jueves, 16 de mayo de 2024

La palabra que faltaba


Hace un tiempo me pregunto si voy a seguir honrando la palabra que faltaba y voy sucedáneamente a seguir lidiando con las fieras que son esencialmente la manada que se agrupa pensando siempre lo que piensa el conjunto y enojándose con la disidencia, que no es más que la manifestación de un sujeto que se hace cargo de pensar por sí mismo, ponerle los puntos a las íes y decir lo que piensa en beneficio de la calidad de la toma de decisiones.

De ahí que las profundidades de mi ser me invocan para abrir la boca, desplegar las observaciones que considero pertinentes, profundizar y elocuenciar los fundamentos de las abstracciones y emitir juicios debidamente argumentados como debe ser de cualquier persona racional.

Fundamentaciones que en vez de aceptarse o cuestionarse con nuevas racionalidades que muestran sus desbarajustes, lo único que generan es el enojo de la manada que imposibilitadas de cuestionar la contundencia de las observaciones elocuentes, se fastidian, se enojan, se afianzan en ideas inconvenientes, caprichos de niños enceguecidos por decisiones incorrectas y se enojan contra el susodicho.

Esta situación recurrente de despliegue de la palabra que faltaba, la señalización de desbarajustes inconvenientes, y la voluntad de encauzar la intelectualidad a la calidad de las decisiones que luego fomenta la realidad que emerge, me está agobiando un poco y generando la discusión interna sobre la conveniencia de adoptar una posición de tibieza, propia de las personas acomodaticias que nunca se juegan por nada y creen en la actitud pusilánime para sobrellevar la existencia y pasarla bien.

Si no fuera porque me parecen de cuarta esas actitudes mediocres y me resulta detestable actuar como las personas que traicionan lo que piensan y no se juegan ni por ellos mismos, sería uno más de la manada, diría a todo que sí incluso lo evidentemente inconveniente, y renunciaría como esos cobardes a la palabra que faltaba.

Pero antes de traicionarme a mí mismo y ejercer de pusilánime para vivenciar la indignidad, por más comodidad que ofrezca, prefiero azuzar a las fieras, convivir con el enojo de la manada y pronunciar siempre a viva voz la palabra que faltaba.


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