domingo, 12 de octubre de 2025

Sin respuestas


No es una trampa, es una ilusión.


Buscar las respuestas definitivas al ser humano y la existencia es una pretensión desmedida. 


Con suerte pueden lograrse aproximaciones más o menos razonables.


Sería como intentar atrapar al hombre y decir…


Acá está.


Este es.


Para corroborar luego que una vez más el hombre se escabulló de las palabras.


¿Por qué queremos entonces atrapar al hombre y a la existencia?


Hay una disposición a la comprensión. Al entendimiento.


Estamos en el juego de la vida y queremos saber bien de qué se trata.


Nos arrojaron al mundo y acá estamos. Preguntándonos por verdades.


Las respuestas tentativas son hallazgos que iluminan el ser y la vida.


No son un mero capricho para decir…


Ahá, esto era.


Son pilares esenciales que permiten armonizar inquietudes y vivir con la mayor efectividad posible.


La antítesis de andar a los tumbos.


A la que te criaste.


Como manija de loco.


Sin saber quién uno es. Para qué está. De qué se trata vivir. 


O cómo manejarnos con la mayor destreza posible en las circunstancias que presenta la existencia.


Por eso si bien no hay respuestas presumiblemente definitivas y unívocas, los zarpazos que le pegan las palabras al hombre y a la vida son muy plausibles.


Aunque el hombre siempre se escape.


Y aunque un nuevo zarpazo lo espere a la vuelta de la esquina.



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miércoles, 8 de octubre de 2025

¿Qué decirles muchachos?


No sabría la verdad qué decir ni por qué escribo en este momento.


Debe ser para desahogarme de palabras y andar livianito  por la vida.


Siempre sospecho que atragantarse de silencios evitando pronunciar lo que uno quiere decir vuelve a la persona pesada.


Además de intrincada y confundida.


Y la debilita demasiado.


Cae en la cobardía de replegarse en vez de hacerse cargo de lo que fuera.


Es que uno piensa tantas cosas, que poder definir en última instancia que esto es así o asá es una pretensión ambiciosa.


Además de parcialmente fallida.


Pero callarse debe tener que ver con la pesadez, con arrastrar una máscara que no nos permite desplegarnos con la autenticidad de ser quienes somos.


Un trabajo siempre tan latente como detestable que sin embargo alista a varios adherentes.


Por eso en las antípodas está la disposición de decir algo, aunque no sepamos qué.


Todo sea por la liviandad del ser.


En parte.


Porque por otra parte el decir tiene que ver con la asunción de la incidencia que transforma o crea la realidad.


No es poco.


De hecho alguna vez alguien dijo que la palabra es la mejor arma.


Así que callarse sería como rendirse. Y hablar sería batallar.


Luchar por lo que valga la pena.


Así que para sintetizar no sé qué carajo decirles.


Tal vez dije algo o no dije nada.


Lo importante es andar livianito. 



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domingo, 5 de octubre de 2025

Apunte práctico para el bienestar


El pensamiento genera la emocionalidad. Y la emocionalidad sintetiza el malestar o bienestar que experimentamos.


Uno podría decir entonces que es mejor desintoxicarse que envenenarse a voluntad. Decidiendo con la arbitrariedad que tenemos los pensamientos que transitan por nuestras cabecitas.


No es tan fácil.


Por supuesto, si no andaríamos todo el día con una sonrisa de oreja a oreja experimentando la felicidad.


Pero…


Las circunstancias se imponen y nuestra cabecita no puede dejar de experimentar lo que experimenta. Es decir, focalizar a veces en lo que fuera negativo y dejarnos embaucados en ese torbellino de pensamientos que nos afectan negativamente y pueden arruinarnos.


¿Qué hacer?


Cada uno sabrá, por supuesto. Porque la vía de negación tiene sus precios.


Que no suelen ser económicos.


Así que mirar para otro lado o taparse los ojos sería una técnica tan burda como inefectiva.


