lunes, 23 de octubre de 2017

Encapuchados


Son las tres de la tarde del sábado 21 de octubre, un día previo a las elecciones legislativas.

Un grupo de encapuchados con palos está sobre la avenida 9 de Julio en la intersección de avenida de Mayo. Frente a ellos hay alrededor de ocho personas de chalecos amarillos que en apariencia no tienen armas y son de la policía de la ciudad.

No puede ser, pienso. Nada cambió.

Camino sobre avenida de Mayo y me mezclo entre manifestantes que llevan banderas. Muchos parecen buena gente que está motivada por sus convicciones. Otros generan muchas dudas.

Sigo por la avenida de Mayo y veo a lo lejos más manifestantes. Llevan banderas y están en el medio de la calle.

-Doblemos mejor a la izquierda –le digo a Flavia.

-Vamos para San Telmo.

Es lindo ese paseo, uno va hacia el lado de Puerto Madero pero dobla varias cuadras antes. Preferentemente en Defensa. Luego llega lo más lejos posible, para disfrutar todo el recorrido.

Eso es lo que hacemos, casi sin quererlo. Porque la intención era parar en el bar notable Seddon.

CERRADO.

-Entonces sigamos. Sigamos hasta el bar Británico.

-Será acá derecho, ¿no?

-Veamos…

Caminamos sin detenernos entre los turistas del sábado a la tarde. Y paramos ocasionalmente a explorar alguna galería, como la que está repleta de chucherías repartidas entre locales divididos por rejas.

-Es deprimente esto. Son todas cosas que pertenecían a gente muerta.

-Sí, vamos.

La tarde está soleada y son muchas las personas que caminan entre las calles empedradas. De repente un hombre compenetrado indica a dos turistas extranjeros el camino para llegar a su destino. Mueve los brazos y procura ofrecerles cierta precisión gestual que le imposibilitan las palabras. Lo veo demasiado consustanciado como para interrumpirlo y pedirle que corrobore nuestro camino.

Seguimos derecho hasta la plaza Dorrego. Son numerosas las personas que están tomando algo mientras se ven vendedores por todos lados y se escuchan tangos desde los lugares más diversos.

Avanzamos un par de cuadras y llegamos al Parque Lezama, pero antes paramos en el bar notable que está en la equina. El mozo es un hombre de setenta años que lleva un impecable uniforme blanco. Toma nuestro pedido y al tiempo lo acerca a la mesa con el diario. Pero unos pocos minutos bastan para participar de ese mundo, la tarde está demasiado linda como para recluirse en las noticias que ya leímos temprano en Internet. Por eso pagamos y cruzamos... 

-Acá escribió el pasaje de la novela “Sobre héroes y tumbas” Sabato, digo.

Había una escena de la novela en un banco que por algunos vestigios de la memoria recuerdo.

-También venía la abuela Dora, me recuerda Flavia.

Caminamos por la plaza recordando a la abuela. Iba mi madre, mis hermanos y yo. Qué raro esas situaciones, pienso. Por qué íbamos a Parque Lezama. Será cierto que fuimos varias veces o formará parte de una ilusión de esas que crea la memoria y establece como verdad que no se puede corroborar.

-Dejaron hermosa esta plaza, la renovaron toda –digo.

No estoy seguro, pero en apariencias es así. La plaza está hermosa y está llena de gente disfrutándola.

Nada me alegra más del espacio público que ver que las plazas de la ciudad están recuperadas y perfectas. Así lo observé en la plaza de Tribunales, en la plaza Francia, en la Plaza Rodriguez Peña y en la plaza Congreso, entre otras.

Damos dos vueltas a la plaza por distintos recorridos internos. Vemos las fuentes en forma de copas de mármol entre otras recuperadas. Pasamos por el área renovada de juegos infantiles. Y nos sentamos para observarlo todo y disfrutar la tarde.

Volvemos caminando hacia plaza de Mayo. Creemos que volver por la avenida es siempre un paseo disfrutable. Llegamos hasta la intersección de la plaza y Defensa. Vemos varios manifestantes y de lejos percibimos que empiezan a correr.

-Se armó goma –dice alguien que pasa al lado nuestro y acelera la marcha.

Retrocedemos sobre nuestros pasos, mientras recuerdo a los encapuchados con palos que estaban parados en la avenida a plena luz de la ciudad, con la compañía de agentes desarmados.




