viernes, 18 de noviembre de 2022

El simulador



No me enoja tanto el simulador sino sus víctimas.


No puedo creer que gente grande e inteligente quede embaucada en las parrafadas del farsante que solo procura conquistar su propio interés a partir de embarullar al otro con su falso trabajo siempre empeñoso y sufrido, que enzalsa una vida tan dura como penosa.


El simulador es hábil en empaquetar a las víctimas porque se ve en las consecuencias que revelan sus tretas, que tan elocuentes como insanas logran sus objetivos.


Si no fuera así, las víctimas ya se hubieran avivado y no lo verían con beneplácito, sino que advertirían con evidencia la farsa y esa situación haría que el farsante en vez de acentuar su actitud por fin desista de la pantomima.


Pero las víctimas no solo creen en los relatos que con destreza articula el farsante, sino que siempre se disponen a escucharlos con atención inusitada. Como si en verdad el farsante estuviera transmitiendo la verdad de los hechos y su injerencia fuera memorable para encausarlos de manera beneficiosa.


Lo que enoja no es la actitud despreciable, mediocre y mezquina propia del vivillo que se vale de sus decadentes posibilidades para obtener beneficios propios, sino que las víctimas lo premitan una y otra vez sin advertir nada de nada y prestándole siempre el oído para escuchar sus falsos cuentos.


Eligiendo ser embaucadas por voluntad y decisión genuina.


En vez de ponerle un punto final a la mentira y a la farsa. 


Es por esa situación que el farsante en vez de abandonar su actitud reafirma su condición.




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martes, 15 de noviembre de 2022

Hay que estar


El problema no es del otro.


Ese es el quid de la cuestión. Parece una observación minúscula, obvia e intrascendente, pero es una decisión importantísima.


Veamos…


Mucha gente piensa que su responsabilidad llega hasta el consultorio del médico, la oficina del arquitecto o la sala de reunión del consultor.


Por decir algunos ejemplos.


Error.


Hay que estar, decía mi querido abuelo Juan. Y si bien tenía razón, esa creencia merece ser un poquito problematizada.


¿Por qué?


Porque hay estar conlleva con frecuencia la creencia de que hay que estar presencialmente, en forma personal con cuerpo y alma. Bien paradito ahí, donde sea, físicamente. Paradito o sentadito, pero ahí con el cuerpo a la vista, bien corporal.


Totalmente corporal.


¿Para qué?


Bueno, no estás escuchando Pedrito. Qué te pasa Pedrito, ¿estás enamorado? ¿Dónde anda esa cabecita? 


Como te decía Pedrito, estar personalmente para que las cosas anden, los objetivos se cumplan, para que no haya picardías, irresponsabilidades, ineficiencias, negligencias.


Para eso, ¿viste?


Para no perjudicarte esencialmente, Pedrito. Más claro no puedo ser.


Es papilla.


De la buena.


Discúlpame Pedrito, pasa que uno anda a las apuradas, turbado, con urgencias, y lo agarra de repente quizás el hombre soberbio que se las sabe todas y está escondido y agazapado quizás en las profundidades del ser.


Y asesta. 


¿Qué?


Arremete, Pedrito. Se lanza, emerge. Y suelta ahí una frase o algo y hace quilombo.


Pero vos no sos para nada soberbio, Juancito. Sos totalmente humilde. El más humilde de todos.


Ya sé Pedrito, pero soy humano y evidentemente ese tipo soberbio, disminuido, debilitado, marginado por completo y agazapado en las profundidades del ser tiene alguna voz y aprovecha la volada para decir lo suyo.


¿No?


¿En qué estábamos?


En el análisis Juan, en la síntesis de que hay que estar, y en la creencia obtusa de quienes piensan que hay que estar si o sí con el cuerpito.


Ahí estamos.


Bueno, te decía. Eso no sirve para nada. Porque uno puede estar con el cuerpo papando moscas o haciendo chistes, o usufructuando cualquier forma propicia típica de dilapidar improductivamente el tiempo.


Así que hay que analizar bien las creencias, problematizarlas, como sugería.


Lo importante no es estar físicamente, sino comprometidamente.


Pienso y creo firmemente.


Hace tiempo que estoy de esa manera en innumerables circunstancias y corroboro la efectividad de esta creencia a diario, con la convicción de quien sabe que tiene la verdad.


