jueves, 4 de diciembre de 2025

¿Por qué el insulto?



Es extraño observar que el insulto gane tanto terreno y se vaya desplegando sin reticencia como si fuera algo irrefrenable.


¿Por qué se insulta?


Por cualquier cosa, por lo que sea.


En cualquier caso, el insulto no tiene justificación alguna, es siempre repudiable. Porque su naturaleza es dañar al otro, vulnerarlo.


No hay nada bueno en eso.


Y es llamativo que el insulto cobre al parecer cada vez más adherentes y se vaya paseando como pancho por su casa por las circunstancias más diversas.


Lo vi, por ejemplo, en un partido de fútbol en apariencias amistoso entre vecinos.


Había notablemente más agresiones que habilidades y destrezas futbolísticas.


Mucho cacareo y casi nada de juego. 


Eran adultos, al parecer muy mayores, pero cualquiera llevaba la voz cantante de decir cualquier barbaridad con la impunidad que obra un desubicado.


Cinco minutos fueron suficientes para ver ese espectáculo tan decadente como penoso.


Al otro día escuché a un ex jugador campeón del mundo que ronda los 70 años, contar que seguía jugando con gente de su edad, aunque jugaban prácticamente parados, se enojaban porque perdían, y se insultaban durante los partidos.


Triste, la verdad.


Algo similar observé casi sin querer al prender un minuto la tele en una jura de legisladores.


Un momento fugaz bastó para percibir cómo las agresiones estaban en su salsa y se elocuenciaban con solo ver unas breves imágenes con el televisor silenciado.


¿Cómo puede ser que los ámbitos representativos más notables del país, donde deberían estar las personas más desarrolladas y educadas, tengan tanta gente con un comportamiento tan repudiable, grotesco como inadmisible?


Es posible que el insulto se perciba como una virtud quijotesca de valentía y determinación.


Como una burda treta para reafirmar la identidad y honrar con pleitesía bravucona al mandamás que fuera.


Pero es en verdad solo una posibilidad aceptable para cualquier quilombero de poca monta que cree que con su comportamiento patotero está haciendo historia.


Sin advertir siquiera cómo enchastra la calidad de su persona al comportarse como un impúdico maleducado.


El insulto es, en esencia, una reivindicación lamentable de las bajezas del ser.


De la degradación de cualquier persona.




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lunes, 24 de noviembre de 2025

Cumpleaños



Lo esencial ocurre indefectiblemente.


Nacer, morir.


El día de cumpleaños.


Es algo a lo que nadie puede rehuir. Si nació, tiene un cumpleaños.


Le guste o no.


De chicos nada era más motivador que esperar el próximo cumpleaños. Significaba también que un año más abría nuevas posibilidades y ampliaba, de alguna manera, el mundo actual para vivenciar otras experiencias.


Un año más era una nueva puerta que se abría.


Y ser más grandes era una tentación para avanzar quizás sobre permisos que nos restringían.


Así que nos lanzábamos con entusiasmo a los años venideros. Como si fueran un deseado premio de innegable valor.


En cierto momento ese anhelo comienza a refrenarse y ya no es tentador tener un año más, sino que es preferible tener, si se pudiera, uno o varios años menos.


Tanto es así que hay quienes se quitan años.


El truco es burdo y suelen adoptarlo algunas personas que prefieren decir que tienen una edad menor a la cierta. O bien omiten su edad como si fuera una técnica para borrar la realidad, que no miente.


Así pasamos de querer un año más a desear uno menos, casi sin darnos cuenta.


Aunque no en todos los casos.


¿Qué hacer entonces?


Duelar la edad creo que es una sana respuesta. Aceptar con naturalidad el paso del tiempo.


Saber surfear la vida en la naturaleza de sus caprichos, en vez de negarla o procurar transfigurarla con resultados siempre fallidos.


Aceptar.


La mejor respuesta.


Un sutil acto de valentía y madurez, que se puede ejercer con convicción desde el silencio. En vez de forcejear con el paso del tiempo.


