lunes, 11 de febrero de 2013

Estar nervioso


Hace al menos tres días que estoy nervioso.

No me detuve a pensar los motivos pero podría llegar hasta los intersticios que gestan esa emocionalidad. Tal vez podría enumerarlos con cierto detalle.

De ese modo podría enfilarlos a una suerte de paredón.

Organizarlos unos al lado del otro. Dejándolos prolijitos.

Luego debería desenfundar un arma. Porque para algo fui hasta los intersticios a buscarlos. (leer más)



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Descubierto



A
veces le muestro a una persona cercana mis escritos antes de publicarlos.

No es falta de confianza, suele ser un exceso de ella.

Quizás un despropósito de inocencia o ingenuidad permita que sea descubierto. Que ustedes por fin me descubran, se den cuenta de una buena vez.

Y yo tenga que irme con los escritos a otra parte.

Por eso prefiero que alguien me alerte.

Quiero hacer un alto aquí.

Frenarme.

Decir que esto no es tan así. Que sin querer miento un poco. (leer más)



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sábado, 9 de febrero de 2013

Color Esperanza


Diego Torres dijo que no podía escribir todos los días “Color Esperanza”.

Recuerdo que lo escuché, aunque no podría precisar el contexto ni dónde fue.

Eso me hace pensar que podría estar incurriendo en la mentira. Ejercería así una suerte de aseveración infundada.

Por qué?

Simple.

Alguien levanta la mano y pregunta. (leer más)



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Estuve en el programa "La gran vida" de Radio Brisas


Hoy participé como invitado del programa “La Gran Vida”, que se emite por Radio Brisas en Mar del Plata, Pinamar y Tandil. Conversamos sobre el libro de superación personal “El Campeón: filosofía práctica para ganar en el juego e imponerse en la vida”.

El programa estuvo centrado en los premios teatrales Estrella de Mar. Contó con la participación de Nicolás Scarpino y Julio Chavez, entre muchos otros ganadores del premio.

Agradezco a la radio, al periodista Jorge Moya y a su equipo de producción por la invitación.

Les recomiendo escuchar el programa que se difunde los sábados de 15 a 19 horas.




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viernes, 8 de febrero de 2013

Coraje


Debo reconocer que evitar la valentía ha sido mi predilección.

En realidad me encaucé en la filosofía de la huida sin expectativa de una próxima guerra.

Eso es por preservación de la especie, supongo. Por un raciocinio abusivo de mis genes y, debo reconocer, cierto respeto a la cobardía.

Confianza en sus beneficios y conveniencia en sus resultados.

Supongo, interpreto o deduzco.

Porque todo. Todo.

Siempre tiene una explicación, más o menos afortunada y razonable. Que nos deja de alguna manera tranquilos. O contentos.

Satisfechos de haber entendido. Comprendido, como eran las cosas. Como era la realidad.

Como es uno en la vida.

Lo que piensa de sí, lo que piensa de los demás.

Su manera de estar en el mundo.

Y para qué lo hace?, dirán ustedes.

O para qué hacerlo?, pensarán.

Y esta muy bien que piensen eso. Es inevitable.

Uno se centra en uno cuando lee algo que puede interesarle para su vida. Ejerce un egoísmo saludable. No mezquino.

Saludable porque al pensarse y descubrirse puede reafirmarse en quien es. O darse la oportunidad de cambiar.

De decir, basta. Ya no seré más así. Declaro la renuncia a este rasgo de mi personalidad por considerarlo inefectivo.

Para que?

Para los objetivos presentes. Porque fue seguro efectivo para los objetivos pasados.

Pero ya no. No sirve más. Así que renuncio. Y me hago cargo de un nuevo ser.

Facilito así la reinvención y me despojo del aburrimiento. Y veo como termina el texto. Si está bien así. Si sería bueno escribir unas líneas más.

Vuelvo a pensar quien fui, quien soy, quien seré...

Mientas me pregunto si abandonaré la cobardía.




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sábado, 26 de enero de 2013

Ajusticiar


La escritura sirve para ajusticiar.

Eso leí el otro día.

Estaba inmerso en un libro cuando encontré el concepto. El autor explicaba que sus libros eran actos de ajusticiamiento. Que los hacía para ajusticiar a sus enemigos.

