jueves, 4 de junio de 2020

La emocionalidad


No sé ustedes pero tengo dificultades para pescar la emocionalidad, dilucidar las  incidencias que la provocan y luego encausarla a buen puerto.

Estoy atento por supuesto pero los motivos que fomentan lo emocional a veces se me escabullen.

Aunque intente pescarlos.

En realidad buceo con mayor empeño cuando siento que estoy frunciendo el ceño y un hombre amargado quiere instalarse en mi cuerpo.

Estoy atento y observo, para que no avance. Y si bien no discutimos a viva voz, creo que sabe que lo vigilo.

Por eso tal vez titubea, aunque muchas veces me distraigo y avanza sigiloso.

Si advierto que persiste y gana muchas posiciones, le insinuó que pondré música o lo amenazo con que iré a correr.

No sé si cree o confía en cierto espíritu de vagancia que me retendrá en el lugar sin ocasionarle el más mínimo riesgo.

Muchas veces permanezco trabajando quizás en la notebook expectante, aunque creo que sabe que lo monitoreo.

Otras veces me distraigo y me doy cuenta tarde, cuando ha logrado atraparme.






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martes, 2 de junio de 2020

Los solidarios truchos


Las palabras sirven para precisar el mundo y exponerlo. Por eso mencionarlo nos ayuda a reflexionar. Y replegar la palabra con rodeos en vez de clarificar confunde todo.

Puede insinuar el mundo pero no lo escruta.

De ahí la conveniencia de usar la palabra correcta, la que resulte más exacta, aunque incomode y perturbe.

Son truchos los solidarios que se empalagan hablando de la solidaridad y no son capaces de sacar una moneda de sus bolsillos ni de tener el mínimo gesto propio para obrar en consecuencia.

Se valen de la distancia que hay entre pobres y ricos y se irguen como salvadores de la desgracia ajena, en vez de confesarse como auténticos oportunistas que la aprovechan en beneficio propio. 

Más truchos son todavía cuando zoncean parlanchinamente rasgándose las vestiduras como si fuera su misión en la vida reparar la asimetría entre ricos y pobres, mientas en los hechos lo único que resguardan es el beneficio de sus bolsillos y privilegios.

Intocables.

Proceden con el descaro del chanta para justificar sus habladurías que tienen en verdad el único propósito de preservar sus privilegios y evitar resignarlos aún en situaciones límites.

El mundo se les puede caer encima pero sus bolsillos no se tocan, siempre prefieren ser solidarios con la plata de los demás antes de contribuir con una mísera moneda propia.

Encima tratan a los pobres como si fueran unos estúpidos que necesitan que una banda de mediocres los rescaten.

Obran como farsantes y revelan en esos actos la precariedad que exhibe siempre la contradicción e incongruencia.

Cuanto más gritan más chantas se muestran, porque el proceder revela su inconsistencia. Y el descaro se vuelve más notorio y prominente. 

La verdad que la gente grande que se llena la boca hablando de salvar a los pobres y haciendo creer que da su vida por ellos sin obrar en consecuencia es de cuarta.

Sobre todo si se enriquece a costa de ellos.

Asquea y repugna semejante nivel de incongruencia.

Son hipócritas, charlatanes, perversos.

Parlanchines incoherentes sin ningún sustento.




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El burdo truco de la complejidad


Si creo en la claridad y la simpleza se lo debo en parte por rebelarme contra el viejo e improductivo truco de la complejidad, que honran quienes escriben de manera escabrosa con una finalidad presumible.

Tal vez regocijar su ego para ubicarse en una zona de difícil entendimiento, que represente de algún modo que quien escribe está en la estratosfera del saber mientras que el lector se encuentra en el llano.

Luchando como un pobre diablo para lograr descubrir qué carajo quiere decir el autor.

Lo digo por experiencia.

En época universitaria no era extraño tener que enfrentarme con pilas de apuntes de autores que algo querían decir pero difícilmente se les entendía el mensaje.

Aunque luego de 300, 400 páginas, siempre se les entendía algo, tras darlos vuelta de un lado y otro y arribar por fin a lo que transmitían. O intentaban transmitir.

En general en esos textos puntuales era muy poco lo que decían, demasiado lo que repetían con distintos rodeos y mucho lo que embarullaban.

Daban vueltas con artimañas burdas y retóricas abusivas sobre dos o tres ideas.

Desplegaban narrativas escabrosas interminables. Todavía recuerdo un autor que escribía entre 15 y 25 renglones sin puntos.

Mi inquietud por el tema fue tan lejos que en distintas oportunidades tomé alguno de esos apuntes para que lo lea algún amigo lector.

Luego de unos días lo buscaba con entusiasmo para escuchar el veredicto.

No entendí nada, recuerdo que sintetizaba con honestidad y precisión.

A veces me preguntaba si esos escritos interminables y difusos tenían la intención de desarrollar nuestra capacidad de abstracción o eran en verdad la manifestación de hombres confundidos que procuraban en narrativas interminables liberarse de sus entuertos.