Sería como decir, acá no pasó nada, y negar infantilmente la cruda realidad.


Con lo cual un truco de mayor madurez podría ser alertarnos de los pensamientos que están tomando nuestra cabecita.


Por más negativos que fueran.


Mirarlos con atención, teniendo siempre presente sus injerencias.


Positivas o negativas.


Luego darle el espacio que juzguemos conveniente, como para explorar la cuestión que sea, comprender, y darnos la posibilidad de crear decisiones y cursos de acción que incidan sobre esas situaciones.


Porque no somos víctimas de la realidad que acontece, sino creadores de nuestras propias circunstancias.


Y luego de un breve proceso productivo de análisis y abstracción, definir nuestra posición con el accionar que se consideremos más efectivo posible.


Hasta ahí.


En caso de que estemos embarullados en ideas negativas que pueden ser bien fundadas, pero pueden llegar a jorobarnos.


Ideas disparadas obviamente por hechos maliciosos o injustos que indefectiblemente nos afectan.


Así que estar atentos, comprender, analizar. Zambullirse en la abstracción y luego decidir.


Fin.


Darnos manija sobre lo negativo que acontece y observar fundadamente las injusticias que elocuentemente se observen, no es buena idea.


Porque nos lleva a mal puerto.


Solo mirar un poquito, detectar lo negativo y darle el espacio que consideremos.


Al parecer, cuanto más breve mejor.


Si no hacemos eso y nos adentramos a lo negativo dándonos manija, nos envenenamos improductivamente y la felicidad se nos escabulle.


Lo cual sería un grave error porque la vida es muy corta y esa posibilidad no es conveniente.


Sería como permitirnos la zoncera y darnos permanentemente con un palo en la cabeza.


Es preferible salir a caminar o ponerse a levantar un barrilete.



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sábado, 4 de octubre de 2025

Otra vez…


Hace tiempo sigo de cerca al viejo cascarrabias que llevo adentro.


Mi atención es eminentemente práctica, lo observo para darle cierta entidad pero no lo dejo arremeter con furia para evitar entrometerme en quilombos o erosionar tontamente mi emocionalidad dándome manija con las fundamentaciones del viejo cascarrabias.


Me dice por ejemplo, otra vez un perro suelto que caga a voluntad en la rambla mientras el dueño actúa burdamente del pelotudo que no advierte la situación. 


Y se va con la impunidad a cuesta, cargándose en todos.


El viejo cascarrabias advierta ese tipo de situaciones y salta como una pipa.


Si lo dejo es capaz de gritarle por la ventana al tarambana de turno. O llamar a la policía improductivamente.


O bajar con la indignación que le dispara la furia para ponerse cuerpo a cuerpo con el díscolo y educarlo sin contemplaciones.


Así que solo lo miro de reojo, con cierto recelo y atención. Como diciendo, está bien, tenés razón pero calmate.


Hay que saber surfear la decadencia y amoldarse de alguna manera porque hay batallas que no vale la pena dar.


Callate, acomodaticio, me sacude.


No seas tan pusilánime, remata.


Y yo me quedo sin fundamentos, subsumido en la mediocridad del debilucho que en vez de hacerse cargo del mundo desbarajustado para incidir y transformarlo, acepta la realidad con un espíritu tan mediocre como detestable.


Pienso, mientras escucho los estruendo de una moto con el caño de escape roto que avanza a explosiones estruendosas y ensordecedoras.


El viejo cascarrabias sabe que lo he advertido. Que la vida me da otra oportunidad para salvar la dignidad y reivindicarme.


Pienso en levantarme de la silla, ir hasta la heladera y sacudir desde las ventanas escondido huevos que repiqueteen cerca del motociclista que quedó detenido en el semáforo.


Es la oportunidad de reivindicarme, salvar la dignidad y por fin hacer justicia.


Pero me quedo quietito.


El viejo cascarrabias me ve. 


Y por supuesto se indigna. 



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