La absoluta verdad, la última y definitiva.


Lo cual obviamente es un error porque corre el riesgo uno de encerrarse en el capricho y residir en la terquedad, pero bueno…


Entonces, para terminar y no enroscarnos, los tiempos cambiaron y sin dudas hay que estar comprometidamente, puede ser con cuerpo o sin cuerpo, eso no hace a la cuestión esencial.


Hay que involucrarse y estar, y si son áreas que uno no está del todo empapado, más vale que estudie y se informe.


Sale caro delegar y mirar para otro lado.


Hay muchos médicos, arquitectos, pintores, albañiles, informáticos, etc. que claramente saben más que nosotros pero por más buenas intenciones que tengan tienen sus falencias y nunca pueden asumir nuestra responsabilidad.


Es mejor involucrarse.


Por conveniencia propia, digo. La comodidad de delegar absolutamente y desentenderse siempre raramente es eficiente, y puede exponernos a serios perjuicios.


Mirá como me dejaron esta baldosa. Chueca, bien desalineada y mal pegada.


Un mamarracho.


Por eso Pedrito, por eso hay que estar.






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domingo, 13 de noviembre de 2022

La palabra que faltaba



En general el mundo no se transforma por la palabra ya dicha, sino por la palabra que faltaba.


Ese es el verdadero desafío.


Cuando leemos o escuchamos lo ya dicho reconfirmanos el conocimiento que tenemos y residimos en la certeza que otorga cierta tranquilidad. Pero cuando nos aventuramos a escuchar lo no dicho, aparece un mundo nuevo y de alguna forma sentimos que cierto despertar pugna por emerger y manifestarse.


Esa instancia suele ser inquietante y perturbadora.


Hay quienes se entusiasman hacia lo novedoso de las palabras que vienen a proponer un nuevo mundo, y quienes se resisten a siquiera escucharlas por el temor genuino de que el decir nuevo desestabilice el presente y abra la posibilidad de transformar la realidad o cambiarla para siempre.


La palabra que faltaba suele arribar de la mano de espíritus inquietos que tienen ímpetu por desacomodar lo establecido y creen que vale la pena disponerse a concebir, diseñar y vivir ciertas realidades superadoras.


Creen en lo que aún no se ve porque saben que se va a ver.


Tropiezan y caen pero siempre se levantan porque los impulsa la certeza de la superación, que constatan con recurrencia a partir de honrar esa actitud en la vida.


Los conservadores en cambio se perturban ante la palabra que faltaba porque la perciben desafiante, desestabilizadora y amenazante para lo previsible.


No quieren saber nada.


Prefieren residir en el mundo conocido.


Están bien así y tiene una inclinación decidida a combatir la palabra que faltaba, quizás por miedo, quizás por comodidad y presumible conveniencia. O tal vez por propia inercia de los espíritus acomodaticios y pusilánimes que eligen vivir obviando cualquier desafío por más prometedor que fuera.


En cambio cuando alguien se lanza al futuro para procurar alcanzar la palabra que faltaba, se juega por un mundo que puede ser y aún no ha sido construido.


Cree en el más que la realidad inmediata.


Dignifica la posibilidad de la superación, se hace cargo de la incomodidad que fuera, y en esa actitud impulsa la posibilidad del ser, marcando la diferencia y honrando su propia existencia.


Esa inclinación hace que tarde o temprano la realidad por fin se transforme de manera positiva.


Y en el mejor de los casos la vida cambie para siempre.


Por eso hace bien cada vez que se aventura a pronunciar o a escuchar la palabra que faltaba. 






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domingo, 6 de noviembre de 2022

El aplauso



Nadie va a decir que no es lindo el aplauso y el reconocimiento. 


De hecho me ofrecería de lleno tal vez a esa vicisitud porque creo que debe ser tan saludable como reconfortante.


Por eso quizás en cierto momento pensé que se debería hacer un programa televisivo en el teatro que sea una suerte de homenaje a algún vecino de pueblo. Y el evento consistiría esencialmente en aplaudir calurosamente al vecino, luego de presentar un video con su vida.


Creo que ahí debería terminar el programa, sin palabras, para que se profundice en el hecho, en el sentimiento y en la vivencia.


