miércoles, 16 de julio de 2025

¿Cómo resolver cualquier problema?


No es tan difícil, si uno lo supiera.


De lo contrario debe dilucidar los vericuetos de cada caso para desentrañar las decisiones más convenientes y los cursos de acción que fueran más efectivos.


Y sí, hay que pensar.


Darle vueltas a la cosa. Enredarla, desenredarla. Mirarla de arriba, de abajo. De un lado y del otro.


Ver también por supuesto las cosas y cuestiones aledañas a la cosa. 


Tanto próximas como lejanas. 


Y discernir por no decir presagiar las consecuencias de cada posible decisión y curso de acción tomado. Porque con cada movimiento se mueven o pueden mover las otras cosas, produciendo claramente desbarajustes o situaciones que exigen retomar las consideraciones que fueran necesarias para decidir de vuelta y tomar los cursos de acción que puedan ser más acertados.


No es fácil.


Obviamente.


Si fuera el paso uno, dos y tres. De tal o cual manera. Bien determinada y efectiva. Sería sencillo.


Una pavada.


Pero no, los problemas son una suerte de acertijos en algún aspecto y la manera de abordarlos responsablemente es con compromiso y con la ayuda tanto de la reflexión como del pensamiento estratégico.


Puede uno también abordarlos a la que re criaste. Pero es una perspectiva descocada que no augura buenos resultados.


Más bien dolores de cabeza.


Otra técnica burda es la posibilidad de mirar para otro lado con el infantil truco de creer que así el problema no perturba y de algún modo desaparece.


Pero no.


El problema está y debido a esa decisión lo esperable no solo es que persista sino que se acreciente.


De modo que al parecer, siempre por decir algo obviamente, lo mejor parecería ser mirar el problema y afrontarlo.


Agarrarlo de alguna forma con las propias manos.


Y luego resolverlo siguiendo tal vez las indicaciones que se intentaron indicar.


Con la única certeza que luego de ese problema, vendrá otro problema.


Y que si bien podemos resolverlos unos tras otros, siempre habrá nuevos problemas que nos vengan a buscar.


Como también siempre hay muchos problemas que la gente sabe generar.


Algunos innecesarios y zonzos, pero otros necesarios y convenientes para lograr lo que uno quiera lograr.





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lunes, 14 de julio de 2025

Pensemos…



¿Sobre qué?


No sé, pero pensemos.


En realidad casi resulta imposible no pensar. Estamos de alguna manera presos del pensamiento.


Y quizás el desafío es liberarnos.


Meditar, salir de la cabeza, entrar en el presente y en la realidad más palpable.


No quedar embarullados en un mundo que no está. Embaucándonos en abstracciones ajenas a nuestra circunstancia.


Pensar es una posibilidad, es un recurso para el logro de cualquier intención. Para dilucidarnos, comprendernos. Vislumbrar cursos de acción convenientes.


Solucionar los problemas que fuera. 


Generar las posibilidades para crear la realidad que aún no materializamos. 


Arribar a la claridad que ayuda a lanzarnos a la acción con convicción para lograr vaya a saber qué.


Y tantas cuestiones más.


Hay que hacer una salvedad necesaria que sería mencionar la conveniencia de darle cierto lugar al pensamiento porque es un recurso estratégico de inestimable valor.


De ahí a quedar embaucados por el torbellino de ideas que merodean por nuestra cabeza y enfrascarnos en un tumulto de ellas que se enredan, se entrecruzan, y se vuelven a cruzar.


Es otra cosa.


Por eso hoy traigo para el bolsillo del caballero y la cartera de la dama, esta inquietud que se presenta y como tantas otras conviene observar primero para problematizar después y arribar a una suerte de decisión al respecto para asumir la perspectiva que fuera más acertada, a los fines de lograr la mayor efectividad posible en cuestiones en apariencia irrelevantes pero en esencia significativas para transitar una buena vida.


Y si bien podríamos enredarnos un poco más y lanzarnos a un despliegue más pretencioso de la materia, parecería suficiente por hoy detenernos acá.


Y reflexionar un poco sobre todo este palabrerío que invita tanto a la reflexión propia como a la ajena para arribar a las dilucidaciones que fueran más convenientes.


Que esencialmente apunten presumiblemente a la capacidad de liberarse del pensamiento para agarrar lo más posible la realidad con nuestras manos.


