¿Por qué mentirse?
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Es tan importante poder escuchar como saber a quién escuchar.
Como la suelta de palabras es una promo vigente para todos, está repleto de susodichos que hablan con incontinencia verbal y opinan impunemente de cualquier cosa. Sin siquiera tener la más mínima preparación en la materia.
Y no solo eso.
Además más de uno se dispone a dar consejos por no decir indicaciones determinadas.
Como si supiera todo de todo y como si su veredicto fuera tan certero como infalible.
Y obra con la seguridad que caracteriza a cualquier ignorante que se aferra a sus cerezas sin sospechar ínfimamente que podría estar equivocado, dando un paso en falso, o determinando una verdad incorrecta.
Sin siquiera percatarse de su abusiva imprudencia, irresponsabilidad y chapucería.
Buena palabra.
Es lo mismo un burro que un gran profesor. Y estamos repletos de parlanchines imprudentes que dicen cualquier cosa con seguridad abusiva sin tener muchas veces expertice en la materia y hablando con la seguridad de quien cree que no existe la más mínima duda de lo que dice.
Esos personajes impúdicos no tienen paz y vomitan palabras con una incontinencia llamativa para determinar supuestas verdades que los exceden.
Antes la gente era más responsable y consecuente. Leía por lo menos unos cuantos libros para poder solventar una posición de manera razonable. O estudiaba en la universidad para tener una formación que le permita intervenir en cierto campo de saber.
Ahora cualquier pela gatos en la materia que fuera dice lo que se le antoja y a veces logra un séquito de seguidores que están a la altura del tarambana.
Y la verdad que no sé por qué carajo digo esto. Debe ser otra vez el viejo refunfuñón que está dentro mío que pide pista para decir lo suyo.
Sospecho que algo percibirá o vivenciará de esta cuestión.
Pero no pienso ni preguntarle porque si no corro el riesgo de que se las agarre conmigo.
Y por mí que cualquiera diga lo suyo. Cada uno decide a quién escuchar.
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Si no fuera por la cena de papis del colegio probablemente no me habría enterado de la contienda.
No era una disputa menor, era el enfrentamiento futbolístico entre Argentina y Brasil. Y esa disputa es clave, es crucial.
Para ver quién la tiene más grande, Hablando en términos futboleros.
Por eso sucita tanto interés, además del detalle que sugiere que si no se clasifica no se va al mundial.
Pero a nadie se le ocurre esa tragedia, porque el espíritu triunfalista argentino no le deja el menor recoveco a semejante imaginación derrotista.
Todos sabemos que somos siempre los mejores.
Ganemos o perdamos, cualquier argentino sabe en sus entrañas que somos los mejores. Y a lo sumo cualquier derrota es un traspié indebido, una burda patraña del árbitro que fue injusto, el producto de ciertos infortunios, o un desatino incomprensible de la naturaleza.
Pero si jugábamos de vuelta ganábamos seguro, según pensamos ante cualquier partido perdido.
El parido con Brasil fue memorable y los jugadores demostraron por qué salieron campeones del mundo.
De reojo veía cada tanto algo en el TV del restorán, porque la conversación que implica el protagonismo de los comensales siempre me resulta más entretenida que la vivencia del espectador.
De hecho creo que todos los comensales de la velada de alguna manera teníamos una inclinación a la conversación desatendiendo en gran parte el partido.
Solo concitaba nuestra total atención cuando se hacían los goles.
En esas circunstancias dos comensales festejaban con cierto ímpetu auténtico y creo que los otros apenas atinábamos a celebrar tímidamente de algún modo.
En mi caso como creo en la autenticidad más que en la simulación apenas atinaba a hacer un breve gesto festivo, decoroso, tan tenue como intrascendente, como para acompañar el entusiasmo festivo del restorán y no confesarme tan amargo en la materia.
Otros comensales de otras mesas festejaban como Dios manda, celebrando la alegría que ofrecen estas circunstancias que para algunos son cruciales de la vida.
La cosa para sintetizar es que le ganamos 4 a 1 a los brasileros. Y debe ser por eso que el espíritu triunfalista y la convicción de que somos los mejores no se va a terminar nunca.
Porque el hecho fue elocuente y además jugamos sin Messi.
¿Quién puede dudar por muchos años más que fuimos, somos y seremos siempre los mejores?
El fútbol por momentos es una buena excusa para encontrar la felicidad. Y está bueno que así sea.
La alegría fue toda Argentinia.
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Hay que ser justo, me digo.
Mientras pienso en la conveniencia de evitar los hay que, especialmente para el otro. Porque cuando uno dice hay que, está despojando al otro de su facultad de pensar, de discernir, de arribar a sus propias síntesis, y al mismo tiempo se está arrogando uno posición que genuinamente lo excede.
Porque es el otro quien debe arribar a las conclusiones que fueran.
De ahí que pienso siempre en evitar pisar en falso y tragarme las convicciones por más sensación de certeza que tenga, y dejar al otro como es debido con el total uso de su libertad, evitando entrometerme donde no me llaman.
Y visceversa.
Porque cuando alguien me dice hay que, siento que las lógicas antecedentes de los párrafos desplegados operan sin inhibiciones con las consecuencias del caso.
Quitándome de alguna manera, aunque sea en el plano discursivo, la facultad de sintetizar y decidir consecuentemente.
Y si bien este enredo inicial no hace al meollo de la madeja, bien vale para poner blanco sobre negro antes de inmiscuirnos en la inquietud que nos ocupa…
La voluntad de obrar bien.
Es como toda arbitrariedad del ser humano una posibilidad que cada uno puede asumir con mayor o menor compromiso. Honrando con sus decisiones y con su accionar esta perspectiva.
Al ser una alternativa, puede tomarse o no.
Pero al ser una alternativa positiva, que insta a la persona a ascender a la virtud del ser humano, parecería loable aspirar a ella.
La posición contraria sería la voluntad de obrar mal, que por oposición representa el extremo de la degradación del ser humano. La representación del engaño, la mentira, la práctica burda y tramposa que procura beneficiarse a costa de perjudicar al otro.
A todas luces representa la precariedad del ser, su incompetencia para lograr resultados de manera sana y positiva. Y la necesidad de recurrir a la estafa persiguiendo las lógicas que fueran con la intención de lograr los fines sin ningún amparo por los medios.
Y desatendiéndose de la necesidad del cuidado del otro.
Por el contrario, aprovechándose del otro para obtener el beneficio que fuera.
Es la otra posibilidad, la perspectiva de obrar no solo desatendiendo la voluntad de obrar bien, sino ejerciendo la voluntad de obrar mal.
La letra chica.
Como representación de la indolencia. Ese espacio que procura ocultarse y en definitiva conlleva información esencial, que logra pasar desapercibida y termina perjudicando al supuesto receptor de la lectura.
Aún cuando se ponga los lentes.
La voluntad de obrar bien por el contrario dignifica al ser humano, lo insta a lograr sus fines considerando y cuidando al otro. Se basa en la inteligencia que busca crear beneficios en vez de la mezquindad que procura obtenerlos a costa del otro.
Le permite además preservar su mayor capital, la tranquilidad de conciencia.
El ser humano que actúa con la voluntad de obrar bien dignifica su vida y honra su existencia.
Además, siempre le va mejor que a los chantas.
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