No voy a decir quién es el pistolero. Ni explayarme en los detalles de sus propósitos. Eso me haría caer en la figura de “delator” o bien en la etiqueta de “alcahuete”.

Dos manchas innecesarias, que no se corresponden con mi personalidad.

En cualquier caso el autor despertó mi reflexión. Porque yo también he ajusticiado con algunos escritos, aunque el ajusticiamiento nunca fue el fundamento de mi escritura.

Recuerdo ahora “los mediocres”, “la chusma” o “una vida para Pérez”. Aquellos textos fueron en verdad ejecuciones precisas, certeras. Elevé el arma de la escritura, apunté y apreté el gatillo.

Creo que di en el blanco.

O, al menos, pasó cerca.

Uno ajusticia para liberarse de molestias, creo. Para decirle al otro lo tonto que es. Para despertarlo o alinearlo con nuestras expectativas.

Ajusticia también para hacerse respetar y establecer delimitaciones a intromisiones inoportunas.

Y por tantas otras razones bien fundadas.

Pero el ajusticiamiento debe ser un atisbo de otras intenciones más saludables. La escritura no puede sustentarse en aniquilar al otro.

El propósito tiene que ser loable.

De manera que, si cada tanto uno hace algún disparo, debe ser solo para liberar cierta emocionalidad que lo perturba.

Cuyo efecto recomponga el mundo a nuestra voluntad.

No creo que sea saludable transformarse en un pendenciero.



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Escribo


Yo escribo para liberarme un poco de mí, entender cómo son las cosas, descubrirme y entretenerme.

Para eso creo que escribo.

Seguro que para muchas cosas más. Pero ahora, en este momento, se me ocurre decir eso. Creo que es bastante cierto, por no decir así enfáticamente, que es cierto del todo. A pesar de que algo se escape.

No sé bien qué se puede escapar, porque ahí creo que está la esencia del propósito de escribir. El meollo que energiza el acto. Es decir, lo que lo motiva.

Lo impulsa.

Aunque también escribo para desacartonar, o desacartonarme. Volverme más flexible, menos prejuicioso.

Más lúdico.

Eso sí que es así, escribo para desempaquetarme de algún modo.

Es buena esa palabra, debí usarla más seguido.

Y no solo desempaquetarme a mí mismo. Lo que me más me entusiasma, es intentar desempaquetarlo al otro. Al lector, que es siempre un buen compañero.

Pero no a cualquier lector.

Del que me encargo especialmente. El que realmente genera interés en asistirlo con un proceso de desempaquetamiento, no es un lector cualquiera.

Claro que no.

Es el que visualizo como más prejuicioso. Más acartonado.

Aquel que es preso de sus prejuicios y se niega a la escucha.

La escucha del otro. Porque le cuesta permitirla.

Solo se regodea o trasunta, esa palabra también me gusta. Solo trasunta su propia escucha. Queda inmiscuido en su forma de ver las cosas. De visualizar el mundo.

Por eso creo yo que también escribo. Escribo para provocar al lector prejuicioso. Con la expectativa de despabilarlo.

Avivarlo.

Sin hacerlo enojar.

Pero si me va bien y logro divertirme, creo que en algo lo movilizo.

Entonces me quedo contento mientras me pregunto cuál será mi próximo escrito.




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Me gusta


He notado que la gente no aprieta fácilmente “me gusta”. Hay una suerte de reticencia que delimita el clic.

Ese chispazo capaz de alegrar al otro, que tuvo la generosidad de compartir algo para los demás.

Una foto, frase, pensamiento, video…

Algo.

El clic llega. Cada tanto.

Incluso a veces parece desencadenarse y acrecentarse en una suerte de reafirmaciones constantes.

Pasa de uno a dos. A diez, a veinte. Y no se detiene.

Otras veces queda recluido y agazapado.

Como si ostentase timidez.

En soledad.

Resiste.

Hasta que alguien comete el acto que lo devuelve a la vida.

Aprieta para reafirmarlo.

El breve acto elucida más de lo que aparenta. Traspasa al ser de un mundo de indiferencia, mezquino y precario. A uno de amor y generosidad.

Con un clic.

Ese mínimo detalle o acción poco trabajosa no es neutral. Genera sus efectos y produce una incidencia emocional.

Alegra a quien compartió el contenido.

Y hace el mundo más lindo.



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