O presentarse como personas que vivían en un mundo de erudición ajeno para el hombre de a pie.

Pero esos escritos eran tan interminables cómo insufribes para los espíritus prácticos que valoramos el mensaje y no disfrutamos de dilapidar el tiempo para dilucidar lo que el otro quiere decir.

Suponiendo además, no en pocos casos, que el otro no tenía claro lo que quería decir. Y que por eso se embaucaba en el intento de propio desentrañamiento, zampándonos sus confusiones y enredos, con la finalidad tal vez de aclararse o bien de extraviarnos a todos quienes obligados compartíamos sus tormentos.

Aunque en el fondo siempre sospeché que la confusión manifestada y la intención de complejidad innecesariamente procurada se debía a espíritus inseguros que se valían del burdo truco de hacer difuso el mensaje para ubicarse en el pedestal de la sabiduría.

Con el cual por detrás de todo el objetivo sería que el otro no entienda o no termine de entender.

Y así los espíritus menos desconfiados creerían que el hombre está en las nubes mientas ellos viven la experiencia terrenal.

Suponiendo, erróneamente, que se trata de una mente sobrenatural. Compleja, brillante.

De muy difícil acceso.

Desde hace años me liberé de las lecturas compulsivas que aportan dudoso valor y no supe nunca más de aquellos amigos enredados que complejizaban hasta lo más simple.

Hoy escribo esto para recordarlos y preguntarme si seguirán embarullados como en aquellos tiempos.

Y si alguno les seguirá la corriente o dará vuelta pronto sus paginas.





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viernes, 29 de mayo de 2020

El hombre descarriado


Nunca he sido un hombre descarriado. Mis entrañas no me impulsaban a conmocionar mi realidad para protagonizar entuertos.

Si alguna vez me excedí sobre mis limitaciones racionales fue por efecto de la última copa de alcohol.

Y hace tiempo no tomo.

Solo recuerdo ciertos años de descontrol circunscripto a fechas festivas, en algún Año Nuevo o Navidad, que me impulsaban a una zona inquietante, extravagante y desconocida para mi mismo.

Únicamente en esas circunstancias tan memorables como excepcionales puedo confesar que me ausenté de mí y procedí de manera excesivamente desinhibida para extrañeza de mi mismo. 

Aunque si algo ha prevalecido de manera estable, comprometida y duradera, ha sido el temple, la racionalidad y la mesura.

Una equivocación a todas luces porque es presumible reconocer que la vida ocurre en los deslices.

Y patinar, lo que se dice patinar, he patinado muy poco.

Siempre he tenido la destreza de residir en una vida tranquila, disfrutarle, plagada de libertad. Lejos de descarrilamientos menores o abusivos.

Por eso me encuentro asentado, afianzado en la calma de la templanza del ser.

Sin convulsiones ni estridencias, viviendo el presente y disfrutando los instantes, que cada día parecen más perfectos, más intensos y profundos.

Sospecho que detrás de la simpleza está el bienestar.

Pero no lo sé, apenas lo supongo. Lo indago y corroboro en una suerte de instancia que parece circunstancial pero quizás sea definitiva.

Lo cierto es que es madrugada y me encuentro escribiendo no sé por qué. Tal vez para atrapar la vida o cazar de un zarpazo esas ideas o frases que vienen a buscarte con la intención de manifestase.

Fue quizás una de esas frases la que me hizo saltar al teléfono y escribir, para escrutar al hombre supuestamente asentado.

Un ser que se evade del mundo tumultuoso y complicado. Que lo observa con posibilidad de zambullirse.

Tal vez porque esas instancias inconfesables son tan perturbadoras como estimulantes.




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miércoles, 27 de mayo de 2020

Todos y todas


Nada resulta con más vocación de movilizar la emoción colectiva que el grito desaforado del político cuando toma aire, se llena la boca y vocifera.

Todos y todas.

Las multitudes lo ven al hombre o la mujer descarnada en una manifestación que parece un grito de guerra.

Una rebelión valiente sobre una circunstancia en apariencias intrascendente.

La gente que sigue el juego y se presta a la farsa se conmueve, parece desbordada por un sentimiento que la invade, siente la piel de gallina o cae en sollozos indescriptibles, tomada por una emoción desmedida que no alcanzan las palabras para representar.

Porque esos seres totalmente conmovidos se permiten caer inmersos en la profundidad de la zoncera, mientras el parlanchín de turno se llena la boca conmovido con esas palabras.

Todos y todas.

Otros miran como extrañados un espectáculo tan pintoresco y se preguntan por las razones que se encuentran detrás de las bambalinas.

Esto es un poco inquietante porque la gente inteligente sabe que al decir todos incluye a todas. Y al ser el tiempo un recurso muy valioso que tenemos, es un despropósito gastarlo en semejante estupidez.

Aunque advierte con claridad el esfuerzo de los oradores por valerse del despropósito y la emoción quizás fingida o sentida, de quien se conmueve por esas palabras.