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viernes, 6 de octubre de 2017

Cirugías mayores


Voy a tratar de escribir un poco. A veces pasa un mes y no escribo nada, me pregunto si haré bien. Si esa distancia con la escritura es buena y si no estoy dejando pasar buenas oportunidades para capturar textos que quizás sean interesantes.

Me cuesta a veces retomar y alinearme de nuevo con la escritura, que es un mundo fascinante. Con frecuencia me doy cuenta que me cuesta fluir en el escrito y es esa una condición necesaria para hacer un buen texto, pienso desde mi humilde punto de vista.

Cuando el texto fluye hay cierto logro. Cuando dice algo en algún pasaje de manera diferente pero notoria, hay otro logro.

Cuando advierte una mirada particular y propia, creo que hay un logro más.

Y a veces cuando alguien tiene suerte, se alinean los planetas o vaya a saber qué es lo que sucede, esas condiciones se dan juntas y el escrito es excelente.

Yo creo que aspiro a eso siempre, a tratar de liberarme de inquietudes que necesito desentrañar y elaborar, para andar con más liviandad en la vida. La escritura posibilita esa situación que es maravillosa. Ejerce así una suerte de autocuración sin médicos ni enfermeros. Basta que uno se ofrezca a autoescrutarse o a zambullirse en su interior y sus menesteres para realizar la operación sin riesgo de vida.

Es un proceso de adentramiento el que se realiza con cirugía simbólica y se delimita al mundo de las palabras.

No hay sangre.

En los hechos.

Ni riesgos de vida, aunque cualquier persona que se entrometa en esos menesteres debe ser cuidadosa, más si afila el bisturí y tiene intención de profundizarlo.

De lo contrario son operaciones menores, que también suelen ser necesarias.

El tema es avanzar con cierta responsabilidad y cuidado, porque si bien es  cierto que no hay sangre, nadie está exento de ensangrentarse si pone manos a la obra y arremete hasta el hueso.

A veces uno lo sospecha porque el cuadro parece claro. Pero otras veces uno lo sabe porque lo ha acometido. Ha apuntado a su interior con el bisturí afilado y ha hecho lo que tenía que hacer.

Lo que sospecha uno también es que nadie disfruta de esas operaciones, por lo cual es muy posible que hagamos intervenciones menores pero que evitemos esas cirugías mayores.

Si bien son curativas, nadie quiere exponerse a morir desangrado.





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sábado, 26 de agosto de 2017

De prepo


Cualquier persona está grande para aceptar cosas de prepo.

Nada debe ser peor que a uno se le imponga el capricho ajeno. Y que uno tenga que amoldarse a sus pretensiones.

Es una situación molesta, sufrible e indeseable.

Quizás por eso nada debe ser mejor que el momento crucial de la vida donde uno deja de ser niño para transformarse en adulto. Alza su frente, su voz y por fin toma sus decisiones. Liberándose de la determinación del otro, que lo llevaba a tal o cual lugar o lo obligaba a vivir tal o cual circunstancia.

De pequeño uno no podía más que gruñir un poco, hacer retranca, explicitar sus fundamentos y alzar
la voz hasta el grito.

Todo para ser escuchado.

Y respetado.

Pero nada importaba. Uno era llevado como un esclavo a visitar a la tía segunda, tercera o cuarta, que no había visto nunca. Se quedaba hasta que terminen de comer todos los de la mesa. Iba a tal lugar de vacaciones o por un fin de semana, apagaba la tv a las 22 horas sin chistar o era de algún modo arrastrado a un sinnúmero de circunstancias que el padre, la madre o quien fuera, debía vivir bajo su estricta compañía.

Por eso si por alguna razón uno debería ser considerado y respetuoso del enojo del niño, es justamente porque en su manifestación revela su espíritu rebelde que exige cumplir su propia voluntad como sea.

Y bajo esas circunstancias uno cree que debería respetar no solo el llanto, sino también el grito y toda escena propia de cualquier pequeño endiablado que en vez de doblegarse ante la determinación ajena, se juega por sus convicciones y por construir su propio mundo.

Es claro que con el tiempo las cosas deben cambiar a partir del momento bisagra donde el niño se transforma en adulto y decide por fin ser quién quiere ser y vivir lo que quiere vivir.

Posibilidad que muchos toman, y otros solo observan.

A partir de entonces cualquier situación de prepo que se le imponga pasa a ser su pura y exclusiva responsabilidad, que le exigirá de alguna manera sobrellevarla políticamente o afrontarla hábilmente para no ser doblegado.