Ya sabemos que la verdad tiene mucho más que ver con el sentir que con el decir.


Así que es mejor quedarse ahí en el momento y no decir nada.


Nada de nada.


Aunque en realidad no iba a comentar del programa sino a explorar el tema del aplauso y el reconocimiento. Se ve que ese hilo quedó colgado y quizás lo agarro con la intención de que genere la posibiiidad de la ocurrencia.


Porque la palabra visualiza, habilita y finalmente construye. Luego de la acción comprometida, por supuesto.


No se trata de residir en el mundo parlanchinezco.


Entonces decía…


El aplauso es sanador, bueno, reconfortante.  No creo que sea buen negocio decir, bueno a mí me importa un bledo que me aplaudan.


No, no.


El aplauso sincero es una caricia al alma.


Y una osa es una cosa y otra cosa es otra cosa.


Abrirse al aplauso no significa alinearse al aplauso. Esa decisión desde mi humilde pero convencido hasta el momento punto de vista, es inconveniente, porque apresa y encausa.


Quita la libertad.


Es como andar hurgando, a ver que están aplaudiendo por acá, che.


Ah sí, yo sé hacer esa morisqueta.


Miren.


Digo entonces resumiendo para ir finalizando por hoy, que cada uno haga por supuesto lo que se le antoje, porque es su propia víctima de su pensamiento, de sus decisiones, y de sus acciones.


Y superada esta salvedad básica, digo también que el aplauso es sanador y reconfortante, por lo cual es conveniente brindarlo en vez de mezquindarlo.


Por último, y con esto sí me despido, digo que el aplauso puede aprisionar a espíritus endebles que no están asentados en quienes son,  con lo cual pueden quedar sujetos a que el aplauso los guíe y delimite.


Sin más nada que decir, les deseo que reciban muchos aplausos y que no sean tan pijoteros de no darlos.


Son gratis y hacen bien.






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jueves, 3 de noviembre de 2022

Escuchad…

Toda persona que quiere evolucionar en su propio pensamiento y avisparse a partir de las apreciaciones externas sobre las cuestiones que fueran, debe estar dispuesta a escuchar al otro con la mayor disposición y apertura posible.


De lo contrario puede cualquiera quedar encerrado en su propia mirada, creer que se las sabe todas y vivir en  sus caprichos.


Es una elección.


Están quienes hablan por demás y quienes hablar por de menos.


Quienes lo dicen todo de manera irrefrenable sin permitir un bocado ajeno, y quienes escuchan todo a modo estoico sin inmutarse ni pronunciar palabra.


También quienes zigzaguean de uno hacia el otro extremo y se ubican de algún modo en los matices.


Por intentar precisar de manera más o menos fallida cuestiones esenciales del asunto.


¿No?


Escuchar es ante todo un acto de humildad.


Toda persona segura de sí misma, de sus ideas y de la convicción de que siempre puede haber puntos de vista desafiantes, enriquecedores y superadores, escucha.


Y no solo lo hace con la humildad de saber que el otro tiene algo interesante que decir, lo hace también porque le resulta muy conveniente nutrirse de la mirada ajena que en definitiva es una posibilidad de transformación o mejora de sus propias perspectivas.


Por el contrario quien no escucha esta subsumido en su propio cuento, se basta falsamente a sí mismo y reniega de la inteligencia ajena por exceso de confianza o inseguridad propia. Porque tanto puede estar absolutamente convencido que sabe definitivamente sin más nada que agregar o bien que lo que sabe es muy endeble y es conveniente no abrirse a presumibles replanteos.


Claramente las personas inseguras o poco desarrolladas tienen miedo de escuchar. En el fondo tiemblan en sus propias convicciones y la palabra ajena en vez de percibirla como una posibilidad de valor inestimable la conciben como una amenaza preocupante. 


Quizás en esos casos haya un problema de ego, de poder mal entendido o…


Vaya a saber uno cuál es la última verdad del tema. 


Escribir es como desenfundar un arma y apuntar al blanco. 


Se desenfunda, se apunta y se dispara.


Luego se mira con atención a ver qué pasó con ese derrotero de tiros y se suele advertir que algunos merodearon cerca, otros salieron para cualquier lado.


Y cada tanto uno dio en el blanco.






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viernes, 28 de octubre de 2022

Democracia desbarajustada


El problema no son los políticos sino el sistema de representación.


