sábado, 1 de noviembre de 2025

¿Hay que ir por donde el esfuerzo no lo permite?


Supongamos que alguien quiere ser jugador de fútbol internacional o millonario.


Para simplificar, entre tantos logros posibles.


La persona tiene que adentrarse a un camino de esfuerzo y compromiso. 


No de un esfuercito menor, sino un esfuerzo destacado. Un esfuerzo con todas las letras.


Debe entregar la vida al logro, de lo contrario los resultados pueden existir pero son notablemente menores.


No hay campeón del mundo ni millonario en mansión.


Lo que claramente hay para alcanzar logros estridentes son caminos de esfuerzos estridentes.


Lo que implica necesariamente dedicar la vida al logro buscado.


¿Puede alcanzarse un logro memorable sin un esfuerzo destacado?


Difícil, no frecuente, pero también quizás excepcionalmente posible.


Alguien con un talento de fábrica que haya llegado desarrollado. 


Puede ser, quién sabe.


Aunque no se ve mucho. Porque lo frecuente es que los talentosos honran su talento cuidándolo y desarrollándolo con esfuerzo.


Si no es como que queda marchitado.


Y serían mucho menos destacados de lo que son. 


Por eso quizás la pregunta esencial es si fue feliz el que alcanzó el logro.


El camino es el que ocupó su tiempo y su vida. 


¿Fue feliz en el recorrido o experimentó una vida de insatisfacción y privaciones?


Hay quienes sí, hay quienes no.


¿El objetivo es ser campeón del mundo, millonario, lograr quién sabe qué cosa, o ser feliz?


Cada uno es dueño de su propia respuesta.


Y así elige pasar la vida.


Pero, ¿qué sería entonces ir por donde el esfuerzo no lo permite?


Fluir. Ser. Dejarse llevar desde lo que uno es para desplegarse e inventarse.


Sin renegar del esfuerzo, pero yendo donde uno auténticamente quiere ir.


Sin forzar, permitiéndose ser guiado por las verdades que lo constituyen. 


Para honrar quien genuinamente es. 


Porque tal vez ese es el logro más importante que se puede alcanzar en su vida.



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sábado, 25 de octubre de 2025

¿De qué sirve pertenecer?


Ahá.


Puede ser interesante la pregunta. Exploremos…


Pertenecer ofrece, en primer instancia, reconocimiento. Y cualquier persona se siente bien cuando es reconocida, porque la necesidad de valoración es propia de la condición humana.


Así que por ahí hay una primera aproximación.


Ser, es ser en parte cuando otro reconoce y aporta así identidad.


Pedrito, Josecito o Josefa.


-¿Cómo estás?


Con solo escuchar su nombre la persona adquiere un lugar que no le ofrece la indiferencia. 


Es, como fuera, evadiéndose de la ignorancia que aporta la nada que experimenta quien no es advertido.


Pasa mucho en la ciudad. Por ejemplo, en los pueblos siempre se es alguien. Por las buenas, por las malas, por la combinación de buenas y malas.


Cualquiera es, y cada sujeto está determinado por las etiquetas que más o menos supo conseguir a partir de sus acciones y comportamientos.


Y también a partir de los pronunciamientos ajenos que recayeron sobre él. Sean justos o injustos.


Pero de mínima es un nombre que es reconocido.


Si se va a la ciudad se evapora el reconocimiento y debe transitar en primera instancia la nada. Y vérselas con ella.


Algunos celebran estar ajenos a los ojos de los demás y pasar desapercibidos como si fueran pobres diablos incognoscibles.


Conozco al menos a uno.


Otros requieren tanto la necesidad de ser reconocidos que se lanzan a manifestarse para conseguir nuevos reconocimientos o bien vuelven al pueblo motivados en parte por esa intención.


Y por otra parte en esta cuestión está todo el tema del ego y la necesidad de pertenecer a ciertos grupos para ser.