Pero hasta el más adulto de los adultos tendrá que lidiar con el prepo que en cierto momento no dudará en visitarlo.

Preguntémonos entonces qué situaciones vivimos de prepo y descubramos qué tan valientes somos capaces de ser.





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sábado, 19 de agosto de 2017

Primogénitos


No voy a describir las situaciones en las que se revela con elocuencia la preferencia de un padre por su primogénito. Ni me voy a adentrar en cuestiones personales propias de la materia para fundamentar evidencias.

Hago escritos breves.

Solo me inquieta, como a cualquier persona que escribe, es curiosa o se siente perturbada por alguna condición propia de la vida humana, esta temática que me incita a observar lo que ocurre.

Quizás con la intención de comprender lo incomprensible, precisar lógicas, o exorcizar reminiscencias de emocionalidades negativas que erosionan la calidad de vida y arruinan el día.

Es conveniente estar atentos a esas inquietudes subjetivas que pueden perjudicarnos y elaborarlas de alguna manera para despojarnos de ellas.

De chico uno se mortifica, sufre, y hasta va al picólogo para salvarse si no es el primogénito y lo observa todo.

No llega a comprender por qué se producen circunstancias donde se advierten con claridad favoritismos, y se lamenta ante hechos que primero parecen ser sutiles y luego se manifiestan con elocuencia.

Como si la inercia del padre fuera inquebrantable en el propósito de beneficiar al primogénito a como dé lugar.

De grande hasta uno se ríe de las lógicas que sostienen pantomimas. Y apenas si le presta algo de atención cuando se presentan con elocuencia o se elaboran burdos relatos que las justifican.

Pero ya lo ha visto todo, ya lo observa todo, y ya vaticina lo que esas lógicas presagian al suceder.

Debe haber algo en la cabeza de los padres que asumieron quizás las viejas usanzas para honrar una filosofía que favorece a sus primogénitos por sobre todas las cosas.

Quizás cuanto más inseguro y menos desarrollado es el padre, mayor ímpetu tiene por impulsar diferencias y beneficiar a su hijo mayor.

Tal vez el padre quiere que su hijo mayor sea su leyenda y exija de algún modo una consecuencia en sus proyectos, intenciones y caprichos, que el propio hijo primogénito se vea obligado a cumplir.

Por eso quizás ser primogénito tiene notables beneficios pero al mismo tiempo demanda consecuencias que muchas veces deben ir contra la voluntad y el sentido individual de la persona.

Ser el segundo hijo, el tercero o el cuarto, es una suerte para quienes creemos en la facultad de construir nuestra propia vida, tomar nuestras propias decisiones y honrar nuestras auténticas intenciones.

Hay que agradecerle a Dios semejante bendición.






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viernes, 28 de julio de 2017

Los chantas


Cuando me viene una idea que me inquieta, no puedo hacer otra cosa que ponerme a escribir para liberarla.

Preferiría que me vengan ideas benevolentes, menos escabrosas o urticantes. Poder centrarme en los aspectos positivos de la vida y obrar de buenito todo el tiempo.

Pero la escritura a uno lo insta sobre cuestiones que ni siquiera elige, se le imponen. Aparecen de repente y reclaman atención.

Vaya uno a saber por qué.

Tal vez porque supone que el mundo cayó o está por caer en ciertos desbarajustes y uno preso de la ilusión de niño siente que algo debe hacer y se predispone a poner manos a la obra. Como si en esa acción la realidad fuera a encauzarse y se le pusiera de algún modo un freno al despropósito.

Los chantas no pueden seguir proliferando y ganando protagonismo en la vida cotidiana.

Uno se pregunta cómo puede ser que un chantún cobre muchas veces semejante relevancia y hable como si lo supiera todo o se maneje con la destreza chantuneana que le permite muchas veces caer bien parado.

Hay que reconocer la habilidad del chanta, que no es ningún tontuelo.

El tipo cree en la picardía y se maneja. Mueve los hilos y más de una vez logra sus propósitos. Muchas veces es admirable su destreza.

Lo que caracteriza al chanta es que vive en un mundo de picardías, donde debe encubrir la información, ocultar la verdad y pantomimizarse.

Otra acción que suele desempeñar hábilmente.

Basta ver al chanta discursear para reconocer que tiene un buen desempeño. Dramatiza, enfatiza, llega hasta la emoción para expresar sus mentirosas verdades entrañables, que siempre algunos creen.