Lo que no quiere decir que no convenga ir al gimnasio y seguir las indicaciones científicamente comprobadas para sumar años con la mayor calidad de vida posible.


Dormir bien, comer sano, reducir estrés, meditar, hacer yoga…


En fin, cumplir años es una invitación a detenerse y pensar. Mirar para atrás y preguntarnos quiénes fuimos.


Qué hicimos con nuestra vida.


Mirar el presente para dilucidar quiénes somos. Qué cotidianeidad construimos.


Y mirar el futuro para decidir quiénes queremos ser. Y qué realidades queremos vivir.


Observar también en silencio las personas que elegimos para compartir la vida. Decidir quiénes se quedan, quiénes se van.


Quiénes vendrán.


No sé exactamente para qué sirve el cumpleaños, pero sí creo firmemente que sirve para reflexionar.


El mejor cumpleaños que podemos tener es el que nos impulsa a ser la mejor persona que podemos ser.


Aprendiendo del pasado y produciendo el mejor futuro que podamos imaginar.


No debe haber mejor manera de celebrar, en verdad, el cumpleaños.



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miércoles, 8 de octubre de 2025

¿Qué decirles muchachos?


No sabría la verdad qué decir ni por qué escribo en este momento.


Debe ser para desahogarme de palabras y andar livianito  por la vida.


Siempre sospecho que atragantarse de silencios evitando pronunciar lo que uno quiere decir vuelve a la persona pesada.


Además de intrincada y confundida.


Y la debilita demasiado.


Cae en la cobardía de replegarse en vez de hacerse cargo de lo que fuera.


Es que uno piensa tantas cosas, que poder definir en última instancia que esto es así o asá es una pretensión ambiciosa.


Además de parcialmente fallida.


Pero callarse debe tener que ver con la pesadez, con arrastrar una máscara que no nos permite desplegarnos con la autenticidad de ser quienes somos.


Un trabajo siempre tan latente como detestable que sin embargo alista a varios adherentes.


Por eso en las antípodas está la disposición de decir algo, aunque no sepamos qué.


Todo sea por la liviandad del ser.


En parte.


Porque por otra parte el decir tiene que ver con la asunción de la incidencia que transforma o crea la realidad.


No es poco.


De hecho alguna vez alguien dijo que la palabra es la mejor arma.


Así que callarse sería como rendirse. Y hablar sería batallar.


Luchar por lo que valga la pena.


Así que para sintetizar no sé qué carajo decirles.


Tal vez dije algo o no dije nada.


Lo importante es andar livianito. 



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martes, 9 de septiembre de 2025

¿Qué decir?


Es un desafío, porque uno quiere decir algo que resuene, que inspire, que de alguna manera impulse el pensamiento ajeno para producir una elucidación conveniente.


Histórica, en lo posible.


Uno habla o escribe con ese anhelo, sintiendo que de alguna manera se lanza a las piruetas del simbolismo para lograr por fin una buena mortal.


Y caer parado.


Todo un desafío que surge de las entrañas, vaya a saber por qué.


¿Será que uno tiene una verdad esencial que debe lograr extirpar para sacar a la luz?


¿Habrá algo de eso en cada uno de nosotros?


¿O será simplemente una intención tan parlanchinezca como instintiva?


En cualquier caso, creo en las palabras que emergen por la convicción de que siempre por algo emergen y tienen algo que decir.


Así que uno escribe no tanto para decir cómo son las cosas, sino para escuchar.


Para leer luego y descubrir, con la esperanza de encontrarse por fin con cierto hallazgo.


Es humilde uno, entonces.


Mirá vos.


Podría ser también engreído, un personaje que cree que se las sabe todas. Que tiene que escribir porque es su misión entregar la verdad al mundo.


Y por eso trae la luz, para iluminar la oscuridad.


Avivarnos.


Quién sabe en las profundidades qué tenemos que decir. 


Lo importante tal vez es hacernos cargo del auténtico pronunciamiento. Salir de la intrascendencia que supone el silencio para dejar el mundo como está. 


Y que cada uno diga lo suyo.



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