Eso requiere a veces pagar membresías o alistarse a lógicas que sugieren cambiar el auto, ir de vacaciones a tal o cual lugar o disponer vaya a saber de qué chirimbolo valorado por el grupete.


Puede ser moto de agua, reloj, avión y tantas otras cosas que en mayor o menor medida procuran hablar del sujeto, y también en mayor o menor medida lo apresan o esclavizan.


Hay quien juega ese juego.


Quien lo disfruta y celebra.


Pero también es frecuente que ese juego juegue con él. 


Es cuando el ser queda embaucado en decisiones motivadas por exigencias exteriores que tal vez no concurran con sus auténticas verdades. 


Va por un lugar que capaz no es el suyo y resuelve prestar su voluntad a las apariencias.


Y esos casos son peligrosos, porque la persona se convierte en un juguete de su propia vida.


Sin siquiera darse cuenta que la vida jugó con él.



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sábado, 18 de octubre de 2025

¿Por qué nos tenemos que morir?


Es la pregunta que parece ser relevante a pesar de que muchas veces se esquive con la burda técnica de mirar para otro lado.


Que sería en esencia la posibilidad de esconder el problema bajo la alfombra.


O meter la cabeza debajo de la tierra como el avestruz.


Técnica tan ridícula como infantil, además de inefectiva. Porque con la vista hacia el otro lado o la cabeza enterrada no se elimina ni evita la realidad que se avecina.


Y el problema suele ser peor.


Por no decir catastrófico.


Porque la mejor manera de sobrellevar los problemas o liberarse de ellos es asumirlos primero, problematizarlos después.


Y resolverlos como se pueda.


Aun con la aceptación tranquilizante de quien hizo el duelo y dijo de alguna manera…


-Bueno, esto es así. Son las reglas de la vida. Acepto el juego.


A morir se ha dicho.


Entonces, aun en esas circunstancias puede morirse uno tranquilo.


En paz.


No turbado por el tormento de la incomprensión y abrumado por la imposibilidad que tiene el ser de revertir los caprichos de la naturaleza.


El juego tiene sus reglas y si la vida termina en un jaque mate irreversible hay que saber aceptar.


Perder.


En el sentido de que el juego finalizó con un resultado indeseado.


Lo cual no implica que fuera siempre así y que con el paso de los años no pueda revertirse.


Lo notable es que mientras algunos aprendemos a aceptar la finitud, otros dedican su vida a desafiarla.


Lo más probable es que la ciencia, la tecnología y la brillantez de los seres humanos pospongan la muerte como lo han logrado desde hace tiempo, haciendo que se viva muchísimos años más que los antecesores.


Y luego, si todo va bien, se logre aniquilar la enfermedad y la muerte.


Para vivir bien todos los años que uno quiera.


Algo que no es descabellado. Basta ver las empresas millonarias que se generaron con ese propósito y observar los importantes avances para creer en la posibilidad de eternidad en un mundo quizás no tan lejano.


Con lo cual morir va a ser muy probablemente una elección.


El tema es que el tiempo juega en contra de esa presumible elección.


Y es quizás una alternativa mucho más posible para los niños o los bebés.


Los que perfilamos para la vejez podemos ver de reojo este tema, pero es mejor que ganemos tiempo y hagamos el duelo.


Si vamos a morir, aprovechemos el tiempo.


Honremos la persona que somos.


Contribuyamos en cada una de las circunstancias que transitamos.


Y agradezcamos la vida que supimos construir.


Se me ocurre pensar algunas preguntas que pueden ser inspiradoras y orientativas…


¿Tuvimos el coraje de ser quienes somos?


¿Nos hicimos cargo del trabajo que implica desarrollar y desplegar nuestras potencialidades?


¿Nuestro pasaje por la vida fue un granito de arena que dejó el mundo en algún sentido mejor?


¿Cómo aprovecharíamos al máximo el tiempo que nos queda?


Así morimos en paz y con todas las letras.


Morir a medias sería un verdadero despropósito.


Un fiasco para la propia vida.



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