De alguna manera sin querer queriendo los burócratas que llegan al trono, cuanto más mediocres, poco desarrollados e inseguros son, más ejercen la intención de arrebatar los pilares de la República para obrar arbitrariamente a diestra y siniestra sin mayores consecuencias que las que ofrece un país de insinuación bananera.


Se me escapó.


Decía que el problema es el sistema de representación, porque de alguna manera los personajes cambiantes que transitan los poderes que sostienen la República terminan siendo los dueños de la pelota, por voluntad propia.


Está mal, por supuesto.


La pelota es de la ciudadanía, del pueblo, de las instituciones, no de cualquier personalidad con ínfulas de grandeza que se entusiasma por el poder formal que ocasionalmente los ciudadanos le confirieron.


Este es humildemente el quid de la cuestión.


La pelota se mancha por inercia y se estropea siempre cuando la institucionalidad es frágil, vulnerable o carente de fuerza.


Cuando los séquitos de los mandamases que fueran en vez de estar colmados por espíritus éticos, reflexivos e inquietantes, están dominados por cobardes pusilánimes que lo único que los motiva son sus mezquinas intereses personales y son capaces de arrastrarse hasta la indignidad para decir una y otra vez, sí señor, no señor.


Le pertenezco.


Dejate de joder.


Por qué no tiene fuerza la institucionalidad en países de intención bananera, sería tal vez una primera pregunta que invita a encontrar la respuesta en quienes se benefician de esta situación que obran de manera de sostener el status quo y son quienes de algún modo terminan adueñándose de la pelota.


Para hacer jueguitos tan decadentes como repudiables y perversos.


¿Esto pasa por el bajísimo nivel educativo?


Probablemente, es una condición necesaria de las pretensiones tan abusivas como autoritarias que pretenden a voluntad atropellar a la ciudadanía con las arbitrariedades que fueran burlando las normativas e institucionalidades vigentes.


Disculpen si aparece un prejuicio. No todo es tan blanco ni negro, pero valga el latigazo para los impostores.


Se lo merecen.


Me cansa de solo escribirlo, porque la película se repite y en la farsa quedan embaucados hasta los burócratas de buenas intenciones, que no son pocos y envalentonados vaya a saber por qué fuerza divina, creen que esencialmente solo con ellos va a transformarse el mundo.


Como si fueran ellos los iluminados y el resto una manga de idiotas.


Si no se reconstituye la institucionalidad y no se recupera el valor de la norma, el cuento va a ser siempre el mismo, todos vamos a atestiguarlo.


Veremos los aplaudidores una y otra vez. Y Jesucristo estará presente entre nosotros siempre con un nombre distinto.


Cambiarán un poco los desenlaces pero ya todos sabemos que el final es el mismo. Y el cuento es verdaderamente malo, triste y desolador.


Está en las manos de cada ciudadano empezar a cambiarlo.






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jueves, 20 de octubre de 2022

Los pijoteros


Si no fuera por unas personas cercanas que evidencian la filosofía quizás no lo habría advertido nunca y jamás hubiera dilucidado con semejante elocuencia las consecuencias de esa actitud tan restrictiva como miserable.

Yo pensaba que era un tema de chicos esencialmente y que con el correr de los años cualquier persona se avivaba y salía de esa lógica indolente que le reduce el mundo, sus experiencias y posibilidades. 

Pero no es así.

Uno puede cumplir muchos años y no solo evitar abandonar esa postura, sino reafirmarla y acentuarla con el tiempo.

Lo he visto.

Y me he quedado de alguna manera con los ojos abiertos, extraviado y en algún aspecto conmovido por el accionar del ser pijotero que se aferra a esa filosofía restrictiva con uñas y dientes.

Lo que le ocurre esencialmente al pijotero es que vive en un mundo diminuto, chiquitito, donde residen las mínimas de sus posibilidades. 

Atestigua a diario la precariedad de su elección y se acomoda como puede, obviamente siempre sufriendo las consecuencias que en mayor o menor medida conoce.

Me he preguntado por qué el hombre pijotero se aferra a esa filosofía y si bien existen diferentes hipótesis que podrían explicar la convicción por ir a menos y aferrarse al dinero, creo que la más razonable o la que más me persuade, es la que indica que el pijotero asume esa condición porque sobrevalora más el dinero que cualquier otra cosa.

