No sabría la verdad qué decir ni por qué escribo en este momento.
Debe ser para desahogarme de palabras y andar livianito por la vida.
Siempre sospecho que atragantarse de silencios evitando pronunciar lo que uno quiere decir vuelve a la persona pesada.
Además de intrincada y confundida.
Y la debilita demasiado.
Cae en la cobardía de replegarse en vez de hacerse cargo de lo que fuera.
Es que uno piensa tantas cosas, que poder definir en última instancia que esto es así o asá es una pretensión ambiciosa.
Además de parcialmente fallida.
Pero callarse debe tener que ver con la pesadez, con arrastrar una máscara que no nos permite desplegarnos con la autenticidad de ser quienes somos.
Un trabajo siempre tan latente como detestable que sin embargo alista a varios adherentes.
Por eso en las antípodas está la disposición de decir algo, aunque no sepamos qué.
Todo sea por la liviandad del ser.
En parte.
Porque por otra parte el decir tiene que ver con la asunción de la incidencia que transforma o crea la realidad.
No es poco.
De hecho alguna vez alguien dijo que la palabra es la mejor arma.
Así que callarse sería como rendirse. Y hablar sería batallar.
Luchar por lo que valga la pena.
Así que para sintetizar no sé qué carajo decirles.
Tal vez dije algo o no dije nada.
Lo importante es andar livianito.
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