sábado, 26 de abril de 2025

Conviene ser positivo




Todo parecería indicar que sí.

Que es mejor adoptar esa perspectiva que embaucarnos en la contraria, que invitaría a darse manija con la imposibilidad y la inacción.

Hay que ver el resultado y creer en el buen resultado para arremangarse del modo que fuera, atravesar los obstáculos que fueran y lograr lo que a cada uno se le antoje.

El ser positivo ve posibilidad y cree en la posibilidad.

Por eso se lanza a la acción y construye resultados.

Por oposición el ser negativo ve más obstáculos que posibilidades. Cree más en los problemas que en las soluciones.

Por eso se retrae, se repliega.

Logra menos, poco o nada, si asume el extremo de la filosofía pesimista.

No se puede hacer nada en este país. Todo es imposible porque nadie quiere trabajar. Es mejor quedarse piola antes que andar con la máquina burocrática de impedir, arruinar y obstaculizar hasta la iniciativa más noble.

Punto acá.

Yo no creo que uno deba alistarse a una filosofía u otra. Ni que una filosofía sea buena de pura cepa y la otra mala de pura cepa.

Ni que cada uno seamos estrictamente soldados de la filosofía positiva o la filosofía negativa.

Ni no sé qué más.

Decía…

Uno es un ser abierto a la posibilidad de acción. Si aspira a tener nivel de conciencia elevado, cuenta con posibilidades distintas que si no las tiene. Y en vez de vérselas con la realidad como si anduviera como manija de loco, tiene la alternativa de frenarse para vislumbrar lo que aún la realidad no trajo, analizar, evaluar y decidir…

¿Qué hago?

Y acertar las consecuencias de las decisiones antes de que la realidad consecuente emerja de una u otra forma. Y se le venga encima.

Porque cualquiera puede decidir lo que quiera. Lo que no puede es liberarse de las consecuencias que las decisiones traerán. 

Por más positivo o negativo que fuera.

De modo que de estas inquisiciones parecería desprenderse la conveniencia primaria para dilucidar qué disposición esencialmente tenemos.

Si es positiva o negativa.

Luego hacer ciertos descuentos.

Y por fin, una vez que tenemos claro el cuadro completo, resolver con el entendimiento debido.

Sabiendo las consecuencias de nuestro pensamiento, nuestras decisiones y nuestras acciones.

Por ejemplo si uno se descubre muy inclinado al pesimismo podría decirse, che Flaco dejate de joder.

Ves todo mal, vo. No ves las cuestiones positivas de la realidad, no te das cuenta flaquito que podés quedar en la comodidad de la inacción y en la intrascendencia de la imposibilidad militando la excusitis? Tan bien estás así? No querés nada, vo? No aspirás a ningún premio?

Fíjate bien, querido.

Y si es positivo al extremo podría detenerse y decirse. No te engañes, la realidad es la realidad. Si te vas a mentir negando la evidencia, vas a ser un optimista infantil que cree en el autoengaño y lo único que vas a lograr es que la realidad te sopapee una y otra vez, cada vez que indefectiblemente acontezca.

Fíjate bien nene, sé adulto y observa la información con objetividad. 

No te mientas, porque mentirse sale caro. Tan caro como tergiversar la verdad

Digamos.

Admitamos en fin la relevancia que tanto la perspectiva positiva como negativa tienen para terminar definiendo nuestra realidad.

Que no es ni más ni menos que la que supimos y sabemos construir.

Suerte camaradas.






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martes, 15 de abril de 2025

¿A quién le queremos ganar?


¿Yo señor?

No señor.

Yo no le quiero ganar a nadie, desde hace tiempo.

Quizás no hubo mayor alivio que el de despojarme de la competencia. Evadiéndome del otro y del conjunto de susodichos que se miden a diario para determinar su valía o exorcizar sus inseguridades.

¿La competencia puede ser buena?

Por supuesto. No es esa la cuestión.

Uno puede competir y alegrarse. Ser incitado por el desafío a lograr más, a superarse. 

Todo eso puede ser.

Pero sucumbir a la competencia para definir nuestro ser, es al parecer de quien escribe, un error catastrófico. Una suerte de sujeción a la esclavitud.

La antítesis de la liberación.

Eso de ver al otro a ver si va más rápido, va más lento. Vine para acá o va para allá. Cambia el auto o vaya a saber qué carajo hace.

Eso es una pérdida de tiempo, una distracción que implica ver al costado, en vez de centrarse en la genuinidad de nuestro ser y mirar para adelante para ir por nuestro camino a paso firme.

Aunque la palabra genuinidad no exista. Hasta este momento.

Saltar más alto, salibar más lejos…

Qué se yo.

Hay tantas posibilidades de compararse con los demás que sería inabarcable puntualizarlas.

Y uno parece que evoluciona de algún modo cuando por hache o por v, o por lo que fuera, dice, no.

No es por ahí.

No compro ese juego. No compito. No me mido.

Al diablo con los trofeos, las adulaciones o los aplausos ajenos.

No me pidan fotos por favor.

Y entonces quizás en ese peldaño de la conciencia se libera pensando que la verdadera competencia es con uno mismo. Que mirar al otro es una distracción desafortunada. Una posibilidad de extravío innecesario.

Que lo válido es medirse con uno mismo.

Porque el criterio debe ser propio y la medición justa. Despojada de la posibilidad de expectación que determina el veredicto.

Y después con el tiempo se dice, para qué carajo me voy a medir conmigo mismo. 

¿Para superarme?

Puede ser, que sé yo.

Y entonces piensa o sospecha que tal vez ha llegado a otro peldaño de la conciencia, que no es ni más ni menos que desatenderse del asunto, evadirse de cualquier medición posible, y ser esencialmente quien ese.

Dándolo todo.

Y dejándolo todo a la vez.

Es ahí, en esa instancia, cuando deja de competir consigo mismo y se entrega a la fluidez de ser, desplazándose sin comparación hacia el mayor despliegue de sus posibilidades.

Y pensando, sin decirlo, que los trofeos y las medallas no solo sirven para determinar objetivamente quien es el campeón de lo que fuera, sino para regocijar a los egos mal heridos de sus profundas inseguridades.






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