jueves, 25 de diciembre de 2025

¿Hasta dónde defender la identidad?


Es posible que la identidad niegue la inteligencia.


Es algo que se ve con recurrencia, cuando alguien defiende, por ejemplo, lo indefendible a capa y espada, en contra de la elocuencia.


Cuando se llega a ese punto de negación sobre lo evidente, es cuando se decide defender a la identidad y despreciar la inteligencia.


Lo que hacen los fanáticos, por ejemplo.


Renuncian a la verdad, a la posibilidad de aceptar que están equivocados en todo o en parte, y defienden absolutamente todo: los errores y los aciertos. Como si fueran soldados incondicionales de lo que fuera.


Dejando la madurez y el sentido crítico de lado.


Negando cualquier traspié o error que pueda percibirse, dispuestos a transfigurar la realidad para darse la razón.


Cuando se defiende la identidad a capa y espada, se decide asumir la mentira en vez de afrontar la verdad y hacerse cargo de ella.


Cualquiera puede tener la identidad que fuera, pero solo con madurez y aceptación puede honrarse razonablemente.


No es todo idílico y perfecto.


Y reconocer los errores no desacredita cualquier identidad, sino que la honra con un mínimo nivel de madurez. 


Indispensable para obrar con criterio propio y no dejarse atropellar por veredictos o cuentos ajenos.


Porque lo que está bien, está bien. Y lo que está mal, está mal.


Ver todo color de rosas solo puede lograrse si uno está dispuesto a engañarse, creer en impolutos idealismos inexistentes y defender la identidad que fuera de modo burdo, infantil y también irresponsable.


Para obrar de esa manera, hay solo una condición necesaria como imprescindible.


Hay que elegir mentirse.



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