domingo, 25 de mayo de 2025

El buen cuento




Los chicos suelen quedar absortos cuando escuchan un cuento. De manera espontánea y sin esfuerzo y resistencia alguna se adentran en la historia con la intención genuina de creerla.


Disfrutan o sufren tanto el relato que son capaces de pedir por favor que el transcurrir se cambie de repente si les da miedo o no les gusta el desenlace.


Incluso hasta se rebelan y exigen la finalización inmediata.


Lo sé por mi hijo Santino especialmente.


Yo le empiezo a contar algún cuento inventado y en determinado momento emerge una situación escabrosa o inquietante.


No, no, dice..


No se cayó de la bicicleta, sugiere por ejemplo.


Entonces el niño intrépido que se pegaba terrible porrazo, supo con habilidad esquivar el pozo y seguir sonriente corriendo en bicicleta con sus amigos.


Pero los chicos no son solo los que conviven con cuentos.


Los grandes también.


Y estamos repletos de ellos. Hay cuentos de la cotidianeidad y emergen a borbotones por los medios.


Los adultos se cuentan de manera irrefrenable cuentos cada día.


También los burócratas les ofrecen buenos cuentos a los ciudadanos para persuadirlos a obrar de tal o cual manera y para convencerlos finalmente que los voten.


Y todos se esfuerzan en que los relatos sean creíbles, bien verosímiles, porque detrás de un cuento hay una intención esencial necesaria para lograr adeptos. Que el adulto se lo crea.


De lo contrario no llegan a ser cuentos, sino intenciones de cuentos chapuceras que no cazan ningún lector. Como esos relatos que inicia el amigo mentiroso y que los parroquianos ni siquiera lo dejan terminar.


No sé cómo andarán ustedes con este tema. A mí me gustan los buenos cuentos de adultos, los desestabilizadores, los que irrumpen para revolucionar lo establecido y prometen siempre un final feliz.


Los que aseguran que cambiarán la historia. Que son distintos, únicos. Excepcionales.


Que no se han contado nunca.


Cuando escucho a los adultos comprometidos en ofrecer esos cuentos y se esfuerzan porque los creamos todos, siento que están haciendo un excelente trabajo.


Y por supuesto disfruto y creo en esos cuentos.  


Siempre que prometen un final feliz. Porque de lo contrario me pasa como a Santino, y reclamo que encausen cierto pasaje. Que le gane la fantasía a la realidad.


No quiero saber nada con la posibilidad de que todos los niños nos caigamos de la bicicleta.






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viernes, 16 de mayo de 2025

¿Qué queremos lograr?



A mí me pasa últimamente que no se me ocurre qué quiero lograr, debe ser porque ya lo logré todo.

Gueeenaaa.

En mi país creerse exitoso es un pecado capital. Es casi un mandamiento hacerse el boludo, mostrarse decadente y en lo posible pobre.

Bien pobre.

Es como que un pobre vale más que un rico. Y es visto a todas luces con mejores ojos.

Es el culto al fracaso, la debilidad, el no logro.

De ahí que tantos actúan como carmelitas descalzas.

Será por eso que inconscientemente desde algún recóndito lugar de la profundidad de mi ser hay algo que me dice, che flaquito así está bien. ¿Qué más querés, vo? Quedate Piola.

Ojo que las cosas esclavizan.

Obviamente no soy rico ni nunca quise ser rico. Mi relación con el dinero esencial es tener lo suficiente como para hacer lo que se me antoja sin privaciones y esencialmente vivir en libertad.

Es decir, no estar haciendo esto o lo otro de prepo todos los días. Si no es por ahí. 

Y a esa posta de aparente libertad ya llegué hace años. Por no decir que me las ingenié para residir esencialmente de alguna manera toda la vida en ella. Aunque siempre uno en este país por más que se desangre trabajando siente que está en el borde de la cornisa. Que los gastos lo persiguen sin miramientos y que si afloja un poco tropezará, caerá en la desgracia y el castillo de naipes que edificó con tanto esfuerzo quedará derruido por no decir completamente arruinado.

Así de mala onda y pesimista es el tipo que está agazapado en mi interior y cada tanto pide pista para salir.

Donde le das pie el hombre se da manija y elucubra las desgracias que más o menos con cierta racionalidad puede fundamentar.

Yo lo escucho poquito, porque siempre algo de verdad trae. Pero el tipo es un exagerado, mala onda, catastrófico y esencialmente una mala influencia.

Te intoxica.

Por eso lo callo apenas insinúa aparecer y por eso se mantiene agazapado y al acecho. No jode.

Decía entonces que rico no soy y pobre tampoco.

Estoy en un perfecto equilibrio.

Ser rico me generaría muchos problemas que no quisiera tener, y ser pobre sería la peor de las decisiones que alguien podría tomar. Porque es honrar la debilidad, la impotencia y el fracaso.  O ir en la precariedad y en la penuria.

Cualquier persona que trabaja no es pobre.

Y ser pobre no es ninguna virtud.

De hecho los elogios a la pobreza son una farsa perversa que debería ser erradicada. 

Quienes los balbucean suelen ser los mismos que se aprovechan de ella.

Amén.