Porque el chanta suele ser líder, embaucador y chapucero.

Es por eso que quizás despabila la duda, de cualquier espíritu avivado. O dispuesto a avivarse.

A descubrir lo que está a la vista.

Tal vez también lo que caracteriza al chanta es que no es esencialmente inteligente. Si lo fuera, en vez de apelar a la trampa y al engaño, obraría con transparencia y capacidad para lograr los mismos objetivos.

Estaría en la gloria. En la cima.

Pero de la licitud, no del engaño.

A veces el chanta no es un tipo jodido. Lo que lo hace jodido son sus actos.

De ahí que muchas veces algún ser desprevenido que obra con espíritu de chanta pero lo hace esporádicamente, se encuentre contrariado o aturdido. Con dolor de conciencia.

Pero el chanta, el que uno sabe que es chanta. El que eligió comprometidamente ser chanta. Ese no, ese parece que siempre se siente bien. Es como que no se da cuenta de lo sinvergüenza que es.

O encima, se regocija.

También un síntoma de sus limitaciones es que la filosofía chantuna nunca termina bien. Lo que pasa es que el chanta se confía y avanza. Sigue su proceder hasta tensionar demasiado sus posibilidades. Es ahí cuando en cierto momento la realidad se le impone.

Y lo pasa por arriba.

El chanta suele quedar un poco desconcertado y contrariado con el mundo que lo disciplina.

Enojado con la adversidad piensa que la culpa de sus desventuras le son ajenas. Aunque en la intimidad bien sabe que le es propia.

Cuidémonos de los chantas y no nos dejemos embaucar.




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domingo, 16 de julio de 2017

Los idiotas


Sepan ustedes disculpar pero hace tiempo he llegado a una conclusión. Es que quienes escriben suelen caer en cierto enojo y dejan guiarse por él con la intención de incidir en el mundo para reacomodarlo de alguna manera.

Es una pretensión que puede sonar abusiva, pero es genuina y la impulsa una sana expectativa.

La creencia de que efectivamente la palabra se encargará del mundo, para inquietarlo primero y encauzarlo después.

Por eso más de uno escribe. Y por eso vale la pena escribir.

Y encargarse en cierto momento de temas escabrosos que parecería mejor esquivar pero que en verdad conviene enfrentarlos. Mirarlos de frente para clarificarlos de algún modo y luego encargarnos de ellos con la mayor determinación del mundo y sin el menor de los titubeos.

Caso contrario corremos el riesgo de caer en la actitud acomodaticia de los pusilánimes, que observan cualquier despropósito y atinan por impulso a mirar para otro lado.

Pero no es el caso de quienes a veces estamos presos del enojo y nos dejamos llevar por el espíritu gruñón para poner manos a la obra.

Sepan ustedes que el mundo está repleto de idiotas.

Y ese es el mayor riesgo que estamos afrontando.

No lo duden.

No quiero decir por supuesto que uno está liberado de la idiotez y jamás caerá en la zoncera, porque no es cierto. El ser humano por su propia naturaleza no está exento de honrar la idiotez y desplegarla circunstancialmente como a cualquiera nos puede pasar.

El tema es cuando la idiotez se entromete en el ser y se adopta como una forma de existencia.

Eso es lo preocupante.

Y lo inquietante es que los idiotas no se dan cuenta de su idiotez. Hasta se vanaglorian de ella.

Hay eventos menores que no debieran inquietarnos a pesar de que en ciertos casos los sufrimos. Por ejemplo hace poco fui a un recital de esos que uno puede decir que son costosos, o bien muy costosos. Estaba observándolo todo cuando advierto que en las primeras butacas apenas suena el primer acorde se levanta una mujer. Luego otra.

Y otra más.

Se ponen a bailar desaforadas frente a la eminencia mundial como si estuvieran repentinamente tomadas por un éxtasis irrenunciable.

Alzan las manos, cantan, gritan desaforadas. Y tapan a los pobres espectadores de las filas de atrás. La fila dos, sería. Y lo mismo con la fila tres. La cuatro. La cinco…

Unos segundos bastan para que todos los espectadores que han pagado una fortuna para ver a la estrella mundial desplegando sus habilidades se levanten de sus asientos y persistan, durante todo el recital, parados.

Por culpa del supuesto éxtasis de unas idiotas los pobres ricos espectadores deben ver todooooooooooooo un recital. PARADOS.

