miércoles, 20 de marzo de 2024

El reconocimiento


Se puede vivir sin ningún tipo de reconocimiento.

De hecho, lo recomiendo.

No es que no esté bueno que te digan, grande Juancito. Sos un genio, Juancito.

Y te den una palmadita, un diploma, una medalla o lo que fuera.

Que sería sin vos esto, Juancito.

El reconocimiento puede no ser necesario pero suele ser reconfortante.

Hace bien.

Por lo cual no está mal tomarlo cada vez que aparece, si es que a veces aparece.

Si no aparece, no importa. No es una variable relevante que defina quienes elegimos ser, quienes somos, y quienes seguiremos siendo.

Por el contrario, puede ser peligroso.

¿Por qué?

Porque detrás del reconocimiento se agazapa el ego. Y cuando a uno le ponen una medalla por los motivos que fueran, es como que le dicen..

Bien ahí, sigue así.

Aprobado.

De modo que si mañana uno cambia de opinión o va en sentido contrario, lejos de comprender que se debe al espíritu que honra a rajatabla la libertad, se piensa lisa y llanamente que uno, el que fuera, es un embustero.

Y además…

Como decía, el ego está ahí detrás al acecho.

Muchas palmaditas, muchas medallas y condecoraciones, puede encarcelarnos en expectativas ajenas.

Y ese tipo de pretensiones están en las antípodas de la libertad.

Es más, la anulan deliberadamente.

Con lo cual vivir sin reconocimiento alguno es una posibilidad no despreciable para cualquiera.

Más aún si la persona es segura de sí misma, tiene sus propios parámetros y se asume como el único juez con derecho a dictar veredicto.

He dicho.



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