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domingo, 11 de mayo de 2025

¿Por qué mentirse?



Nietzsche decía que la fortaleza de una persona se medía en función de la verdad que era capaz de afrontar.

Nietzsche decía, no yo.

Ojito.

Y si lo decía...

En fin, nunca digo quién decía lo que decía ni me esmero en lo más mínimo por retener nombres notables para avalar luego lo que quiero o intento decir.

Esa treta es burda y carece de consistencia real, porque en temas del comportamiento humano la verdadera consistencia se logra cuando cualquier lector asume convicción en el sentido propuesto.

Siente que es por ahí, que es razonable. Que la perspectiva ayuda, dilucida.

Que aporta a la comprensión, el entendimiento y la efectividad para desentrañar el ser y desplegar la superación personal.

Y si hay lectores que necesitan que lo que dice cualquier pelagatos para disponerse a escucharlo sea avalado o mencionado por cualquier fulanito o memganito notable, allá ellos.

Se equivocaron de canal. 

Acá se transmite otra señal.

No se anda justificando con que Pedrito dijo esto y Josefa digo lo otro.

Y si lo dijo Pedrito o Josefa, caso resulto. Nada que objetar.

Digo esto mientras me restrinjo a decir lo otro al respecto. Que me parece detestable andar mendigando nombres reconocidos para justificar lo que alguien quiere decir. No se puede ser tan debilucho ni cobarde.

Si alguna vez escriben crean en ustedes. No vinieron a este mundo para repetir lo que dijeron los otros.

Hay que hacerse cargo. La culpa en su defecto es toda nuestra.

Decía…

¿Por qué tanta gente se miente?

¿Tanta?

¿Cómo sabés?

Los conté.

Mucha gente se miente y está a gusto con sus mentiras. Felices, alegres, contentos de embaucarse a voluntad como si fueran niños que creen sus propios cuentos por más desalineados que estén con la verdad.

A veces ellos tal vez saben por qué deciden engañarse y creerse sus mentiras. Pero es frecuente que no se percaten de ellas.

Y que no quieran saber nada con que alguien les muestre la verdad. 

No porque otro la tenga, sino porque tiene la vocación de observar la elocuencia. Sin transfigurarla.

Y la verdad si disiente con sus falsas creencias los desestabiliza.

Los enoja.

A mí no me preocupan en lo más mínimo esas lógicas infantiles de quienes eligen mentirse y honrar la inmadurez, porque es una decisión personal.

Allá ellos.

Solo me inquietan cuando  de algún modo me entrometen en ellas y quedo sujeto a sus pretensiones, que no son ni más ni menos que alinearme a las mentiras para que queden todos contentos.

Cono por supuesto no me doblego al capricho ajeno porque sería inadmisible obrar como farsante, ni tengo intención de pagar a futuro el inestimable precio de la mentira, se generan los enojos pertinentes.

Precisamente cuando cansado de escuchar las mentiras que advierten o no advierten, abro la boca sin titubeos y les zampo la verdad en las caras. 

Mostrándoles la evidencia.

No quiero pagar la cuenta que tarde o temprano la realidad le pasa a la mentira.

Mentirse sale muy caro.




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jueves, 1 de mayo de 2025

¿A quién escuchar?


Es tan importante poder escuchar como saber a quién escuchar.


Como la suelta de palabras es una promo vigente para todos, está repleto de susodichos que hablan con incontinencia verbal y opinan impunemente de cualquier cosa. Sin siquiera tener la más mínima preparación en la materia.


Y no solo eso.


Además más de uno se dispone a dar consejos por no decir indicaciones determinadas.


Como si supiera todo de todo y como si su veredicto fuera tan certero como infalible.


Y obra con la seguridad que caracteriza a cualquier ignorante que se aferra a sus cerezas sin sospechar ínfimamente que podría estar equivocado, dando un paso en falso, o determinando una verdad incorrecta.


Sin siquiera percatarse de su abusiva imprudencia, irresponsabilidad y chapucería.


Buena palabra.


Es lo mismo un burro que un gran profesor. Y estamos repletos de parlanchines imprudentes que dicen cualquier cosa con seguridad abusiva sin tener muchas veces expertice en la materia y hablando con la seguridad de quien cree que no existe la más mínima duda de lo que dice.


Esos personajes impúdicos no tienen paz y vomitan palabras con una incontinencia llamativa para determinar supuestas verdades que los exceden.


Antes la gente era más responsable y consecuente. Leía por lo menos unos cuantos libros para poder solventar una posición de manera razonable. O estudiaba en la universidad para tener una formación que le permita intervenir en cierto campo de saber.


Ahora cualquier pela gatos en la materia que fuera dice lo que se le antoja y a veces logra un séquito de seguidores que están a la altura del tarambana.


Y la verdad que no sé por qué carajo digo esto. Debe ser otra vez el viejo refunfuñón  que está dentro mío que pide pista para decir lo suyo. 

 

Sospecho que algo percibirá o vivenciará de esta cuestión.


Pero no pienso ni preguntarle porque si no corro el riesgo de que se las agarre conmigo.


Y por mí que cualquiera diga lo suyo. Cada uno decide a quién escuchar.






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