Ustedes dirán que no es para tanto, pero esto es tan solo una metáfora de lo que la idiotez puede hacer. Es bueno observarlo para tenerlo en cuenta. Aunque por supuesto más relevante es por ejemplo cuando uno va en la ruta y llega a una curva que no se ve, y observa que un auto de adelante se lanza a pasar a otro para generar el momento propicio del accidente, si es que viene uno de frente. Cosa que no lo sabe, porque no puede ver.

Ahí la idiotez cobra forma de asesinato.

Miren si será importante.

Por eso lo preocupante de estos tiempos no es que la idiotez sea una posibilidad de todos y que cada tanto uno pueda caer en ella. Lo preocupante es la proliferación de los idiotas que están ocupando sinnúmero de roles en la sociedad y que convivimos con ellos en cualquier circunstancia de la cotidianeidad.

De pronto se nos aparecen. De pronto se nos imponen.

Como en la playa o la montaña. Donde suele aparecer un idiota con un parlante o un auto que estaciona justo en frente de ese laguito recóndito que era un refugio de placer y silencio.

Ahí el idiota suele estar convencido que viene a salvarnos a todos y abre la puerta del auto y nos aturde con música, obligándonos a todos a escuchar lo que se le antoja quizás con el sano convencimiento de que está salvándonos la situación y sin advertir en lo más mínimo que su accionar impúdico e improcedente nos hace pensar que es un pelotudo. Un pobre desgraciado que ha venido a arruinarnos.

Y en la playa, pasa lo mismo. Sobre todo desde que no sé a quién se le ocurrió hacer parlantes portables, que estimulan a la gente a andar por playas, plazas, parques, ramblas, etc. Para musicalizarnos a todos e imponernos sus caprichos.

Ya lo verán ustedes pero los idiotas están en todas partes y el peligro es que a veces ocupan lugares relevantes.

Pueden estar manejando un auto, un colectivo. O cocinando. O cargando nafta. O en un quirófano…

¿Qué podemos hacer?

Cada uno sabrá. Pero no nos quedemos de brazos cruzados, porque hay que actuar urgente.

Cuidémonos y no los dejemos avanzar.




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domingo, 11 de junio de 2017

Identidad


Hay que tener cuidado con la identidad porque encarcela, encapricha, e insta a defender lo indefendible con el mismo ímpetu que se defiende lo defendible. 



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sábado, 10 de junio de 2017

¿Nos salvarán los Pirulos?


Estoy inquieto, hace un buen tiempo. Veo por televisión y observo lo que pasa. Eso, conjuntamente con los otros medios, me aporta una percepción subjetiva de la realidad.

Después, no sé por qué, me siento tentado a escribir. Como para desentrañar las inquietudes, observarlas primero y elucidarlas después.

Quizás con la expectativa de incidir en algo, para que la realidad se encauce en beneficio de todos.

Menuda pretensión.

Aunque en verdad tal vez solo sea para escribir y liberarme. Y dejar luego que la palabra haga lo suyo.

Porque nada es más reconfortante que mirar de lejos el hormiguero, tomar carrera y finalmente hacer lo que uno siente que tiene que hacer.

En fin…

No puedo creer que siendo grandes y formando parte de una sociedad que debiera ser adulta estemos
siempre en manos de Pirulos o Pirulas de turno. Es como si fuésemos niñitos que demandamos un padre salvador o una madre salvadora.

Y uno lo observa todo. Y a veces, debo confesar, con cierto enojo.

¿Por qué?

Porque uno no puede creer que gente grande muchas veces con avanzada edad ande por detrás de Pirulos ensalzándolos, sobándoles el lomo, rindiéndoles pleitesía, vanagloriando la totalidad de sus dichos. Aplaudiéndolos a rabiar.

Alineándose con igual entusiasmo en sus aciertos y desaciertos.

Etcétera.

Gente grande tan dispuesta a obrar como obsecuentes o pusilánimes tan solo por el innegociable propósito de hacerse un lugar en las disposiciones que Pirulo, una vez que es investido en tal posición, puede llegarle a ofrecer.

Una vergüenza, en síntesis.

Pero esto muchos lo vemos y algunos no podemos dejar de decirlo. De mencionarlo. Tal vez para provocar la reflexión y que algo o alguien hagan algo al respecto para no incentivar esas prácticas indeseables propias de espíritus especulativos.

