jueves, 14 de marzo de 2024

La verdad de la convicción

 

No sé por qué insisten por ejemplo en que hay que enseñar a pescar en vez de dar el pescado.

Cansan las frases hechas, ¿no?

Pero lo dicen porque la intención es buena, es loable. Es plausible.

Y no sé cuántas cosas más.

El tema es, dirán ustedes. ¿Cuál es el tema?

Bien, el tema es que la gente no quiere que le enseñen a pescar, quiere el pescado. El valor.

El resultado.

Lo vi hasta en las personas más cercanas que en un santiamén evidenciaron que quieren pescado y no les importa un carajo cómo se pesca.

Y es quizás en esa suerte de circunstancias donde se hizo evidente esta cuestión, de ahí quizás esta inquisición con intención de dilucidar este vericueto, embrollo o situación existencial de suma importancia.

No digamos que no.

Entonces el tema es que quieren el pescado. No que les enseñen a pescar. Son prácticos, genuinos, orientados al resultado.

Pescado, no pesca.

Es como cortar camino, como decir bueno, si tenés el pescado en la mano dámelo y sanseacabó.

O, ¿para qué querés dos pescados? 

Angurriento, glotón.

Ávaro.

Recordá que es más fácil que un camello pase por una hendija a que un rico entre a los reinos de los cielos. No lo digo yo, lo dice la bíblia.

Palabra santa.

Amén.

Además, vinimos sin nada, nos vamos sin nada.

¿No?

Decía…

El resultado es la consecuencia del proceder, que tarde o temprano emerge y se visualiza poniendo el tiempo siempre las cosas en su lugar, para bien o para mal.

Si se quieren resultados positivos, hay que proceder de una forma que se construyan los resultados positivos.

Y viceversa.

Pero en realidad no quería hablar de esta cuestión esencialmente, sino de que la gente quiere respuestas y no hay mejor respuestas que quien habla con convicción.

Por más disparates que diga.

Como la gente quiere el resultado, como no quiere que le enseñen a pescar, entonces quiere la respuesta sin hacerse cargo de la pregunta.

Sin entrometerse en el trabajoso camino que lleva a lograr resultados.

Así que ahí tienen el pescado.




Leer Más...

jueves, 7 de marzo de 2024

A ver qué vas a decir…

 

Bueno, permiso, permiso.

Sé que a nadie le gusta escuchar y a todos les gusta hablar. Bueno, no generalicemos. ¿Por qué no?

¿No se puede generalizar acá, che?

Fijate, como quieras.

Decía, sin generalizar generalizando que a todos les gusta hablar y no escuchar. O bien a casi todos o a la mayoría le gusta hablar y no escuchar.

Los conté, no jodan.

¿Por qué les gusta hablar y no escuchar? Simple, porque están centrados en lo que quieren decir, o en última instancia en demostrar que el valor que tienen en su enunciación está por encima del que pueden recibir, y que si miran bien, si escuchan bien, verán que Pedrito o Josecito, no se andan con chiquitas ni dicen pavadas, sus palabras traen la lucidez, claridad y relevancia que todos estábamos esperando.

Mirá vos.

Así que siguiendo esta hipótesis por supuesto certera podemos observar que la gente se interesa en decir para construirse una imagen beneplácita de su persona. De modo entonces que podríamos sospechar que detrás de estos susodichos hay un fuerte sentimiento de inseguridad y minusvalía.

De modo que esa esencia del ser que los define es la verdadera causante de la predisposición al habla y la emisión de ciertas cataratas de palabras que nunca terminan y siempre tienen algo que decir, de modo que el otro queda como apabullado por la intromisión incontinente del parlanchín, sin la más mínima posibilidad de poner un bocadillo, soltar una palabra o balbucear lo que fuera, quizás con el único propósito de aportar algo o sentirse vivo.

Que tema.

De manera que ante esta situación de parlanchines irrefrenables que siempre tienen algo para decir y no dan el mínimo espacio para que el otro se exprese, diga lo suyo, meta un bocadillo, o emita al menos sonido alguno, deberíamos determinar que es debido a seres tan inseguros como parlanchinezcos, que exigen oídos dispuestos a ser abrumados con dichos interminables, todo para preservar una supuesta valía que les demuestre en alguna forma que la inseguridad puede sobrellevarse con este tipo de desempeños verborrágicos.

Ante esta situación a veces es propicio guardar silencio soportando como un estoico el ruido y dejar que el proceso de curación ajeno decante por si mismo, con la expectativa de que la prestación de los oídos haya sido una contribución saludable hacia el enfermo.

¿No estarás exagerando, vo?

No sé, lo único que veo es que a la gente insegura le interesa más hablar que escuchar y es por ese motivo que no se benefician con la inteligencia ajena, que para que se exprese lejos de acallarla hay que habilitarla dándole espacio, y azuzando si fuera necesario al otro para que diga lo que piensa o lo que tiene que decir. Así uno se enriquece con la palabra ajena.

Porque hasta un tonto tiene para aportar su lucidez.

Sin más nada que decir, me despido calmamente.





Leer Más...