Sin que se nos escape con tanta asiduidad.






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viernes, 4 de julio de 2025

¿Cuántos viven dentro de nosotros?


No sé ustedes, pero yo tengo unos cuantos.


El primero y más elocuente es el gordo. Parece increíble pero dentro de mí se hace notar en cada situación que se presenta.


Dice, pedí el flancito también. Y pedilo con dulce, no seas maricón. Dulce como la gente, no un poquito, como decís. 


Embuchame como Dios manda.


El gordo está ahí, siempre al acecho.


Yo lo sé llevar bastante bien pero debo reconocer que se ofende muy seguido y se indigna con razón.


Poco o nada de postre, pocas porquerías. Migajas de pan. Facturas inexistentes. Helados excepcionales en desaparición. No sal. No azúcar. Nada de pizzas y hamburguesas. Los panchos no existen…


Ni siquiera chocolatitos le doy.


Se calienta con razón.


Encima cada tanto cedo y compro por ejemplo un almendrado que lo guardo en la heladera y luego me olvido. 


Traémelo forro, fue lo último que le escuché decir.


Otro que anda siempre ahí y es más protagónico es el reflexivo. El tipo no cesa de vivir en el mundo de la abstracción.


Es un empedernido indagador del ser humano y la vida.


Lee hasta la coronilla.


El tipo cree que detrás de los libros están las verdades. 


Pobre ingenuo.


Ya no sé qué carajo quiere encontrar. Qué quiere dilucidar a esta altura, porque siempre aborda nuevas inquietudes sobre la persona y la vida.


Para comprender y tomar buenas decisiones, dice. Para no andar como maleta de loco. Decidir quién uno quiere ser y construir la realidad con la mayor efectividad posible.


Para andar por la vida con luz alta, no con luz baja.


Y sí, si lo escuchás siempre tiene una racionalidad atendible. Así que lo dejo hacer de las suyas. Aunque le digo que lea menos y viva más. 


Con este me llevo bastante bien.


Como con el que escribe. 


El tipo dice lo suyo con autenticidad meridiana. No pontifica, sino que insta a la reflexión para que el otro en verdad resuelva.


Así se hace.


Yo lo dejo que se despliegue a su manera. Es todo espontaneidad y nada de pantomimas.


Me gusta.


El otro que hace de las suyas  es el inquieto gestor. Es un abre puertas de experiencias que si lo dejás no sabés dónde terminás.


Al tipo le doy rienda suelta con frecuencia. Y más de una vez me lleva a ámbitos inconfesables.


No puedo contar nada.


Disculpen.


Pero hay vida después de lo previsible. En lo que desconocemos, en circunstancias extrañas y a veces inimaginables.


También tengo un viejo rezongón que está al acecho y salta como leche hervida ante las innumerables situaciones que la decadencia suele presentar.


Sea por un perro que hace caca en cualquier vereda mientras el dueño se hace el boludo y se va luego sin juntarla, o por un tarambana que prende un parlante bullicioso en la playa imponiendo su música bullanguera.


O por un galán de los truchos que anda a explosiones insoportables por el escape que rompió adrede de su motoneta de poca monta.


Y vaya a saber por qué situaciones más.


El viejo se re calienta y es capaz de intervenir para educar a la idiotez.


Pero más de una vez lo freno. Los tontos no suelen tener capacidad de raciocinio y creo prudente refrenar al viejo para evitarle el sopapo o que termine con sus manos llenas de sangre en cualquier comisaría.


Después hay unos cuantos más. El deportista que tiene sus raptos de actividades frenéticas, el amiguero, el maratonista entusiasta que se anota con un amigo en toda maratón que se presente, el trabajador que no tiene horarios ni francos, el que vela por la justicia cada vez que el mundo se desbarajusta


El miedoso, el osado. 


El emprendedor, y el curioso que anda siempre buscando lo que a veces encuentra.


Mi desafío es darle el debido lugar a cada uno, sin que ninguno peque de excesivo protagonismo.


Debo saber cuando viene avanzando alguno, dejarlo hacer en parte lo suyo y luego replegarlo o educarlo.


Y debo tener la habilidad de convivir con todos sin que se armen despelotes.


Ejerzo como director de orquesta bastante permisivo para que todo fluya armoniosamente y sin desafinar demasiado. 


Está bien así, que cada uno haga lo suyo.





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