El abuelo
Me despierto temprano, a las cinco, a las seis. Y me acuesto tarde, a las doce de la noche.
Duermo poco últimamente y me inquieto por esta circunstancia.
Todo ocurre de la siguiente manera…
De repente me despierto, de golpe, sin querer de manera decidida e irrenunciable. Es como que se activa el interruptor de luz y dice, ahora despierto.
Despierto carajo!
Percibo la circunstancia en la cama muchas veces con cierto cansancio. Como conozco la película por su reiteración, ya advierto que hasta ahí llegué. Dormiré hasta ese preciso instante y será en vano persistir con los ojos cerrados implorando unas horas más de sueño.
Son las cinco, cinco y media, seis. Qué importa.
Arriba.
Doy vueltas en la cama con una tenue expectativa pero el sentido práctico me indica que es momento de valorar el tiempo y no dilapidarlo, en ese preciso instante extiendo la mano derecha sobre la mesita de luz, agarro el control remoto y enciendo la televisión.
Sí, las cinco, o las cinco y media. La puta madre, otra vez me desperté y no me volveré a dormir.
Miro un poco la televisión hasta que me recuerdo que las malas noticias intoxican y que el tiempo es muy valioso. En cinco minutos apago el aparato y salto de la cama. Voy y me hago unos mates, agarro la notebook o algún libro y empiezo a disfrutar el día, afrontando las cuestiones que la vida trae y exigen resolverse.
Soy un abuelo sin nietos que disfruta al parecer esta circunstancia propia de la tercera edad.
Supongo que debe ser un mensaje de Dios para decirme, dale, no pierdas tiempo.
Aprovechá la vida.
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