merodeaban con decisión algunas cuestiones y ocasionaban un despertar tan fugaz como repentino.

Pero avivarse, lo que se dice avivarse. Con todas las letras.

Eso no.

Siempre era esquivo. Y un libro concluía con una única comprobación.

Esta vez no. Quizás el próximo es clave.

Y otra vez a buscar con ímpetu y a dejarme entusiasmar. Seducir.

Persuadir, por el libro indicado. El que prometía ofrecer las respuestas esquivas del avivamiento que tiene en su naturaleza una actitud huidiza.

Que es quizás la única verdad entre tanta maraña de suposiciones.

A veces me pregunto si no debería rendirme. Deponer la intención. Y aceptar que jamás alcanzaré el avivamiento. Que no habrá libros, ni vivencias. Ni circunstancias que me lo ofrezcan.

Ni a mí. Ni a nadie.

Y que jamás podremos alcanzarlo.

Pero abandonar el propósito de avivarme sería como renunciar a la vida. O dejar de ser quien uno ha sido. O está siendo.

Un niño curioso, inquieto.

Que cree que siempre es posible construir un mundo mejor.

Por eso quizás uno puede renunciar a muchas cosas, pero no a la intención de alcanzar el avivamiento.

Aunque siempre se escape.


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