Y quién va a hacer algo al respecto si no es el propio Pirulo, Pirula o sus séquitos que se van conformando y reconfigurando en forma dinámica, espiralmente, ascendente o descendentemente según se vayan conformando los pronósticos, expectativas y resultados de estudios de mercado que determinarán, en última instancia, quién será el Pirulo o la Pirula de turno.

Bravo.

La verdad que no sé por qué escribo sobre esto, quizás es para inquietarnos y mover un poco el avispero. Vaya uno a saber.

El tema es, al parecer, que nuestras subjetividades de niños se van conformando de tal manera que a pesar de que pase el tiempo tenemos la predisposición, el entusiasmo, la vocación de enaltecer una figura que de algún modo se haga cargo de nosotros.

Así lo hizo nuestra madre, nuestro padre. O ambos. Así lo hizo nuestra maestra o maestro. Nuestro sacerdote o cura párroco. Y así lo hicieron también otras figuras que, atendiendo a la demanda de niñitos que reclaman padres o madres que le indiquen lo que está bien, lo que está mal, y ejerzan poder sobre ellos, ocupan con mucho agrado la posición de mandamás de turno.

Esto es lo que deberíamos observar y reconsiderar. Con la intención de repensar un poco situaciones, lógicas y comportamientos de mandamases, obsecuentes y niñitos.

Es ahí donde deberíamos detenernos y pensar.

Debo decir que me quedo muchas veces atónito ante situaciones donde veo que surge un candidato muy dispuesto a oficiar como Pirulo y de inmediato se va conformando un séquito de alcahuetes y obsecuentes, muy dispuesto a ensalzarlo. Con la clara expectativa que el día de mañana, o a la vuelta de la esquina, don Pirulo asuma el poder y disponga.

Usted es canciller. Usted viene conmigo. Usted va a tener el cargo de jefe departamental de la secretaría subnacional de la intendencia regional de la zonificación interpartidaria del pensamiento reflexivo, filosófico, cultural, analítico, social y etcétera, de la regionalización sur de la República Argentina.

Uno mira extrañado y absorto que Pirulo está entusiasmado. No puede creer que los designios de la vida lo hayan puesto en esa posición. Entonces la asume con convicción y entusiasmo.

Empieza ahí Pirulo a decirnos las cosas como son y esboza ensayos de cómo las va a resolver en beneficio por supuesto de todos.

Pirulo o Pirula hablan entonces con determinación de temas de seguridad nacional, e internacional, de economía municipal, regional, provincial e internacional, de derecho laboral, comercial e internacional. De obras de infraestructura en rutas, caminos rurales, rutas aéreas, etc. De políticas sociales, educativas, culturales y un sinfín de cuestiones más donde Pirulo se convence que intervendrá de algún modo para resolverlas.

Por supuesto que para eso Pirulo no es ningún tonto y a pesar de que suele caer en el convencimiento de que se la sabe todas, se rodea de asesores que a veces son gente con solvencia y prestigio, y otra vez son chamulleros envalentonados dispuestos a obrar con la seguridad que lo hacen personalidades de notable trayectoria.

Y por último viene el hombre o la mujer de a pie, que observa todo. Y claro que muchas veces exige que aparezca un Pirulo o Pirula que resuelva todo y se haga responsable en última instancia de todo lo malo que ocurre en este país.

Porque a alguien después necesita echarle la culpa. No vaya a ser cosa que tenga que hacerse cargo de sus frustraciones y fracasos.

O, peor aún, de una posición protagónica ante el país y su propia vida.

Salvando por supuesto numerosísimas excepciones. El séquito que conforma gente muy capaz y valiosa, que en contraposición a los especulativos obsecuentes, en verdad se juegan por sus convicciones y se comprometen con la Argentina, y los millones de hombres y mujeres de a pie que aportan al país desde el lugar que pueden.

Muchas veces me pregunto si podremos salir de estas lógicas de sobre jerarquizar personalismos o qué vamos a hacer al respecto. Si la decadencia educativa va a terminar consolidando salvadores o la sociedad alcanzará otras pretensiones donde se jerarquizarán por fin las instituciones.

Lo que por el momento parece ser algo indispensable, es hacer una distinción básica y esencial, que creo que en esta instancia es la más importante de todas. Necesitamos que Pirulo sea bueno y evolucionado, y en eso parecería que estamos avanzando.

¿Nos van a salvar los Pirulos y Pirulas?

Por favor, seamos grandes.






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