Es en esencia el más materialista de todos.

Es decir…

Piensa que el dinero tiene más valor del que tiene y no hay nada en el mundo que lo persuada de que es mejor soltar el billete para amplificar el mundo, extender la experiencia o vivir mejor.

Ni siquiera, la inflación, en los peores casos, porque el pijotero está tan consustanciado con el valor sobredimensionado que le da al dinero, que aún en contextos descaradamente perjudiciales, elige mantenerse estoico en su posición de no soltar los billetitos hasta última instancia.

Y si bien no quiero andar provocando a los pijoteros que obran como seres tan mezquinos como miserables muchas veces de manera desvergonzada e impúdica, solo escribo unas líneas conmovido por ciertas situaciones que elocuencian esa despreciable filosofía, que con total derecho cualquier persona puede asumir.

Aunque quizás lo más intolerable es la lógica de algunos pjjoteros que pretenden hacerse cargo del beneficio del ahorro que genera su proceder a costa de que el otro pague la cuenta de lo que fuera o le incumba, para luego usar ese dinero en beneficio propio.

Ese tipo de pijoteros son los más repudiables.

Los otros que se hacen cargo del precio que su filosofía genera, no joden para nada. 

Y son por supuesto muy respetables.





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viernes, 23 de septiembre de 2022

La palabra santa

La palabra santa transcurre por innumerables circunstancias. 

Cuando era chico pensaba que era un atributo innegable del cura del pueblo, que ensalzado en su propio discurso y envalentonado con la pleitesía de los feligreses, se despachaba a gusto sobre las cuestiones más variadas, indicando esencialmente el camino correcto que de alguna forma u otra convenía seguir sin chistar.

Porque el riesgo siempre estaba latente y al acecho. Y las consecuencias serían irreversibles.

Con lo cual la palabra santa se adjudicaba por vocación propia y ajena, y remarcaba las precisiones convenientes para transitar una existencia libre de culpas y con cierto reaseguro en el más allá.

Pero no quería ir tanto por ahí, porque ya he escrito sobre el querido cura del pueblo. Prefiero doblar en la esquina y seguir por otros caminos, quizás tengo suerte y llego a lindos lugares o bien se perciben o insinúan interesantes paisajes.

Uno escribe tal vez para eso, para andar entre malezas en busca de un supuesto hallazgo que es a veces una minucia y otras veces una presunta piedra en apariencia valiosa.

Aunque en general desgastada.

La palabra santa está por todos lados y siempre advierto a quienes la ejercen con semejante convicción que no tienen el menor atisbo de dudas. 

Eso es lo más relevante que me llama la atención.

Suplantan esencialmente la inteligencia ajena por la propia. Y los súbditos por convicción escuchan el veredicto de las cuestiones que fueran. 

El susodicho se entusiasma y habla con determinación, como sabiendo a ciencia cierta cómo son las cosas. 

Los otros pobres diablos gustosos escuchan las respuestas de apariencia infalible y las disposiciones correctas que establecen el buen camino.

Todos contentos. 

Supongo.

El mandamás despliega su discurso y gestualidad ofreciendo respuestas que a veces se atropellan unas con otras pero que se pronuncian como verdades irrefutables de cuestiones que en verdad merecen ser problematizadas, analizadas o evaluadas por quien quiera para resolver de manera individual la efectividad de las mismas.

Pero no hay lugar ni voluntad para ninguna discrepancia. Las cosas son así.

El tema es que hay un público deseoso de que le indiquen qué tiene que hacer, para dónde ir, si está bien esto o lo otro, y qué sé yo cuántas cosas más.

La gente reclama y de alguna manera el buen hombre o la buena mujer se aprestan a atender con compromiso ese reclamos y entonces señalan.

Siga para allá, doble, o haga tantas cuadras.

Cuanto menos responsabilidad está dispuesta a asumir una persona, más interesada está en la disposición ajena. 

Y cuando más miedo tiene y más insegura es, más lo asustan para encausarlo y disciplinarlo. No vaya a ser que se aparte del camino o se haga cargo de pensar por sí mismo. 

¿Vos qué harías?

No sé, yo solo percibo la palabra santa y me inquieto al ver como se despliega.





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