sábado, 4 de octubre de 2025

Otra vez…


Hace tiempo sigo de cerca al viejo cascarrabias que llevo adentro.


Mi atención es eminentemente práctica, lo observo para darle cierta entidad pero no lo dejo arremeter con furia para evitar entrometerme en quilombos o erosionar tontamente mi emocionalidad dándome manija con las fundamentaciones del viejo cascarrabias.


Me dice por ejemplo, otra vez un perro suelto que caga a voluntad en la rambla mientras el dueño actúa burdamente del pelotudo que no advierte la situación. 


Y se va con la impunidad a cuesta, cargándose en todos.


El viejo cascarrabias advierta ese tipo de situaciones y salta como una pipa.


Si lo dejo es capaz de gritarle por la ventana al tarambana de turno. O llamar a la policía improductivamente.


O bajar con la indignación que le dispara la furia para ponerse cuerpo a cuerpo con el díscolo y educarlo sin contemplaciones.


Así que solo lo miro de reojo, con cierto recelo y atención. Como diciendo, está bien, tenés razón pero calmate.


Hay que saber surfear la decadencia y amoldarse de alguna manera porque hay batallas que no vale la pena dar.


Callate, acomodaticio, me sacude.


No seas tan pusilánime, remata.


Y yo me quedo sin fundamentos, subsumido en la mediocridad del debilucho que en vez de hacerse cargo del mundo desbarajustado para incidir y transformarlo, acepta la realidad con un espíritu tan mediocre como detestable.


Pienso, mientras escucho los estruendo de una moto con el caño de escape roto que avanza a explosiones estruendosas y ensordecedoras.


El viejo cascarrabias sabe que lo he advertido. Que la vida me da otra oportunidad para salvar la dignidad y reivindicarme.


Pienso en levantarme de la silla, ir hasta la heladera y sacudir desde las ventanas escondido huevos que repiqueteen cerca del motociclista que quedó detenido en el semáforo.


Es la oportunidad de reivindicarme, salvar la dignidad y por fin hacer justicia.


Pero me quedo quietito.


El viejo cascarrabias me ve. 


Y por supuesto se indigna. 



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