Todo es lícito aunque sea una farsa.




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No lo dejan…



Nadie se equivoca cuando siente que hace lo que tiene que hacer.

Es en ese espacio donde encuentra la mayor fidelidad a sí mismo. Y nada es mejor que ser auténticamente quienes somos para honrar nuestra existencia.

No es fácil.

Uno vive en relaciones y desde el punto de vista de víctima, bien podría decir que le gustaría hacer tal o cual cosa, pero no lo dejan.

Ahá.

A uno entonces le gustaría hacer tal cosa. Mirá vos.

Pero no lo dejan…

¿Quién no lo deja? Bueno, el jefe, la esposa…

Qué se yo. Al tipo no lo dejan. Quiere hacer tal o cual cosa, pero fijate vos. El tipo quiere, claro que quiere. Pero no, no lo dejan. 

Apenas insinúa es como que le dicen... Ojito querido, qué es lo que vas a hacer? Sabés que no, que eso no se puede, no está acordado o no te lo permitimos.

Pero si yo…

A lo sumo puede balbucear un poco si quiere transparentar sus intenciones repudiadas. Intentar desplegar una oración o unos breves párrafos que sustenten sus propósitos, que validen por qué es necesario o conveniente que pueda hacer lo que quiere hacer. O lo que tiene la intención de hacer.

Pero no, no lo dejan ni siquiera a veces permitirse ese balbuceo menor que confiesa sus intenciones. Y hasta en el peor de los casos ni siquiera evaluar balbucear porque conoce la respuesta de antemano.

Entonces el tipo debe negociar consigo mismo y llegar a una definición quizás absoluta o flexible en relación a sus intenciones negadas por el mundo externo que lo rodea.

Es a partir de esa decisión íntima y a veces inconfesable, que el tipo resuelve su existencia y acepta el juego de la interdependencia humana, que le exige condicionamientos a sus voluntades profundas, que le amenazan de alguna manera la posibilidad de ejercer la autenticidad que le reclama su ser.

Por eso cada uno sabrá lo que debe hacer.





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sábado, 23 de mayo de 2020

El boludo



Más de una vez he primero sospechado, luego pensado y finalmente creído, que el otro piensa circunstancialmente o en forma definitiva que uno es un boludo.

Que yo soy un boludo, para ser más preciso y claro.

Y si lo piensa, por algo será.

Con lo cual por más que quiera defenderme y evadirme de esa suposición ajena debo reconocer que tendrá sus fundamentos.

Sus razones.

De modo que uno sea tal vez un boludo y no se de cuenta. Entonces en forma sistemática y recurrente se deje engañar, trampear como si fuera un niño.

Eso supongo que debe estar viendo y pensando cuando observo el proceder del otro que ha supuesto primero y determinado luego que uno es un boludo.

Un boludo con todas las letras.

Solo así se puede explicar y entender que el otro proceda como si fuera un picarón insano, un chanta, un vivillo.

Un farsante. 

Un mentiroso por convicción que vive enredado en la precariedad del mundo de la trampa, el engaño y la fabulación.





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viernes, 22 de mayo de 2020

¿Nos vamos a morir?


Creo que tal vez el error principal es no afrontar el problema de frente con total ímpetu.

No es que no se lo enfrente sino que al parecer la actitud de enfrentarlo carece de la determinación necesaria que aspira de manera innegociable a lograr el resultado.

La posibilidad de no morir tiene que ser bien cierta y el objetivo indeclinable si en verdad queremos aspirar a esa alternativa.

No hay lugar para dubitativos ni escépticos.

Más que nunca se necesita la determinación en la creencia de posibilidad, que en efecto podremos no morirnos.

Es la misma convicción que tuvo quien creó el teléfono, la televisión, el avión y hasta la bicicleta.

Por no decir la computadora, entre miles de cosas que disfrutamos.

También el marcapasos o lo que fuera en términos de salud.

Todo se logró gracias a los creyentes, a pesar de los escépticos y desconfiados.

Los primeros siempre creen que es posible y se movilizan en consecuencia. Los segundos creen siempre que no es posible y también se movilizan en consecuencia.

Con el agravante que a veces se esmeran en desalentar a los que están trabajando y avanzando para generar la nueva realidad.

Aunque por suerte no logran persuadirlos. Si lo lograsen tendríamos un mundo notablemente más precario del que disfrutamos.

Esto también se va a lograr.

Lo que tenemos que procurar es que se logre en nuestro tiempo, más que en el futuro.

Pensar que elegir no morirse puede lograrse en mil o cinco mil años es fácil. Lo difícil es convencer de esta posibilidad ahora.

Con lo cual habría que poner manos a la obra. Ahora mismo, sin perder un solo día más.

Esto es como la efectividad en la vida cotidiana.

Hay que lograr primero el convencimiento en la creencia. Esa es la instancia crucial que fomenta el compromiso.

Sin esa condición necesaria no se transforma ninguna realidad.







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